La madre Naturaleza
Quinientos científicos de todo el mundo instaron a todos los gobiernos a prepararse para una pandemia de gripe aviar que podría declararse en 18 meses. "Olvidémonos de Irak e Irán y concentrémonos en las verdaderas amenazas. Miren Nueva Orleáns y vean hasta dónde puede llegar el poder de destrucción de la madre Naturaleza", dijo el académico inglés John Oxford. Aunque no habría que exagerar en desviar en exceso la atención sobre Irán, no sea que se geste una propuesta de bombardeo preventivo hacia estos pollos terroristas, que no enriquecen uranio pero portan el H5N1, cosa que los subsume de hecho bajo el eje del mal.
Pero la observación de Oxford no es menor, y lleva a pensar en la relación del hombre con la Naturaleza que, para estar a tono con la temática del suplemento de hoy, dista ya de ser edípica y ha adoptado una forma de violación incestuosa. Esto no es nuevo: hay que recordar el mandato de Bacon de torturar a la naturaleza hasta arrancarle sus secretos. Este programa no sólo se viene cumpliendo, sino que ha sido sofisticado hasta el extremo, hasta tal punto que ya no nos interesa hacerla confesar, sino reprogramar genéticamente su sistema operativo. Es decir, hacerle decir lo que queremos que diga, o que calle para siempre.
Curiosa modalidad de relación del hombre con el mundo, gobernada por una voluntad de poder, por un deseo furioso de manipulación y, procurando no abusar de la metáfora materna, por una succión hasta el extremo de todos sus recursos renovables y no renovables. Es el estado de sobreexplotación del mundo, que tiene además consecuencias en la producción inmensa de desechos inasimilables para la naturaleza misma. Estamos de hecho convirtiendo a la naturaleza en un desecho de sí misma.
No es impensable, entonces, que la naturaleza se haya propuesto, frente a este programa de abuso unilateral, ejercer a su vez alguna forma de represalia, que no es ya sólo del orden de lo esperable, como el agotamiento de los recursos, la contaminación del ambiente, la escasez del agua, y otras perlas que dejamos a nuestros descendientes, sino irrupciones de devastación súbitas que recuerden al hombre su pertenencia a una escala mayor. Porque el tránsito de la humanidad primitiva a la civilizada tiene algo de espejismo, y la Naturaleza nos recuerda cada tanto aquella emoción, acaso la más antigua e intensa: el miedo a lo desconocido.
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