La flor amarilla
La vida sopla donde quiere. Tal vez en eso esté pensando este productor de tulipanes holandés mientras sostiene una flor amarilla que tuvo la ocurrencia de brotar en medio de un océano de pimpollos rojos. ¿Cómo pudo haber ocurrido algo así? La respuesta habrá que buscarla en la botánica, dirán los que se recuestan en las ciencias: un distraído mezcló un bulbo o una semilla del color equivocado y ahora tenemos un patito feo en la familia. Otros, en cambio, dirán que aquello, tan inusual, es una señal del cosmos, un mensaje cifrado que el productor debería desentrañar. Ignoramos en qué está pensando Piet Warmerdam, el hombre en cuestión. Quizá lo asalte otra pregunta, de carácter más práctico o filosófico, según se mire: ¿qué hacer con lo distinto? En principio, parece haberlo arrancado por mandato de la productividad: lo que vende son tulipanes rojos. Sin embargo, quizá planee sorprender esta noche a su esposa con una flor amarilla, la única.