La solución barata de Bush
NUEVA YORK
CUANDO Gerald Ford rechazó el pedido de ayuda financiera de la ciudad de Nueva York, The Daily News clamó en su primera plana: "Ford a la ciudad: muérete". Qué tiempos aquellos.
Hoy, sólo quienes leen asiduamente los diarios saben que George W. Bush se ha retractado de su compromiso personal de prestar ayuda a esta ciudad castigada. Y sólo quienes se apasionan en serio por la política saben que eso forma parte de un cuadro más amplio: las medidas económicas que hoy se debaten en Washington empobrecerán a las autoridades estatales y locales de todo el país.
En verdad, Ford no merecía aquel titular. Nunca había hecho promesa alguna a una ciudad que indudablemente, y en gran medida, era la causante de sus propios infortunios fiscales. ¿Por qué habría de sentirse compelido a auxiliarla?
Esta vez, la historia es otra. Como quizá recordarán, Bush vivió un par de días inestables tras el ataque terrorista. Algunos cuestionaron sus desplazamientos del 11 de septiembre; en Nueva York hubo cierto enojo porque no se apresuró a visitarla. La Casa Blanca respondió a las primeras críticas con su historia de una "amenaza creíble" al avión presidencial. Y, lo que es más importante, Bush reparó prontamente sus empalizadas neoyorquinas prometiendo una amplia ayuda a los senadores y representantes por el Estado de Nueva York. Le dijo al senador Charles Schumer que la ciudad tenía un "cheque en blanco".
Tal vez no haya entrado en pormenores, pero todos los implicados creyeron saber qué había prometido. Todos los artículos periodísticos de aquellos primeros días que he podido encontrar declaraban que Bush asignaría a Nueva York la mitad del paquete de 40.000 millones de dólares propuesta para combatir el terrorismo. Y, en general, se supuso que eso era apenas una primera cuota.
Sin embargo, cuando la Comisión de Asignaciones de la Cámara de Representantes completó los detalles, a mediados del actual, el paquete antiterrorista (que se ceñía fielmente a las pautas del gobierno) contenía tan sólo 9000 millones de dólares para Nueva York, menos de la mitad de los 20.000 millones prometidos. En las negociaciones de último momento con los airados representantes republicanos, la partida se elevó a 11.000 millones de dólares. Pero todavía equivale apenas a 55 centavos por cada dólar prometido.
Los funcionarios del gobierno dicen que llegarán a proveer los 20.000 millones pero, ¿por qué habríamos de creerles, si no han cumplido la promesa presidencial de incluir esa suma en el paquete antiterrorista? A medida que se aleja el recuerdo del ataque y el gobierno vuelve a estrecharse en un abrazo con los conservadores duros, como antes del 11 de septiembre (esto ya ha sucedido en grado considerable), disminuyen las probabilidades de que Nueva York vea el resto del dinero.
Quizá no haya nunca un día específico en el que el gobierno de Bush le diga a la ciudad "Muérete". En cambio, habrá promesas vagas y, luego, bastante inventiva contable: por ejemplo, incluir en los 20.000 millones el costo del despliegue de la Guardia Nacional. La promesa monetaria que los neoyorquinos creyeron haber recibido, supuestamente para ayudar a reconstruir la ciudad, se vislumbra cada vez más como un espejismo.
Dije que esto formaba parte de un cuadro más amplio. Los efectos del 11 de septiembre, combinados con un bajón económico, han puesto a las autoridades estatales y locales de todo el país en un grave aprieto financiero. Casi todos los gobiernos estatales están obligados, por ley, a equilibrar sus presupuestos; por consiguiente, deberán efectuar recortes draconianos en sus gastos.
Tal vez ustedes esperaban que el hecho de que los paquetes de "incentivos" se lanzaran en Washington ayudaría en algo a los gobiernos estatales en estos tiempos difíciles. Por el contrario: agravarán el daño. Las propuestas de eximir de los impuestos federales a grandes tajadas de las ganancias de las corporaciones también reducirán las ganancias sujetas a impuestos estatales. Es muy probable que 2002 presente el espectáculo de cuantiosos recortes impositivos para las corporaciones y quienes ganen más de 300.000 dólares anuales, mientras los desesperados gobiernos estatales podan sus gastos, sobre todo los de educación y asistencia médica a los pobres.
Volviendo a Nueva York, me desconcierta la poquísima atención que recibe la historia de la promesa que no fue tal. En las semanas siguientes al 11 de septiembre, todos dieron por sentado que la nación haría un gran esfuerzo para ayudar a reconstruir la ciudad. Ahora es obvio que eso no ocurrirá. El gobierno afirmará que está dando lo prometido, pero Nueva York tendrá que mendigar cada dólar de esos 20.000 millones.
¿Dónde está la indignación? ¿Acaso los neoyorquinos, justamente ellos, han olvidado cómo quejarse?
The New York Times