La otra Argentina, harta y angustiada
Por Antonio E. De Turris Para LA NACION
Parte de la sociedad argentina, la inmensa mayoría, posiblemente sigue cada vez más absorta y angustiada la interminable disputa entre el Gobierno y el campo que, según admitieron los propios contendientes antes de que todo se enredara en acusaciones mutuas de todo tipo, es por plata.
Desde hace ochenta días, las partes en pugna mantienen discursos básicos que pueden resumirse así: las retenciones son necesarias para que quienes menos tienen tengan más, dice la Casa Rosada; el campo es el gran motor del crecimiento, dicen los ruralistas.
¿Creerá esa inmensa mayoría de la ciudadanía que realmente es así: que quienes hace casi tres meses la tienen sentada ante el ring están mirando más allá de sus propios intereses? Es difícil dar una respuesta contundente, pero hay sobre la mesa cartas muy claras que indican que la puja no es, justamente, entre estudiosos de la filosofía platónica.
Los millones de personas que pasan penurias en la mayoría de los hospitales públicos, que ven cómo se arrastran los viejos autos policiales, que deberían ser veloces, que se hacinan en los ferrocarriles y colectivos urbanos -cuando andan, claro-, que ven cómo sus hijos asisten a escuelas públicas deterioradas y que están en las manos de Dios si no pueden pagarse una seguridad privada, posiblemente descrean de que los K están sacando la cara por ellos cuando atacan a los ruralistas.
Pero esos mismos millones, que sin tener tierras o arrendarlas, soportan un dólar inflado que beneficia a los exportadores, y no sólo los del campo, también escuchan cómo gente del interior, obviamente no toda, se ufana, sanamente, de no haberse llevado afuera la plata que admite haber ganado en estos últimos años.
¿Son, por ello, oligarcas que no piensan en el bien común, sino en sus propios intereses, como los define el Gobierno? Indudablemente, no. Son personas que, como todas, aspiran a que su trabajo les rinda y les permita vivir cada vez mejor. Y es comprensible que no quieran ver que sus ganancias van cada vez en mayor medida a la caja de la Rosada. Eso es tan cierto como que la mayoría de los millones que están en el ring side no han progresado en los últimos años, entre otras cosas porque la base del plan económico kirchnerista -es decir, la devaluación de Duhalde que siguió al default de Rodríguez Saá y que tiene como ariete un dólar sostenido con anabólicos para que los exportadores, del campo y los otros, y el Gobierno puedan hacer más caja- ha generado más puestos de trabajo, pero no siempre les ha permitido acceder a un mejor calidad de vida.
No hace falta haberse doctorado en Harvard para saber que un dólar alto no es lo más cómodo para quienes viven de un sueldo. Los sacerdotes que recorren el conurbano han visto que quienes van a los comedores solidarios ya no son sólo desocupados, sino también trabajadores a quienes lo que ganan no les alcanza para dar de comer a sus familias. La inflación no perdona, y menos a ellos.
El Gobierno admite semejante situación cuando habla, por boca de la propia Presidenta, del programa económico que sostiene toda la sociedad y dice que gracias a ese plan ruralistas hoy prósperos pudieron, en su momento, evitar el remate de sus tierras. Es cierto, aunque también debe agregar en la lista de grandes beneficiarios de la devaluación y el dólar alto a buena parte del empresariado que hoy, por temor o por negocios, forma parte de su corte, que todo lo ve bien.
Los del campo dicen que los impuestos que pagan no se ven reflejados en obras que mejoren la infraestructura de los pueblos, que la plata de las retenciones vuela para la Plaza de Mayo y que vuelve con cuentagotas y cuando algún intendente o gobernador tiene la suerte de inaugurar algo, siempre gracias a la generosidad del gobierno central. ¿Quién puede dudar de que ello es así en gran medida? Nadie. Como tampoco de que fue en el interior donde Cristina hizo mejor pie en las elecciones, frescas aún. ¿Nadie sabía del estilo y las intenciones K? ¿Alguien pudo pensar que gobernadores antes complacientes y gustosos de mostrarse sonrientes en cada aparición de la Presidenta o su marido hoy estarían peleando por lo que les corresponde a sus provincias y pensando más en quienes los votaron que en si la Presidenta puede o no conciliar el sueño? Hay sorpresas, pero no demasiadas. Cada uno hará su examen de conciencia.
El monumental acto de Rosario demostró que el campo no está solo, y el de Salta, como se le escapó al propio Luis D Elía por TV, que hubo que "movilizar". Se moviliza a los clientes de siempre, que en su mayoría son grandes víctimas de todos los gobiernos.
Probablemente, los K esperan que las demostraciones del campo terminen diluyéndose, ya sea porque nadie de la oposición pueda adueñarse de semejante capital sin correr riesgos, o porque los referentes del campo se conviertan en Juan Carlos Blumberg si se lanzan a la arena electoral. Quizás esté usando la disputa para que la economía se enfríe, y con ella la inflación, y alguien pague los supuestos costos.
Tal vez los ruralistas crean que, si aguantan, los K se verán obligados a ceder al ver que la caja se achica y que sus encuestadores predilectos terminan como el Indec, inventándolo todo y desacreditados. Y tal vez el camino no tenga retorno.
Sin perjuicio de la simpatía que despierta la gente de campo ni de las fibras que puedan conmover los K cuando aseguran que hay golpistas acechándolos, hay millones de ciudadanos que siguen allí, en el ring side , pensando, tal vez, que también ellos son víctimas de retenciones (cargas impositivas de todo tipo) que no vuelven en obras, sino en dádivas. Y, sin entender mucho sobre retenciones, mercados a futuro y commodities , posiblemente se sientan parte de la otra Argentina, la que no estuvo ni en Salta ni en Rosario, que está harta y angustiada, y que no espera nada bueno del combate, quien quiera que sea quede en la lona.
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