La insoportable levedad de la conclusión
Recordaba anteayer Daniel Barenboim, en una charla por streaming, la explicación que Milan Kundera había dado a la ilusión del compositor Arnold Schönberg. La historia es la siguiente. Muy famosamente, Schönberg, cuya música era para su época famosamente ardua, predijo que, cincuenta años después de su muerte, sus piezas serían silbadas como los valses de Johann Strauss II (pensaba en los cocheros de Viena). El vaticinio no se cumplió. La respuesta de Kundera, en su libro Un encuentro, fue que, para muchos, Schönberg se habría sobrevalorado a sí mismo, y para él (Kundera), había sobrevalorado el futuro.
No hay broma. Kundera, tan sensible a la música que hasta los 25 años se concebía menos que como narrador que como compositor, se encuentra tal vez el correlato público de una inconclusión interior. En otros de sus libros El arte de la novela (Tusquets), Kundera habla de Hermann Broch y nos dice: "Todas las grandes obras (y precsiamente porque lo son) contienen algo incumplido". La conclusión es una pretensión vanidosa y desprovista de generosidad. ß