La Iglesia ante las adicciones
Indudablemente, uno de los problemas más serios que debe enfrentar la sociedad moderna está relacionado con las consecuencias derivadas del consumo de estupefacientes, cuestión a la que nuestro país no permanece ajeno. Actualmente hay tanta droga en circulación en la Argentina que bien se explican los sucesivos y significativos procedimientos realizados a lo largo y ancho de su territorio.
Consumir drogas no es solamente fumar marihuana, inyectarse cocaína, recurrir a la heroína o al LSD. También es aceptar pasivamente la frivolidad con que se habla de las adicciones que no llevan a otra cosa que a la destrucción del ser humano.
El incremento en el consumo de alcohol y de sustancias estupefacientes plantea la necesidad de contar con campañas de prevención que alerten sobre los efectos negativos de esa práctica, especialmente entre los jóvenes, que pueden incurrir en malos hábitos por distintas razones. Entre otras, porque se han convertido en producto de un esquema facilista, o por la falta de oportunidades, o por la ausencia de una educación integral que los enriquezca con valores éticos y morales. Desprovista de alternativas que entusiasmen, la juventud corre el riesgo de perderse entre alternativas efímeras y oportunistas.
El fenómeno de la drogadicción no es ajeno a la crisis de valores de la modernidad y al surgimiento de otro continente de valores en la posmodernidad. Es innegable que estamos viviendo una época donde hay una cierta enfermedad social en el campo de la ética. La droga no podría difundirse si se encontrara con culturas profundamente éticas que tuvieran una escala de valores definida. Pero una cultura relativista que manifiesta confusión en los valores, donde el bien y el mal no aparecen claramente identificados, es un campo de cultivo propicio para la difusión de la droga.
Por ello, la drogadicción y el narcotráfico no deben ser vistos sólo como un problema del Estado. Por el contrario, la sociedad en su conjunto tiene una responsabilidad que asumir en la estrategia nacional para evitar los efectos de esta devastadora enfermedad social.
En este sentido, merece destacarse el novedoso compromiso asumido por la Iglesia Católica traducido en la organización del III Encuentro Nacional de la Red de Adicciones de la Conferencia Episcopal Argentina, oportunidad en la cual serán abordados temas de candente actualidad vinculados con este grave mal de nuestro tiempo.
Además, resulta auspicioso que la jerarquía eclesiástica, representada en esta oportunidad por el obispo de San Isidro, monseñor Jorge Casaretto, haya decidido posibilitar el debate acerca de un problema que hasta no hace mucho la Iglesia evitaba considerar.
Si la problemática de las adicciones es global y compleja, sólo a partir de respuestas locales y concretas podrá ser tratada con determinado éxito. Al respecto, no debe desaprovecharse la oportunidad de dirigir -desde la acción pastoral, en cualquier púlpito o rincón del país- mensajes que señalen que la prevención de este mal debe estar basada en la difusión de valores fuertes, tales como los que la Iglesia está en la actualidad en condiciones de brindar.
Es de esperar, entonces, que esta iniciativa sea imitada en otras diócesis del territorio nacional para que puedan llevarse a cabo las tareas de información y prevención, educando a la persona en el sentido de la vida y en los valores.