Manuscrito. La insoportable levedad de la belleza
El color, deslumbrante: un cerúleo o, más bien, verde musgo veteado de negro, con el brillo opaco de la goma. Introduzco un pie y estiro el jean hacia arriba, tirando trabajosamente de la tela elastizada (y muy dura) que promete esa apariencia que uno cree que se merece después de haber dejado de ingerir kilos de delicatessen, sólo para constatar que el pantalón se queda atascado en mi pantorrilla. Entonces, vuelvo a intentar la operación. Contengo el aire hasta que las mejillas se me ponen color bermellón, pero nada.
Acalorada por el esfuerzo, mientras tironeo para sacármelo, calculo mentalmente el índice de masa corporal de señoritas y señoras que circulan por la tienda probándose las ofertas de fin de temporada. Varias tienen figuras que dejan intuir el esqueleto, tal como indica uno de los cánones de belleza que hoy prevalecen.
Es indiscutible que "lo bello" es un imán difícil de resistir. Cuando se corporiza, consagra a actrices y actores, encumbra a ejecutivos y es uno de los mejores argumentos para vender desde yogures, perfumes y computadoras, hasta automóviles y embarcaciones de alta gama. Hace ya 200 años, William Thackeray resumió su visión, un tanto extrema, del poder de esa atracción femenina en la primera frase de Las aventuras de Barry Lindon (Bruguera, 1981): "Desde los días de Adán, apenas si se ha causado en este mundo algún daño que no tenga su raíz en una mujer".
La fascinación por la "lindura" es tan eterna como inasible. Según se afirma en la Historia de la belleza, dirigida por Umberto Eco (Lumen, 2006), Hesíodo cuenta que las musas cantaban a los novios: "El que es bello es amado, el que no es bello no es amado". Más claro, imposible.
Otro griego, Gorgias, dice de Helena de Troya que su belleza la absuelve de las desgracias que originó. A tal punto, que Menelao, una vez conquistada la ciudad mítica, "se abalanza sobre la esposa traidora para matarla", pero queda paralizado por "la visión del hermoso seno desnudo de Helena".
Lo que perturba son los criterios cambiantes que aplicamos para juzgarla. Para Platón y los filósofos de su época, emergía de la armonía y la proporción, pero también del "esplendor", ya que era autónoma del soporte físico que la expresaba. Pero antes y después muchos la concibieron desde puntos de vista singularmente opuestos. Basta con recordar a la célebre Venus de Willendorf, la estatuilla prehistórica de piedra con senos como pomelos, abdomen prominente y anchos muslos. Tal vez, a la luz de las cavernas, la delgadez producía rechazo.
En La sexualidad en el arte occidental (Destino, 1972), Edward Lucie-Smith argumenta que la gordura ejerció atracción erótica durante miles de años. Y cita para probarlo los desnudos de Rubens y de Ingres.
La figura rechoncha se convirtió luego en manos y pies finos, pechos pequeños, mejillas sonrosadas y largo cabello rubio, como los de El nacimiento de Venus, de Botticelli. Más tarde, llegarían los corsés, con pechos "en bandeja" y la "cintura de avispa".
En su memoria sobre la sociedad porteña del siglo XIX, Las beldades de mi tiempo (Editorial Casa Vaccaro, 1919), Santiago Calzadilla escribe que vio a señoras "de más de 50 abriles que valsaban [sic] como unas jóvenes, y se hacían admirar [buenas mozas todavía]." Mención aparte merece su recomendación de que "hay que vigorizar a la mujer" para que cumpla "su gran misión maternal" y "fortalecerla" para que dé "óptimos frutos, o sea, generaciones fuertes y viriles".
También por esos años, Villiers de l'Isle Adam (1840-1889) detalla en La Eva futura (La Fontana Literaria, 1972): "Mi Alicia tiene veinte años. Es esbelta como el polvo argentado. Sus movimientos son lentos y armónicos: las líneas de su cuerpo sorprenderían a los más grandes escultores. Una cálida palidez de nardo cubre todas sus morbideces. Su cabellera negra posee el brillo de una noche del Sur (...) su boca cruel se abre como un clavel sangriento perlado de rocío".
Ahora nos domina lo que todos conocemos: la delgadez extrema de las supermodelos o, por el contrario, la contextura pos Terminator. Tal vez la belleza sea una ilusión fugaz de juventud, un horizonte inalcanzable que se aleja a medida que nos acercamos. Como lo demuestran las figuras del jet set que se someten a cirugías estéticas fallidas, el tiempo es inexorable. Nada más sabio que aceptarlo.
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