La peste no cesa
La literatura griega, desde Homero hasta Sófocles y Eurípides, nos muestra que las infracciones de las leyes divinas y humanas, así como su impunidad, eran castigadas por los dioses. El quebranto de las normas podía ser el origen de una peste asestada a todo un pueblo por las divinidades. En términos modernos, la “ilegalidad”, la desmesura, contaminaban a toda la sociedad que, a su vez, devenía culpable hasta que se penara al violador de las reglas.
El criterio olímpico es sabio. Pensemos en la historia argentina. Desde hace más de un siglo, las faltas impunes de los dirigentes infectan la Nación. Si la ley no se aplica a todos, todos vivimos fuera de la ley, apestados por los crímenes que aceptamos. El o la culpable puede, como Edipo, no ser consciente de su crimen. Edipo no sabía que había asesinado a su padre y que se había casado con su madre. Los dioses desataron la peste contra Tebas, su reino, para hacérselo saber. Cuando tantos funcionarios, políticos y ciudadanos, contra toda evidencia, se declaran inocentes de aquello por lo que son acusados, y se los absuelve, uno conjetura que quizá no sean conscientes de sus delitos; la ley no rige para ellos. Todo el país es “inocente”. Pero la peste no cesa.
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