La ilusión de la venganza
Amado Boudou bajó del auto en la puerta de la cárcel de Ezeiza, se sonrió, levantó una mano y miró al horizonte como quien quiere calibrar el tamaño de una multitud. Su momento Mandela se agotaba en la pose: había apenas ocho militantes de La Cámpora esperándolo, superados ampliamente por camarógrafos y periodistas. No quiso privarse de dar un discurso para la posteridad. Denunció que en la Argentina hay "presos políticos" y se ofreció a pelear por ellos. Tiene la suerte de que ese sistema opresor que describe lo dejó en la calle apenas cuatro meses después de ser condenado por montar una operación ilegal para quedarse con la fábrica de los billetes. El único incordio es cargar con un GPS ajustado a su tobillo que le impide moverse a más de 100 kilómetros de su casa.
Peor lo pasa Julio De Vido, otro jerarca del kirchnerismo. Condenado por la tragedia de Once y procesado en otra decena de causas de corrupción, ha convertido sus cartas desde la cárcel en piezas memorables de la política. "Los buchones son peores que los torturadores", dijo en su último texto, en el que despotricó contra los empresarios y exfuncionarios que declararon como arrepentidos en el expediente de los cuadernos de las coimas. En otros párrafos llamó a "recuperar el poder" como vía hacia la libertad. "Lo primero que hay que hacer es ganar las elecciones y ser gobierno y después el empoderamiento del que hablaba Cristina hay que materializarlo a través de una Constitución que garantice el empoderamiento popular", profetizó.
Comparte con Boudou la noción de la Justicia como brazo ejecutor de la política. Están convencidos de que un nuevo gobierno de Cristina Kirchner tocará las fibras adecuadas para que los jueces que los acusan se retracten o sean directamente expulsados. Y envían una amenaza tácita hacia todo el mundillo político: en esa lógica, los derrotados en las urnas pasarán a ser los perseguidos. La ilusión de la venganza. Las palabras de Boudou y De Vido serían el consuelo triste de dirigentes en desgracia si no fuera porque las encuestas revelan que Cristina Kirchner tiene opciones concretas de recuperar la Presidencia en 2019.
Mientras medita su estrategia de campaña, ella mantiene distancia con sus soldados caídos. Jamás los menciona en público y si habla de persecuciones judiciales es para describir su propio calvario en los tribunales, que la obligará a sentarse en el banquillo de los acusados de entre uno y tres juicios orales en el año que está por empezar.
¿Les soltó la mano o es un olvido táctico? En el entorno de la expresidenta insisten en que la reforma del Poder Judicial es una de sus obsesiones. Que se elaboran listas de jueces y fiscales leales, neutrales y enemigos (Claudio Bonadio, a la cabeza). Que sigue latente el proyecto fallido que en su momento bautizó como "democratización de la Justicia", con medidas como la elección por voto popular de los miembros del Consejo de la Magistratura.
Pero que nadie espere oírlo en la campaña, si es que Cristina finalmente decide competir por el premio mayor. Los asesores que más escucha le preparan una plataforma "de futuro", que mire atrás solo para aludir al bienestar perdido en el ajuste macrista. No piensa plantear una batalla de ideas. "Nos van a votar con el bolsillo, no con la cabeza", sintetiza un asesor dilecto de la expresidenta. Así como Macri necesita tapar las frustraciones económicas detrás de otros eslóganes –la mano dura, lo nuevo contra lo viejo–, al kirchnerismo le toca esconder en campaña el elefante de la corrupción. Por mucho que les pese a Boudou, a De Vido y a otros kirchneristas en apuros, la jefa no se inmolará por ellos. Mantendrá, como mucho, el contacto a través de los emisarios que les piden lealtad y perfil bajo. Esperemos a ganar, es el mensaje repetitivo que les llega.
Al menos resulta una promesa verosímil, cuando tantos de los jueces que ahora los mandan presos les ofrecieron protección durante doce años de negocios digitados desde el poder.