La eternidad
Washington.- Algo así como el exceso de la historia. Las columnas dóricas, cuya cima apenas se intuye; la enormidad que podría ser silenciosa; la bruma allá afuera, pura luminosidad blanquecina. Y la mujer diminuta, clamando presente con su atuendo de runner y el celular -cómo no- listo para la foto. Fuera de campo, el monumento que todos conocemos: Abraham Lincoln, la pose majestuosa, la enormidad del gesto, las frases solemnes e inscriptas en piedra. Paradójica, la solidez de los memoriales: hechos para eludir al tiempo, pero siempre atravesados por su materia urgente. Por caso, cierto día de agosto de 1963, cuando en las proximidades de las mismas columnas que escoltan a la runner fotógrafa, un tal Martin Luther King dijo: "Yo tengo un sueño". Y allí mismo esculpió su propia eternidad.