La hora de la gente razonable
Ahora que la re-reelección presidencial fue detenida, 2015 ofrece la posibilidad de algo más que una renovación cosmética. Podría ser el inicio de la reconstrucción de la república, el Estado y la sociedad
Ha llegado el momento de que la gente razonable tome la iniciativa y proponga una alternativa política. Ya se ha cumplido una etapa: la reelección presidencial fue detenida y quienes hasta ayer rodeaban a la Presidenta hoy renuevan el packaging y preparan para 2015 una nueva versión, más prolija y cordial. Algunos pueden conformarse con eso. Pero 2015 ofrece también la posibilidad de salir de la huella en la que estamos desde hace más de dos décadas y ensayar otra cosa. Para eso se necesita que la gente razonable rompa con viejas formas de pensar la política, de unir y de dividir, y elabore una propuesta conjunta para reconstruir la república, el Estado y la sociedad, tan maltrechos hoy.
Durante diez años, el kirchnerismo supo bloquear la formación de una alternativa opositora. Explotó sus debilidades y ambigüedades y la encerró en falsas opciones, como la del estatismo sin Estado. Un trabajo magistral. Hoy el kirchnerismo se derrumba; perdió credibilidad y magia, y todo lo que operó en su favor hoy le juega en contra. ¿Éxito de la oposición? No por ahora. La nueva coyuntura parece desubicarla: se enreda en sus peleas, sus límites y sus retaceos, mientras que sus adversarios retoman el viejo juego de negar su pasado y renovarse.
Es urgente pensar una propuesta alternativa, para sacar al país de la ruina económica, institucional y moral. La economía está desquiciada. El Estado está en mal estado, por obra del prebendarismo, la pésima gestión y el decisionismo presidencial. El mundo de la pobreza se ha consolidado, y entre otros muchos males deja a la democracia sin sus potenciales ciudadanos. Desde hace dos décadas largas se ha formado un partido del gobierno, gestado por el menemismo y consolidado por el kirchnerismo. Hoy ya es un verdadero "antiguo régimen", más allá de sus rótulos y cambios de aspecto, que maneja los ilimitados recursos del Estado para financiar la política, los dirigentes y los votantes. ¿Quién puede competir con ellos?
En estas condiciones, es posible que el gobierno elegido en 2015 sea una nueva versión del "antiguo régimen" con una renovación cosmética y una continuidad en un estilo de gobernar. Tiene a su favor una tradición política largamente arraigada y también el pedestre pero efectivo prejuicio del "malo conocido", que arrastra a los votantes indefinidos. ¿Qué puede ofrecer un "antiguo régimen" renovado que no haya mostrado en las dos últimas décadas? Si somos optimistas, esperamos que tendrá una gestión más prolija y cuidadosa; que no saqueará el presupuesto; que usará menos groseramente los recursos del Estado para ganar las elecciones y que reducirá sustantivamente el nivel de confrontación. Con mucho optimismo, agreguemos que cuidará un poco más las formas republicanas. Pero hay otra posibilidad, pesimista o simplemente realista. En muchas provincias perdurarán fragmentos de la máquina de poder kirchnerista, con su método de acumulación de caja y de poder. En cuanto al nuevo presidente, se va a enfrentar con una gran tentación. ¿Por qué abandonar el manejo de la pauta publicitaria y el control de periodistas y medios? ¿Por qué renunciar al juego de las obras públicas y los retornos? ¿Por qué descartar la política de subsidios, tan útil a la hora de la elección? Probablemente suprimirá el discurso épico, pero lo sustituirá con la empalagosa retórica de la "comunidad organizada".
No hay por qué resignarse a un "antiguo régimen amansado". Es posible formular una propuesta para volver a tener un país normal, asumiendo que la Argentina encarará de ahora en más un proceso de reconstrucción. En una situación parecida, en 1945 en Europa se construyeron alianzas entre fuerzas políticas muy distintas, pero con un común objetivo inmediato. La Argentina necesita la convergencia de gente con similares preocupaciones sobre lo que hay que hacer hoy y mañana, aunque sus horizontes mediatos, sus valores y utopías, sean diferentes. Esas diferencias son valiosas, y deberán ser discutidas, pero antes hay que crear las condiciones en que esa discusión sea posible. Hoy se abre un camino sin duda muy diferente del que imaginan los herederos del "antiguo régimen". Se trata de reordenar la economía, reconstruir el Estado y la república, recuperar la integración social. Se trata de hacerlo con honestidad y responsabilidad ciudadana.
La Argentina necesita volver a tener un Estado normal. Para eso hay que reconstruir la administración, rearmar los mecanismos de decisión y hacer una gestión transparente y controlada, que impida la corrupción. Pero además necesita con urgencia recuperar la calidad de los servicios sociales básicos. En la Argentina se debe consolidar el Estado de Derecho, restablecer un gobierno democrático y republicano y una Justicia respetable. Tiene que haber partidos políticos fuertes, discusión y confrontación abierta de ideas e intereses. Las elecciones deben ser transparentes y el gobierno, neutral. Hay que reconstruir una sociedad integrada, sin grandes escisiones, y para eso hay que plantear obsesivamente el problema de la pobreza, en el que cada uno tiene que hacer su parte. El Estado debe eliminar sus propias lacras y recuperar su función igualadora, y las asociaciones voluntarias deben coordinarse. Pero sobre todo hay que recrear, en un contexto cultural y social difícil y adverso, la iniciativa, el empeño y la diligencia de los individuos, y estimularlos a ser los artífices de su destino.
Son todas cosas simples, que tienen que ver con recuperar una Argentina desbarrancada. Pero todas juntas, articuladas, conforman un programa y definen una perspectiva moral: la exclusión, la corrupción y el autoritarismo están mal. Todos juntos trazan un camino que, más allá de coincidencias parciales, se separa del "antiguo régimen" y aspira a que sus métodos desaparezcan para siempre. Es un camino que pueden recorrer juntos quienes imaginen horizontes futuros diferentes. Ya llegará el momento de discutirlos.
El problema no está en imaginar el programa, sino en darle una forma política compacta, convincente y ganadora. La mayor dificultad está en las fuerzas políticas opositoras y en sus arraigadas tradiciones discursivas e ideológicas, que a menudo operan más como un velo que como una herramienta esclarecedora. Sus tradiciones clasifican y etiquetan, agrupan y excluyen. Lo más fácil es excluir, para cuidar la pureza, evitar el "qué dirán" o simplemente para no tener que pensar. La intransigencia siempre fue un obstáculo para la esencia de la política: el acuerdo, que no significa fusión y disolución de las diferencias sino alianza entre partes diferentes para lograr un objetivo acordado.
Hoy hace falta gente que, sin abandonar sus tradiciones diferentes, se junte para encarar los problemas de la reconstrucción. Ésa ha sido tradicionalmente la función de los partidos políticos organizados, que pueden plantear alianzas abierta y honestamente, y en ocasiones ha sido el aporte de grandes líderes, como Raúl Alfonsín, capaces de proponer objetivos amplios y legitimarlos con su autoridad. Hoy no hay tales partidos ni tales líderes. No estamos ni en la edad de oro de los dioses ni en la de bronce de los héroes, sino en la dura edad de hierro de los hombres. Nadie vendrá a traernos la gran fórmula política. Lo que hagamos será más difícil, pero a la larga más sólido.
Se trata de juntar los distintos fragmentos de ese sentido común razonable, que hoy está aflorando: basta oír las voces de las grandes manifestaciones, de los grupos en la discusión pública y a veces las de los políticos. Será la tarea de nosotros, personas normales, políticos y ciudadanos comprometidos. Todos tenemos que tensar el sentido común, abatir el prejuicio, pensar libremente. Nuestro trabajo es crear un acuerdo público para reconstruir el Estado, la república, la sociedad y la moral pública, y darle una fuerza tal que estimule la convergencia de las fuerzas políticas. Enfrentar a Cristina ya no alcanza. Ahora hay que mostrar que hay un país mejor para construir. Y que es posible hacerlo.
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