La seguridad en los vuelos
La aeronavegación es una de las resultantes predilectas del prodigioso avance tecnológico registrado durante el siglo XX. Se desarrolló en medida simultánea con el afianzamiento de la convicción de que se podía viajar por el aire con la misma seguridad -o mayor, según estadísticas confiables- con que se lo hacía por tierra o por agua. De allí, pues, que para los usuarios de ese medio de transporte no haya sido noticia grata la de que, por razones de índole presupuestaria, los sistemas de control del espacio aéreo nacional no se encontrarían actualmente en estado de excelencia.
Según declaraciones de integrantes de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (Apla), recogidas por LA NACION e incluidas en una nota de investigación publicada hace pocos días, una importante cantidad de equipos de radioayudas y de comunicaciones esenciales para la protección de los vuelos estaría fuera de servicio o en deficientes condiciones de mantenimiento. Por su parte, la Fuerza Aérea Argentina (FAA), responsable del control del tráfico aerocomercial, sostuvo que no está comprometida la seguridad en los cielos, pero admitió que hay dificultades para mantener aquel sistema en óptimo estado de funcionamiento, por falta de recursos. Una explicación que también fue avalada por el Ministerio de Defensa.
Los pilotos, de suyo los inmediatos -aunque no los únicos- perjudicados por esa crítica situación, reclamaron, además de otras medidas de orden gremial, la rápida reparación de los sistemas de radioayudas y la inclusión del postergado plan de radarización en el presupuesto de la Nación para el año próximo. No conformes con ese petitorio, también le requirieron a la Federación Internacional de Pilotos que intervenga "ante las más altas autoridades nacionales debido a los reiterados inconvenientes sin solución que las comunicaciones y las radioayudas del tráfico aéreo argentino están soportando".
Rapidez, comodidad y, básicamente, seguridad del vuelo son los tres pilares fundamentales sobre los cuales están asentadas la confiabilidad y las preferencias mayoritarias por el transporte aéreo, sobre todo si se trata de viajes de media y larga distancia. Cualquier falla del último de esos sostenes, la seguridad tendría consecuencias imprevisibles: demoras, perjuicios para los viajeros, pérdidas de toda clase para las compañías y la fantasmal amenaza de una tragedia aérea.
Comprobaciones fehacientes han demostrado que los sistemas de aterrizaje por instrumentos no funcionan o lo hacen con restricciones en varios aeropuertos del país -entre ellos, el internacional de Ezeiza y el Aeroparque metropolitano- y que en diversos puntos de nuestro territorio están fuera de servicio radiofaros, medidores de distancias y sistemas de iluminación de pistas. Preocupante situación a la que se han venido a sumar las irresponsables interferencias que, producidas por emisoras radiales legales o clandestinas, en varias oportunidades han perturbado seriamente las operaciones con base en el Aeroparque.
El Ministerio de Economía se comprometió a aportar recursos suplementarios para que estas deficiencias pudieran ser corregidas, aunque más no fuese en forma parcial. En todo caso, no se trataría de una inversión en vano: no sólo diversos intereses legítimos -tales como la continuidad de las actividades aerocomerciales y el desarrollo de la industria del turismo- dependen de la completa y correcta realización de esas inexcusables tareas sino, asimismo, a ella están subordinados el bienestar e incluso las mismas vidas de los usuarios de ese medio de transporte, circunstancia ante la cual no hay dilación que valga.
A nadie se le escapa que la presente es época de estrecheces financieras, recortes presupuestarios y economías forzosas. Sin embargo, ciertas cuestiones esenciales necesariamente deben quedar fuera de tan estricto encorsetamiento. La seguridad de los vuelos debe ser, sin duda e imperiosamente, una de ellas.