La renuncia triunfal de Feletti
En 2010, Mario Vargas Llosa renunció enojado a la titularidad de la comisión encargada de establecer el Lugar de la Memoria del Perú ante el presidente Alan García, rival político suyo, quien lo había designado. Como García decidió decretar una amnistía, Vargas Llosa lo acusó, con diversas consideraciones, de buscar votos “entre los herederos de un régimen autoritario que sumió al Perú en el oprobio de la corrupción y el crimen y siguen conspirando para resucitar semejante abyección”. Por su prosa no sería extraño que esta renuncia figure en alguna edición de las obras completas del Premio Nobel de Literatura.
Si existiera un podio de renuncias con historia no cabe duda de que allí estarían las dos consecutivas del general Pedro Pablo Ramírez a la presidencia de la Nación. Después de siete meses de gobierno, a Ramírez sus camaradas de armas le pidieron que renunciara, idea que en un principio desoyó. Para reforzar la sugerencia le rodearon la quinta de Olivos con tropas. Eso lo impulsó a buscar una hoja. Escribió: “Como he dejado de merecer la confianza de los jefes y oficiales de las guarniciones de Campo de Mayo, Palomar y La Plata, según me lo acaban de manifestar dichos jefes, y como no deseo comprometer la suerte del país, cedo ante la imposición de la fuerza y presento la renuncia al cargo de presidente de la Nación”.
Pero a los golpistas del exgolpista les pareció que estos términos podían tener consecuencias sobre la delicada política exterior, en especial considerando que estaba en curso la Segunda Guerra Mundial y la Argentina, con alguna demora, venía de romper relaciones con el Eje. Entonces Ramírez aceptó redactar una segunda renuncia: “Fatigado por las intensas tareas de gobierno que me exigieron tomar un descanso, en la fecha delego el cargo que desempeño en la persona del Excelentísimo señor vicepresidente de la Nación”.
No fue Roberto Feletti el inventor del estilo de renuncia que se bambolea entre la acritud del despido y la dignidad de la salida voluntaria. Más aún, hasta hay en la bibliografía “renunciantes” que se permitieron tomarle el pelo a esa tensión inherente a la finalización de muchos empleos. Por ejemplo Andrew Mason, confundador y director ejecutivo de Groupon, quien hizo este anuncio en 2013: “Después de cuatro años intensos y maravillosos como CEO de Groupon he decidido que me gustaría pasar más tiempo con mi familia. No, es un chiste, me despidieron hoy. Si te preguntás por qué, no estuviste prestando atención”.
Cabría preguntarse si para renunciar a la Secretaría de Comercio el lunes pasado el contador Feletti no copió la crudeza, el cinismo y la fatiga de Ramírez, el enojo de Vargas Llosa y el humor de Mason.
Empecemos por el humor. ¿No es gracioso que Feletti -de quien sería impreciso afirmar que fracasó en la misión que se le había encomendado de bajar la inflación porque no sólo no la contuvo sino que la aumentó-, se vaya diciéndole al gobierno lo que debe hacer para solucionar el problema? “Urge implementar una mayor coordinación del gabinete económico y establecer un ámbito que evalúe de manera sistemática la evolución de la crisis mundial derivada de la guerra”. Eso sí que es un renunciante patriota, por algo representaba dentro del equipo económico al Instituto Patria. Se va frustrado, derrotado, malherido, ultrajado por la inflamada carestía de la vida a la que debía domar, pero no trepida en ofrendar su sabiduría y dejar consejos. Lo extraño es que proponga una mayor coordinación del gabinete económico justo cuando el gobierno decide subordinar la Secretaría de Comercio al Ministerio de Economía. Por si alguien no se acordase de que se acaba de tomar esa decisión, Feletti, didáctico, detalla al comienzo: “El traspaso de la Secretaría de Comercio desde el Ministerio de Desarrollo Productivo hacia el Ministerio de Economía de la Nación abre una nueva etapa, en la que éste último se hará cargo de la política económica de manera integral, incorporando a su órbita la política de precios y demás misiones y funciones atinentes a la Secretaría que encabecé hasta aquí”. No se sabe a quién está informando. ¿Al Presidente, que es el que dispuso el nuevo organigrama?
El cinismo, o acaso de vuelta el humor, se hace presente cuando Feletti argumenta que la inflación argentina viene de Ucrania. O sea, del país que entró en guerra con Rusia el 24 de febrero. Pasemos por alto el detalle de que en febrero para el gobierno de los Fernández no había ninguna guerra, mucho menos con Rusia, el país invasor que a nuestras autoridades les costó un Perú (o un Putin) empezar a nombrar. ¿Antes del 24 de febrero no había inflación? ¿Cuánta inflación aporta la guerra ucraniana?
El contador ensalza los programas Precios Cuidados, Cortes Cuidados, la incorporación de una oferta de frutas y verduras a las canastas vigentes, la renovación de Ahora 12, la puesta en funcionamiento del Fondo Estabilizador del Trigo Argentino, del fedeicomiso privado para la harina y los fideos secos y otras medidas adoptadas, dice, bajo su gestión. Y a renglón seguido expresa: “sin embargo, estas herramientas regulatorias que fueron pertinentes y necesarias hasta finales del mes de febrero se tornaron insuficientes” cuando empezó la guerra.
¿Cómo que fueron suficientes? ¿Suficientes para que la inflación de diciembre fuera de sólo 3,8 por ciento y la de enero de apenas 3,9? Hablamos de antes de que Alberto Fernández le ofrezca a Putin ser la puerta de entrada de Rusia en América latina (eso sucedió el 3 de febrero), cuando a nadie se le podía ocurrir, a nadie del gobierno, que pudiera haber una guerra en Ucrania.
“La situación actual exige el desarrollo de nuevos instrumentos”, dice para llevar los reflectores a la causa kirchnerista de aumentar las retenciones, que según el día Alberto Fernández comparte o desestima. Hay un enojo subliminal: Feletti sugiere que se va porque no le quieren subir las retenciones. ¿Y la situación anterior, que Feletti pensaba resolver mediante instrumentos de probada ineficacia como los controles de precios, sobre todo instrumentados por un gobierno que ni siquiera consigue controlar a la oposición interna, de la que él era hasta el lunes el alfil principal?
En un contexto delirante como el que supone ocuparse de las ilustraciones que traen los billetes pero no de lo que los billetes valen ni de sus denominaciones desactualizadas, los embrollados términos de la renuncia de Feletti no pueden sorprender. Por algo las dos cosas sucedieron el mismo día: son formas concurrentes de negar la inflación, supuesto método para ahuyentarla.
Lo más increíble es la interpretación que dice que Cristina Kirchner le ordenó dejar el puesto para que el equipo económico, ahora con la Secretaría de Comercio adosada, pague el costo de no poder vencer a la inflación. Como si hasta ahora el kirchnerismo se hubiera hecho cargo de que el titán que combatía el alza de precios sin ningún éxito era un hombre suyo.
“Estoy seguro de que compartimos el objetivo final, que es el de una Argentina más próspera y humanamente desarrollada”, le escribe grandilocuente el secretario de Comercio renunciante al primer mandatario. Eso ya acontece en las alturas del porvenir, donde la inflación directamente se esfuma. Hasta la victoria siempre, faltó agregar.
Y todavía falta el postre, un desvelo irrenunciable. No importa que la inflación siga descarriada. Se omite ese detalle. “En adelante -jura nuestro héroe-seguiré trabajando para contribuir al triunfo del peronismo en 2023 con la convicción de que representamos la única opción política capaz de garantizarle a nuestro país y a nuestro pueblo la grandeza y la felicidad que se merecen”. Si seguirá trabajando para que gane el peronismo en 2023 quiere decir que él cree que eso es lo que venía haciendo. Lo que no queda muy claro es cuál fue su contribución.