La revolución del cansancio
“No doy más”, escuchamos decir. Los últimos meses nos fueron dejando un cansancio enorme; se siente en el cuerpo y se lo escucha en conversaciones. Pero no es la pandemia (sostiene el norteamericano Jonathan Malesic, autor del reciente libro El fin del agotamiento) sino la vida tal como la veníamos viviendo. Una vida en la que el trabajo se convirtió en la única señal de identidad.
“La pandemia nos lo recordó: existimos para hacer algo más que trabajar. El futuro del trabajo debería significar trabajar menos” explicó esta semana para el New York Times. Malesic disiente con la noción de que el trabajo o la falta de él define al ser humano: cada uno de nosotros tiene dignidad, trabaje o no. En su libro reproduce testimonios de madres que no quieren separarse durante 11 ó 12 horas diarias de sus hijos ni trabajar frenéticamente en horarios artificiales a costa de la propia salud mental.
Se trata de un pensamiento tan sencillo como radical. Puede llevar a consecuencias impensadas como el ingreso básico universal, el derecho a la vivienda y a la atención médica y el salario digno. Y la jubilación, la discapacidad y el cuidado de otras personas como formas normales y legítimas de vivir. No somos nuestro trabajo: somos más que eso.
Algo más
¿La utopía del ocio no es posible? ¿La redes y el WiFi nos atrapan en lugar de liberarnos? Malesic propone establecer límites más estrictos a la jornada laboral. Y la compasión como herramienta: las personas que tienen tareas más duras -como el personal de salud o los repartidores- deberían acceder a mejores sueldos. No se trata de abolir el trabajo sino de construir una cultura laboral del cuidado.