Editorial II. La policía pierde un jefe valioso
Ha causado una honda preocupación en la comunidad la noticia de que solicitó su pase a retiro el superintendente de Drogas Peligrosas de la Policía Federal, comisario general Juan Carlos Rafaini. Ese alejamiento -al margen de las explicaciones oficiales y más allá de la situación conflictiva que parece haberlo provocado- priva a la policía de un alto jefe caracterizado por su profesionalidad, su energía y, asimismo, su incuestionable hombría de bien, tal como es posible comprobarlo con sólo leer su foja de servicios.
Funcionarios del gobierno nacional -y también del seno mismo de la institución policial- han tratado de justificar este inesperado pase a retiro atribuyéndolo a una rutinaria e intrascendente cuestión reglamentaria. El motivo real, sin embargo, estaría relacionado con los recientes casos de presunta corrupción policial que están siendo investigados por la Justicia.
Según atentos oyentes, Rafaini admitió la probable existencia de esas irregularidades durante su intervención como panelista en el encuentro sobre drogas y medios de comunicación organizado hace tres semanas por la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) y, además, discreparía con quienes aún no han dispuesto medidas de fondo para esclarecerlas y sancionar a sus responsables.
El retiro del funcionario policial que durante los últimos años, y con señalado éxito, ha estado al frente de la lucha contra ese gran flagelo de nuestro tiempo que es el tráfico y el consumo de estupefacientes -perversamente emparentado con las más violentas modalidades delictivas-, no contribuye a disipar, por cierto, la opresiva sensación de inseguridad que padece la población. Por el contrario, dada la cruda demostración de que ni siquiera el acrecentamiento de las intervenciones policiales ha logrado que los malhechores depongan su criminal agresividad, acentuará el temor y la aprensión que embargan a la comunidad.
La Policía Federal debería ser la primera interesada en aclarar y denunciar públicamente si en sus filas hay corruptos. Esa valiente actitud, lejos de desmerecerla como institución, enaltecería su imagen y contribuiría, asimismo, a consolidar la confianza que necesariamente le debe otorgar la sociedad de la cual forma parte. Sinceramiento que, por otra parte, también serviría para dar respuesta a los interrogantes planteados por el hecho de que en medio de una aguda crisis de inseguridad se deje ir -sin más trámite- a uno de los más valiosos y capacitados jefes.
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