La pandemia como embajadora del futuro
La trascendencia extraordinaria de esta pandemia resulta de la vastedad de sus efectos en el espacio, el tiempo y la naturaleza de lo que afecta, pues no se vislumbra su desenlace ni existe ámbito que la eluda. El entorno del hombre ha quedado súbita y severamente reducido a un planeta más pequeño, agudizando el fenómeno de la globalidad y estrechando a los seres humanos de un modo jamás visto.
Los historiadores del futuro calificarán a este acontecimiento como un trauma en la escala de las caídas de los Imperios Romanos, de la Revolución Francesa o de la tecnología nuclear, capaz de dar a luz a una nueva época. Su singularidad se basa en que, cada tanto, aparecen personas o sucesos que desafían las certezas de los calendarios y adelantan el curso de los tiempos, como “embajadores del futuro”, concepto que si bien Adorno acuñó para Bach, consagra a algo o alguien capaz de anticipar en su presente un aviso de lo que vendrá, heraldos de su propia proyección sobre los siglos venideros.
Esta pandemia posee la notable capacidad de interpelarnos como mensajera del futuro, de forzarnos en apenas un año a adoptar una mirada anticipada acerca de cómo resolver la evolución de los problemas globales, pues estos ya han sido subvertidos por una nueva e incierta situación. Estamos enfrentándonos en pocos días a lo que, de no haberse producido la pandemia, habríamos alcanzado con otro ritmo. Como cualquier experiencia severa –guerras, catástrofes, holocaustos–, la humanidad experimenta una aceleración y concentración de experiencias que, en términos de largo plazo, puede definirse como una inusitada aceleración de la historia.
En su tercera dimensión, el fenómeno de la pandemia plantea una complejidad y multidisciplinariedad que abruma, destejiendo y retejiendo con una trama inédita la urdimbre que entrelaza todas las actividades humanas. Por haber ceñido al mundo, precipitado la historia y complejizado toda la existencia humana, se trata de una cuestión ubicua, ecuménica, exhaustiva, omnímoda y unánime, como nunca antes había existido.
El desafío que plantea es mayúsculo y exige una mirada ordenadora sobre el desconcierto imperante, que permita alzarse sobre sus secuelas para ver más allá y buscar una manera de sortearla como una suerte de salida hacia adelante. Existen dos grandes estrategias para lograrlo. En primer lugar, avanzar responsable pero resueltamente en elevar la calidad de vida del hombre, montándose en la cadencia galopante de las nuevas tecnologías. Aunque parece obvio, no lo es, pues se expande el irracionalismo posmoderno en boga que atribuye los males de hoy a siniestras tecnologías, como si fuesen buenas o malas per se, y promueven en su contra una cruzada preconciliar y vana.
Por otro lado, no todo en la pandemia consiste en problemas de solución técnica, como es su más álgida consecuencia, que consiste en haber conmovido de raíz la cuestión del sentido de la vida, al decir de Viktor Frankl. Como experiencia límite extrema, aunque sin parangón, pues esta vez aqueja sin excepción a cada miembro y dimensión de la humanidad, es, esencialmente, un asunto espiritual, remite a interrogantes esenciales al ser humano en su integridad.
Las tecnologías ya están a la cabeza de soluciones, como las vacunas, pero sin un pensamiento humanista profundo, solo ofrecen soluciones técnicas para sobrevivir. Esta pandemia ofrece una oportunidad insuperable para que la filosofía, a la cabeza de otras disciplinas del espíritu, como el arte, provea respuestas que restablezcan la centralidad del hombre en los problemas que aquejan al planeta. La humanidad no saldrá bien parada de esta catástrofe si no la encara con una alianza sólida entre las ciencias duras y las del espíritu, recuperando la audacia prometeica de la filosofía, soltando las jaurías cazadoras de los poetas en las fronteras de las ciencias (Saint-John Perse) o persiguiendo “vestigios del futuro” (Spinetta), que anticipen las huellas del hombre del mañana. Aquellos que logren formular respuestas que contengan ese equilibrio entre tecnología y humanismo serán los embajadores del futuro que lideren a la humanidad en su lucha contra este flagelo.