La salud, como una mercancía
Por Aquiles J. Roncoroni Para La Nación
AL diplomarse, los médicos juran cumplir los preceptos de Hipócrates y se comprometen a tratar al paciente excluyendo todo conflicto. Platón decía en Las leyes que la explicación de la enfermedad al paciente y su familia y el consentimiento (informado) debían preceder al tratamiento. Ya en el Código de Hammurabi (1700 a.C.), los derechos del paciente a un buen tratamiento eran garantizados por crueles penalidades para el médico si fracasaba, mientras que un resultado exitoso se pagaba con generosa retribución. Se intentaba asegurar el acceso universal a la medicina: el propietario debía pagar la atención de su esclavo.
Derechos del paciente
Hoy, el deber de actuar como abogado del paciente, es decir, la obligación fiduciaria del médico, ha crecido en complejidad junto con el desarrollo tecnológico. Este último implica gastos mayores y la dificultad de pagar para familiares, aseguradores privados, obras sociales o el gobierno. La creciente monetarización de la salud, con la decisión en manos de economistas _en las empresas que explotan este lucrativo negocio, en las obras sociales o en el Estado_, coloca al médico ante conflictos insospechados.
Es imperdonable haber incluido el tratamiento de la enfermedad, bien no consumible a voluntad, dentro de las mercaderías comercializables. La empresa de salud selecciona el riesgo: la familia joven es el objeto principal de su propaganda y los gastos son preventivos (vacunas y consejos de vida sana); los mayores quedan excluidos. La competencia para seducir al "consumidor" impulsa a prometer, en la esperanza de no tener que cumplir. Los costos administrativos, la propaganda persuasiva y la retribución al capital impiden que la empresa gaste en el objeto de su existencia más del 65 o 70 por ciento de lo recaudado.
Ante enfermedades complejas, se retacea el empleo de procedimientos costosos, sustituyéndolos por otros más baratos. Se uniforman y acortan los períodos de internación. Se raciona el acceso al especialista. Pacientes complejos son tratados por médicos de familia cuya variedad de "clientes" les dificulta conocer lo mejor para cada uno. La cada vez menor retribución por enfermo obliga al médico a ampliar el número de sus pacientes y olvidar la comunicación. Así el médico, proletarizado por el número, fácilmente reemplazable, incentivado en proporción a su "cooperación", entra en conflicto: su lealtad está dividida entre su conveniencia y su obligación fiduciaria.
Las tácticas ideadas por los economistas para acotar y transferir el riesgo incluyen los módulos que establecen pago o tiempo fijo de internación por enfermedad, o las dos cosas, y la capitación, consistente en establecer un pago fijo por paciente. Agotado el módulo o la cápita, la continuación del tratamiento depende de la conciencia del médico y de los recursos. Se prioriza el costo en lugar del diagnóstico y tratamiento.
La transformación del cuidado de la salud en una mercancía y de la medicina en un negocio se originó en el aumento del costo, dependiente en un 70 por ciento del avance tecnológico, cuya aplicación sería excesiva. En los Estados Unidos se juzgó intolerable que el avance anual del gasto en salud, casi un 5 por ciento, más que doblara el crecimiento del producto bruto entre 1960 y 1990. Se creyó erróneamente que las técnicas empresariales contendrían este avance. La industria de la salud es de gran crecimiento económico, las remuneraciones de sus ejecutivos son ingentes: simplemente se transfirieron ingresos de hospitales "proveedores" a la empresa intermediaria, que raciona y esquiva el riesgo.
Medicina y mercado
¿Desea la sociedad detener el avance tecnológico por el cual la supervivencia media ha pasado de cincuenta años en 1920 a setenta y cinco en 1990. ¿Por qué no limitar también el avance en las industrias de telefonía, computación, etcétera? Al limitar el gasto se exige mantener calidad y satisfacción del "consumidor". Pero preservar la calidad no implica investigar, única manera de avanzar. La satisfacción del consumidor debe evaluarse con pacientes crónicos o complejos: los sanos tienden a contentarse con el confort. Los índices de precios evalúan los cambios en los costos, no los progresos en calidad. Así, no consideran la seguridad del paciente en el hospital con más enfermeras y más capacitadas.
Hemos pasado de una relación y responsabilidad limitada al médico y su paciente a compartirla con hospitales, empresas de salud, inversores, seguros, abogados, tribunales, asociaciones profesionales, la industria farmacéutica y el gobierno. El contrato social que permite nuestra acción surge de veinticinco siglos de filosofía judeocristiana. ¿Aceptaremos que sus normas sean sustituidas por las que rigen en el mercado comercial? ¿Desean ser tratados así los númenes del marketing , la economía de coyuntura y el beneficio empresario como ley soberana cuando les llegue el momento?
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