La sociedad nos está mirando
Como en todo cambio de época marcado por una profunda crisis, hay cosas que son visibles y evidentes y otras que transcurren silenciosamente debajo de la superficie, suelen ser profundas con impacto en el mediano y largo plazo. La actual crisis sanitaria mundial y su consecuencia directa en la economía, en los gobiernos y en las sociedades que administran es inédita y está poniendo a prueba a los diversos líderes en cuanto a las respuestas creativas que tienen que dar a los nuevos problemas y desafíos.
La novedad de estos tiempos es el tsunami que impulsa la tecnología aplicada a todos los aspectos de la vida humana, un proceso que tomó una aceleración impensada y que nos introduce definitivamente, y a toda velocidad, en el nuevo siglo, en la llamada cuarta revolución industrial. Se produce un cambio abrupto de las relaciones humanas, los hábitos de consumo, los vínculos comerciales, los sistemas de negocios y el mercado laboral. Y el hilo conductor de esta formidable transformación es la circulación de la información que la tecnología distribuye a escala global y al alcance de todos, ya sea en volumen como en accesibilidad.
Esto genera presiones y mayores controles en múltiples actores del campo público y privado; en los distintos niveles de gobierno y en el mundo de los negocios. A más información, mayor transparencia, y a mayor transparencia, un aumento de la exigencia social de ser éticos en toda su dimensión. La ética también se transformó, de ser una definición ubicada en la categoría de lo moral, pasó a representar un derecho que la sociedad hace propio y reclama, por lo tanto, a todos los representantes de la comunicad. La sociedad nos mira, nos observa, nos juzga, nos reclama integridad como actores sociales. Un reclamo de transparencia que se impone como una condición central para la reconstrucción de la confianza colectiva.
Desde ya, este proceso atraviesa al mundo de los negocios a pesar de que la tecnología también brinda herramientas para prácticas ilícitas, cometer actos fraudulentos que van desde el robo de activos, ciberdelitos y hechos concretos de corrupción en las empresas.
Estas prácticas negativas se enfrentan a una creciente demanda social a favor de la ética y la transparencia que se ha transformado en un factor determinante a la hora de hacer negocios, de pedir un crédito, cotizar en la Bolsa, y construir una relación de confianza con un consumidor y usuario cada vez más exigente y atento a no ser estafado. Así, la ética y la transparencia dejó de ser un atributo más para ser la esencia misma de una organización, su identidad, su consistencia frente a sus empleados como también a proveedores, accionistas, universidades, cámaras sectoriales y gobiernos. Ambos temas son complementarios y al mismo tiempo se pueden retroalimentar para construir la cultura del prestigio que es la más difícil de todas porque es la que permanece en el tiempo y le da sentido a la visión y misión que suelen definir en palabras las empresas.
Hay que tener una visión multidimensional de esta nueva realidad entre los negocios y la sociedad para mantener y elevar los estándares éticos de las organizaciones, frente a un presente que se muestra demasiado complejo y con riesgos impensados. En la economía del conocimiento, de la tecnología, de lo simbólico y de la sustentabilidad, que una empresa sea en sí misma una unidad ética y transparente y, al mismo tiempo, pueda ser percibida así por la sociedad es una condición inevitable para ser protagonistas de estos nuevos tiempos.
El autor es Presidente y CEO de KPMG y Presidente del Instituto de Ética y Transparencia de AMCHAM