La fuerza electoral de Alberto Fernández
A propósito del 48,24 por ciento que lo hizo presidente, circula desde hace un tiempo la idea de que Alberto Fernández se quedó corto. No confundir este tema con otro igualmente voluminoso, el de las buena elección de Mauricio Macri. La idea de que Fernández se quedó corto surge de creer que con unos pocos puntos porcentuales extra un presidente consigue más poder (no en el Congreso sino en cuanto a autoridad presidencial) y hasta puede asegurarse un mejor gobierno. Se trata de un mito que la historia no confirma.
Es cierto que algunos análisis se refieren al poder interno, es decir a la peculiar puja de los Fernández, aunque parece difícil imaginar que la vicepresidenta electa vaya a regular su protagonismo por la musculatura electoral que su compañero de fórmula ostente, sobre todo si lo que se discute es un par de puntos más o un par de puntos menos.
El desmentido histórico está bien a mano. Casualmente corresponde al líder que Fernández admira y dice querer emular. Desde que existe el sufragio universal, secreto y obligatorio el presidente que llegó al poder con el menor porcentaje fue Néstor Kirchner: 22,5. La mitad o menos de la mitad de lo acostumbrado en las últimas cuatro décadas. De hecho, Kirchner tuvo una rareza de origen, consiguió ser presidente después de salir segundo. Unos días antes, Carlos Menem, que en 2003 resultó el primero (24,45 por ciento), se convirtió en el único ganador del mundo de una primera vuelta electoral que desiste de presentarse a la segunda vuelta.
El período gubernamental inaugurado con menos de uno de cada cuatro votos y prolongado mediante sucesión matrimonial hasta 2015 resultó el más largo de la historia argentina (doce años, seis meses y 13 días), también uno de los más intensos y, según varios analistas e historiadores, el que exhibió la mayor concentración de poder presidencial en democracia. Podría decirse que Kirchner, quien en sus primeros dos años recompuso la autoridad presidencial e hizo la proeza de duplicar sus votos en las legislativas de 2005, enseñó que la legitimidad de origen y la potencia electoral inicial pueden estar por debajo de la fortaleza obtenida con la propia acción de gobierno.
El caso inspirador del mito quizás haya sido el de Arturo Illia, récord de minusvalía electoral hasta la aparición de Kirchner. En 1963 Illia llegó a presidente con el 25,15 por ciento por ciento de los sufragios emitidos (había sistema indirecto, de modo que luego obtuvo la mayoría absoluta en los colegios electorales), pero la elección estuvo condicionada por la proscripción del peronismo, que se tradujo en el pico del voto en blanco (19,41 por ciento). Illia efectivamente sería un presidente débil. Terminó derrocado al cabo de 991 días (su mandato era de 2193 días). El peronismo lo consideraba viciado de origen –eran tiempos de la "Resistencia"- y probablemente contribuyó más que nadie a fomentar la asociación del 25 por ciento originario con el reproche de impopular y con la salida precipitada (que el propio Perón consideró merecida). Pero después de lo que pasó con Kirchner la descalificación a Illia basada en que había llegado con pocos votos casi dejó de ser utilizada.
Al observar la serie histórica la primera evidencia es que los porcentajes ganadores por sí solos no son recomendables para sacar conclusiones cerradas. Desde ya, resulta desaconsejable compararlos (encima cada presidencial suele cambiar las reglas de la anterior) sin atender contextos. En 1916, al estrenarse el sufragio obligatorio, los votantes de todo el país, que apenas fueron el 62,85 por ciento del padrón (votaron 747 mil, es decir 80 mil personas menos que las que el mes pasado fueron a votar en La Matanza), eligieron a Yrigoyen por el 45,59 por ciento. Segundo salió el Partido Demócrata Progresista, con 17,23 y terceros los conservadores, con 12,86.
Doce años después Yrigoyen resultó "plebiscitado", así se decía, con el 57,41 por ciento y dejaba segundos a los radicales antipersonalistas con apenas 10,63 por ciento. Huelga aclarar que nunca había habido hasta entonces un gobernante con semejante respaldo (antiguamente sólo votaban los "notables"). Tampoco había habido -saquemos a Rivadavia y a Derqui- un presidente más frágil: Yrigoyen fue derrocado y puesto preso a los 694 días de asumir. Ese primer golpe de estado militar ya contaba, como los que siguieron, con importante apoyo civil.
Repuesto el fraude, Agustín P. Justo obtuvo el 31,17 por ciento de los votos (con Yrigoyen preso, Alvear vetado y el radicalismo abstenido), un magro caudal que no le iba a impedir convertirse en el último presidente sin final traumático (en 1938 completó el mandato de seis años) hasta Menem en los años noventa. Perón también completó un mandato de seis años, pero fue derrocado cuando cursaba la mitad del segundo. Había sido reelegido en 1951 con la marca más alta de la historia, 62,49 por ciento, un dato poco conmovedor para los golpistas. Más aún, en 1954 Perón obtuvo un respaldo extraordinario del 64,52 por ciento en unas extrañas elecciones que organizó para vicepresidente. Nada mitigó el desgaste, la crisis económica, la pelea con la Iglesia ni la ferocidad del bombardeo de junio de 1955, tampoco la ironía de que el vicepresidente encumbrado. el almirante Alberto Teissaire, traicionaría enseguida al general.
Por supuesto que la intensidad de la disputa por ocupar la Casa Rosada también formatea al Congreso y define el reparto del poder en las provincias, pero el impacto de la elección del presidente sólo ha sido pleno en las desembocaduras de los gobiernos militares, cuando hubo que elegir en forma simultánea todos los cargos ejecutivos y legislativos. Uno de esos casos fue cuando Frondizi triunfó en forma arrasadora en todas partes, pese a que su marca fue de 44,79 (si hubieran regido las reglas constitucionales de 1994 igual se habría consagrado presidente en primera vuelta porque la UCRP, segunda fuerza, sacó 28,80 por ciento). Aquellas elecciones del 23 de febrero de 1958 resultaron inigualables. Primero porque votó casi el 91 por ciento del padrón (más de cinco puntos arriba del máximo de la nueva democracia, que fue en su estreno con Alfonsín). Y segundo porque la UCRI conquistó todas las gobernaciones, todo el Senado y dos tercios de Diputados. Había una gran ilusión colectiva con Frondizi. Pero apenas empezó a gobernar, los sindicatos peronistas y las Fuerzas Armadas lo atenazaron y no lo soltaron hasta que en 1962 los militares, tras 1429 días, lo tumbaron y lo mandaron a Martín García. Hoy, muchos de los continuadores políticos de quienes le hicieron la vida imposible lo veneran. "Frondizi fue un gran estadista –explican-, pero no lo dejaron gobernar".
Quien ostenta el coeficiente más curioso de caudal electoral / días de gobierno es Héctor Cámpora: 49-49. Obtuvo exactamente 49,53 por ciento. Y a las siete semanas estuvo listo el golpe palaciego que Perón le mandó a poner en escena a José López Rega, quien en el Sillón de Rivadavia sentó a su yerno, Raúl Lastiri.
Aunque uno tuvo 9.167.220 votos y otro 12.945.990 (en 20 años el padrón creció en más de siete millones y medio de electores) Fernando de la Rúa y Alberto Fernández registran prácticamente el mismo porcentaje, 48,37 y 48,24 (De la Rua sacó apenas 13 centésimos más), aunque es de esperar que la suerte final de sus gobiernos no tenga ningún parecido. En realidad la franja 45-50 ha sido la más frecuentada. Menem llegó al poder en 1989 con 47,49. Subió a 49,94 en 1995. Y Cristina Kirchner en 2007, cuando recibió la banda presidencial de su marido, sacó 45,28, hasta ese momento el piso de la nueva democracia (sin contar el proceso electoral sui generis de 2003), con la curiosidad de que en 2011 ella misma marcó el techo: 54,11. Cualquiera sea la opinión que se tenga sobre el kirchnerismo existe consenso en que el mandato fundado sobre el resultado aplastante de 2011 (cuando el segundo, Hermes Binner, apenas llegó a 16,81 por ciento) fue de inferior calidad al primer mandato de Cristina Kirchner. Otra historia fueron, por último, las elecciones de 2015, únicas con ballottage. Daniel Scioli ganó entonces la primera vuelta (37,08) pero Macri venció en la segunda por 51,34 a 48,66. Nunca antes –cosas del ballottage- habían quedado tan cerca el primero y el segundo, lo cual esa vez llevó a los perdedores a digerir con dificultad el destino que el electorado les había asignado.
Al no haber segunda vuelta, en 2019 ya no se repitió el desacople de la elección legislativa con el resultado final. El nuevo Congreso se configuró entonces como uno de los más equilibrados de las últimas décadas, algo que hubiera tenido una diferencia atenuada, debido al sistema de renovación parcial, si Fernández hubiera llegado al 50 por ciento de los votos.
En definitiva, la calidad del próximo gobierno dependerá de muchas cosas. Difícilmente pueda identificarse entre ellas el porcentaje estándar del encumbramiento.