La nueva cara de Madonna, una provocación
La estrella pop conmocionó las redes y se convirtió en el eje de un debate sobre estética, edad y espectáculo
Con trenzas rubias recogidas sobre las orejas, vestida con una falda larga y chaqueta negras y con una fusta, una de las artistas con mayores ventas de todos los tiempos se convirtió en el centro de atención de la edición 65 de los Premios Grammy. Madonna estaba allí para presentar a Sam Smith y a Kim Petras, un intérprete no binario y una mujer trans. Pero el escándalo más ruidoso de las redes sociales no se refería a su discurso y su longeva defensa de la comunidad LGBTQ. Se referían a su rostro, de una suavidad prodigiosa y extravagantemente esculpido.
Todos los rasgos de Madonna parecían exagerados, forzados y pulidos hasta el extremo. Su frente, lisa y brillante como un cuenco de porcelana. Sus cejas, blanqueadas y depiladas hasta hacerlas casi invisibles. Sus pómulos, profundamente marcados. El efecto completo era familiar, pero más que ligeramente extraño.
La gente puso su foto junto a la de Janice, de El show de los Muppets y se hicieron bromas con el título de una de sus películas Buscando desesperadamente a un cirujano, mientras los cirujanos plásticos se apresuraban a adivinar a qué procedimientos se había sometido. Sin embargo, más allá de la cuestión de qué se había hecho, estaba la más interesante de por qué se lo había hecho. ¿Acaso Madonna se dejó arrastrar por la vorágine de la cultura de la belleza? ¿La presión por parecer más joven le hizo pensar que debía parecer una especie de bebé contorneado?
Sin embargo, más allá de la cuestión de qué se había hecho, estaba la más interesante de por qué se lo había hecho. ¿Acaso Madonna se dejó arrastrar por la vorágine de la cultura de la belleza? ¿La presión por parecer más joven le hizo pensar que debía parecer una especie de bebé contorneado?
Tal vez sea así, pero me gustaría pensar que el más grande camaleón de nuestra era, una mujer que siempre tuvo la intención de reinventarse, estaba haciendo algo más astuto, más subversivo, ofreciéndonos tanto un nuevo rostro –aunque no necesariamente mejorado– como una crítica sobre el trabajo de la belleza, la inevitabilidad del envejecimiento y el dilema imposible en el que se encuentran las celebridades femeninas de mayor edad.
A lo largo de la historia, muchas intervenciones estéticas han sido sutiles, invisibles, privadas: Cleopatra bañándose en leche de burra, la reina Isabel I dándose golpecitos en la cara con una mezcla tóxica de vinagre y plomo o un ama de casa de la década de 1950 retocándose discretamente las canas.
No se trataba solo de tintes para el pelo. Era toda una industria, una serie de cosas que las mujeres se ponían, compraban y hacían y que se suponía que nadie debía ver, sentir o conocer. Corsés y aros para ceñir la cintura y elevar el pecho. Cosméticos para disimular imperfecciones y mimetizarse con la piel. Y la cirugía estética, los cortes y los alisados que debían dejarte como si tuvieras unos genes magníficos. En mayor o menor medida, se trataba de artificios, humo, espejos y pretensiones. Para la mayoría de las mujeres, las consignas han sido sutileza, secretismo y vergüenza.
Madonna siempre ha tenido una relación complicada con ese enfoque. Se ha reinventado una y otra vez, desde su llegada a los clubes de Nueva York con corpiños de segunda mano, guantes de encaje sin dedos y crucifijos, hasta su ascensión a la realeza de Hollywood con su apariencia de Marilyn Monroe en Material Girl. Madonna andrógina, Madonna dominatriz, Madonna con elegancia de diseñador, Madonna retro-disco. Tras los Premios Grammy, la gente se queja de que ya no se parece a Madonna, pero ¿qué Madonna le viene a la mente? Ha sido rubia y morena, masculina y muy femenina. Ha usado ropa desechada y de alta costura. Nos ha mostrado sus raíces y su ropa interior, exhibiendo las partes ocultas. Cada nueva versión de Madonna era a la vez una apariencia y un comentario sobre ese atuendo, una declaración sobre el artificio de la belleza y sobre su propio derecho a establecer los términos en los que se la veía.
“Nunca me he disculpado por ninguna de las decisiones creativas que he tomado ni por mi aspecto o mi forma de vestir y no voy a empezar a hacerlo”, escribió en su cuenta de Instagram. La apariencia más reciente no es del todo novedosa. Ya en 2008, la revista New York declaró: “Fuera las delgadas y ceñidas; entren las tallas grandes y jugosas. Hay una nueva cara en la ciudad y es la de un bebé”. El principal ejemplo del artículo era la propia Madonna, cuyo rostro renovado se comparaba con una silla de montar rellena. Pero la moda es voluble. En 2019, Elle publicó que “las mejillas redondas de niño pequeño, los pucheros tumescentes y las frentes inmóviles” estaban “oficialmente pasados de moda”.
¿Es posible que Madonna esté tan cegada por su fama y riqueza que haya perdido la capacidad de verse a sí misma objetivamente? Sí, pero sean cuales sean sus intenciones, la superestrella ha conseguido que hablemos de lo subjetiva que es la buena apariencia y de lo omnipresente que es la discriminación por edad.
Al final, si su intención era hacer una declaración o simplemente parecer más joven, mejor, “renovada”, casi no importa. Si la belleza es un concepto, Madonna es quien ha puesto su andamiaje a la vista.