La servidumbre voluntaria
Si se hiciera una lista de las cien frases más abarcadoras y sintéticas de la historia sobre el hombre como ser político, incluiría una del Discurso de la servidumbre voluntaria, de Étienne de La Béotie (1530-1563). El breve ensayo, de una actualidad sempiterna, escrito en 1548 por el joven estudiante de 18 años, fue publicado póstumamente en 1576. La obra y la frase son célebres, de todos modos, me atrevo a recordarlas y a glosarlas porque la verdad, expresada con dignidad (La Béotie es uno de los grandes pensadores franceses aun en traducción), se enriquece cada vez que se la evoca. Cito la frase, escrita hace 472 años:
"Es increíble ver cómo el pueblo, en cuanto es sometido, cae de pronto en un olvido tan profundo de su libertad, que le resulta imposible despertarse para reconquistarla: sirve tan bien y con tanto gusto, que se diría al verlo que no sólo ha perdido su libertad, sino que, más bien, ha ganado su servidumbre."
He elegido algunas otras citas de La Béotie que revelan hasta qué punto el hombre ha cambiado muy poco, quizá nada, en lo esencial. El escritor toma a menudo como ejemplo a los emperadores del imperio romano. Le cedo la palabra, apenas si haré algún comentario. Para el jurista francés hay tres tipos de tiranos "Unos reinan porque han sido elegidos por el pueblo; otros, por la fuerza de las armas, los últimos por la herencia de raza. Los que llegan al poder por la guerra o la violencia se comportan como en un país conquistado. Los que nacen reyes tratan a sus súbditos como siervos hereditarios. Quienes reciben el poder del pueblo deberían ser los más soportables, pero una vez que están en la cima de la sociedad, halagados por la grandeza que se les atribuye, deciden no moverse de esa cumbre y, en lo posible, buscan transmitir el poder a sus hijos".
El aliado más poderoso de los tiranos, según La Béotie es el hábito. Quien nace en estado de servidumbre y no conoce otra cosa, difícilmente se rebele contra ese estado, sobre todo si recibe una educación "conveniente" suministrada por el tirano y sus secuaces.
Los mismos tiranos consideraban con extrañeza el hecho de que los hombres soportaran el maltrato, por eso "se cubrían de buena gana con el manto de la religión y se engalanaban todo lo que podían con los oropeles de la divinidad para proteger sus vidas malvadas".
Pan y circo era la fórmula de la sumisión: "Los pueblos se dejan engatusar rápidamente con la servidumbre por un mínimo halago. Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, los animales exóticos, las medallas, los cuadros y otras drogas semejantes eran para los pueblos antiguos los encantos de la servidumbre, el precio de su libertad y los instrumentos de la tiranía."
¿Por qué mecanismo misterioso millones de personas se someten a la voluntad del tirano? Esa es la pregunta que se formula La Béotie y que formula a sus lectores. ¿Tiene el tirano algún poder que no provenga de sus siervos? "Sembráis vuestros campos para que él los devaste, amobláis y ocupáis vuestras casas para abastecer sus saqueos, criais a vuestras hijas para satisfacer su lujuria, alimentáis a vuestros niños para que él haga de ellos soldados, en el mejor de los casos, y los lleve a la guerra, a la matanza, o para que los haga administradores de su codicia y ejecutores de sus venganzas."
¿Y qué decir de la generosidad de los gobiernos? "Los tiranos mostraban sus larguezas con un cuarto de trigo, un séptimo de vino, un sestercio, y eso bastaba para que gritaran ‘¡Viva el rey!’ Esos tontos no se daban cuenta de que no hacían sino recuperar una parte de sus bienes y que, hasta esa parte recuperada, el tirano no habría podido dársela si, antes, no se la hubiera quitado". Bastaría cambiar ciertas palabras para que estuviéramos hablando del siglo XXI, es decir, de los presidentes, los ministros, las delicias de los subsidios, de los "beneficios" de la jubilación, de la tortura de los impuestos y los ajustes.
La Béotie no dejaba de recordar a lo antiguos tribunos del pueblo, encargados de la defensa y la protección del pueblo y al hecho de que los emperadores, posteriormente, se habían atribuido también ese título y las mismas funciones porque ese trabajo era considerado santo y sagrado. De ese modo, se aseguraban que el pueblo se fiaría de ellos con más facilidad. El ensayista comparaba a aquellos emperadores con los sucesores de su época: "Los de hoy no hacen nada mucho mejor. Antes de cometer sus crímenes más graves, siempre los hacen preceder de algunos lindos discursos sobre el bien público y el alivio de los necesitados. La fórmula de la que hacen uso finamente es conocida; pero ¿puede hablarse de fineza allí donde hay tanta impudicia?" Téngase en cuenta que no había cadena nacional.