La memoria del mundo
En Manzanillo, estado de Colima, un paraíso mexicano junto al Pacífico, se reunió a fines de septiembre la segunda conferencia internacional del programa Memoria del Mundo, de la Unesco, a la que acudieron 125 profesionales de 43 países. Los temas fueron: nuestra herencia documental, proyectos piloto y registro de memoria del mundo, prioridades para la salvaguarda y acceso a la herencia documental. Ya en la presentación, el director general de la Unesco en Comunicación e Información, Alain Badoux, aclaró la diferencia entre los sitios y monumentos, y entre manuscritos, incunables y archivos, que pueden ser sonoros, fílmicos e incluso pertenecientes a la tradición oral.
México es, simbólicamente, uno de los lugares más propicios para albergar una conferencia de esta naturaleza. Su herencia narrativa y pictográfica, representada por el Popol-Vuh y los códices, es emblemática de la necesidad de proteger el pasado documental. También la Argentina, si bien no posee testimonios tan antiguos, guarda todavía los documentos del Virreinato y algunas colecciones documentales dignas de ser protegidas del deterioro o del olvido.
En este momento histórico, lo tecnológico implica un salto cualitativo dentro del campo cultural: la diferencia entre distintos modos de albergar el testimonio de la cultura escrita o en imagen. Papel, medios analógicos (microfilms, videos) o los medios digitales que, aunque no han sido aún suficientemente probados, ofrecen la tentadora posibilidad de almacenar en porciones físicas pequeñas magnitudes enormes de información. Se añade a esto la facilidad de ofrecer, al alcance de públicos amplísimos, la información digitalizada mediante Internet o CD-rom.
Las consignas establecidas por los expertos en esta conferencia giran alrededor de dos premisas: preservar, pero a la vez compartir. Difícil compatibilizar estos dos criterios. Es necesario tener conciencia de que el original no puede ser tocado salvo en ocasiones excepcionales y cuando lo justifique un proyecto de investigación bien definido. En cambio, las copias digitales posibilitan el acceso a aquellos públicos que sientan la curiosidad de observar, por ejemplo, los procesos de ilustración de la Biblia Gutenberg que se conserva en la Biblioteca Universitaria de Göttingen, o el Archivo Digital Turfan, guardado en la Academia de Ciencias de Berlín.
Tesoros para guardar
En relación con esto último, una anécdota ilustra la importancia de estos hallazgos. Ante la posibilidad de observar en pantalla un fragmento de un texto chino medieval, el expositor nos pidió que tratáramos de memorizar la imagen. Parecía una broma, pero fue un desafío al que no pude resistirme y cerré los ojos tratando de conservar los trazos. A continuación, como en un rompecabezas, el fragmento apareció integrado en otra imagen: en el Cáucaso habían sido descubiertos los trozos complementarios del texto, ahora reconstruido gracias a los procedimientos informáticos. Resulta obvio destacar la luz que este detalle arroja acerca de la dispersión de las culturas y sus textos.
El proyecto de digitalización de la prensa latinoamericana del siglo XIX, del que va a participar nuestro país, permitirá acceder a una base de datos donde estarán, relacionadas entre sí, todas las muestras de una historia periodística que se vincula con la historia social y política. Ya nadie tendrá que supeditar su búsqueda a un costoso viaje: una base de datos en Internet y algunos CD-rom le permitirán tener al alcance de la mano aquella información antes inaccesible.
Nuestro país conserva tesoros más jóvenes, pero que serán sin duda los tesoros de nuestros sucesores. El manuscrito del Cuaderno de bitácora de la novela Rayuela , de Julio Cortázar, recientemente adquirido por la Biblioteca Nacional, es un ejemplo. En este cuaderno de 164 páginas el investigador o el curioso lector pueden ver cuáles fueron los pasos que siguió el escritor para concebir y más tarde desarrollar una de las novelas más importantes de nuestra historia literaria. La letra de Cortázar, junto a sus dibujos, no solamente emociona, sino que también permite esbozar alguna teoría acerca de los pasos de la creación.
No hay que perder de vista tampoco lo que significan estos programas de preservación y difusión cuando se trata de integrar a los pueblos. Nuestra América, a menudo dispersa por razones políticas y económicas, comparte sin embargo una historia cultural cuyas claves descansan las más de las veces en dificultades comunes. La identidad, un concepto tan resbaladizo y difícil de establecer, también puede tratar de comprenderse a través de aquellos rasgos compartidos. La Argentina tiene tesoros documentales que iluminarán probablemente algunos procesos todavía oscuros, y lo mismo ocurre a la inversa. El exilio de muchos hombres políticos o de letras, por ejemplo, se encuentra reflejado en la prensa latinoamericana, que a lo largo de dos siglos albergó a aquellos que debían alejarse de su país. Una de nuestras obras canónicas, el Facundo de Sarmiento, fue publicada en forma de folletín en el diario El Progreso de Santiago de Chile. La Biblioteca recuperó un microfilm con esta primera edición gracias a la colaboración de una investigadora argentina.
A punto de iniciarse un milenio, pierde espesor la discusión acerca de si el papel será reemplazado. El papel ha sido el soporte que permitió que la historia documental de la humanidad, su "memoria del mundo", sobreviviera hasta hoy. Demos paso a los nuevos formatos para que esta historia no se pierda. © La Nación