La inundación
Horas antes, sobre este mismo lugar, ese cielo que ahora asoma manso y duplicado era completamente otra cosa. La belleza de Daillens, al oeste de Suiza –como también ocurrió en zonas cercanas de Francia y Alemania– se vio sacudida por vendavales, lluvias impiadosas, granizo de tamaño inusitado. Todo fue oscuridad donde ahora más bien hay gentileza; campo, sembradíos, árboles y viviendas se desdibujaron, perdieron forma y color, anegados bajo el violento golpeteo del agua. Pero nada es eterno; a lo sumo, cíclico. Y aquí está otra vez la plácida armonía suiza: paisaje suave aun si se torna, allá al fondo, montañoso; serenidad de cielo celeste y delicados verdes a ras del suelo. Nada es eterno, aunque todo deja huellas, y eso es lo que se extiende ante nuestros ojos: el desborde del agua convertido en un repentino espejo que por un buen rato seguirá reflejando al sol.