La verdad detrás de la realidad
Convendría ponerse de acuerdo en que la única verdad no es la realidad. Lo real puede ser ilusorio; la verdad no admite ninguna ilusión. Hecho por los hombres, el arte entendió esta diferencia mejor que los propios hombres. Aunque imite algo real, el arte -el arte en serio- no nos ofrece la imitación de lo real ni lo real mismo: nos entrega la verdad de lo real.
Sin embargo, esta presunción, que se nos impone de un modo clarísimo, choca contra la resistencia de un residuo positivista que quiere constatar la realidad de lo representado en la representación. De esta manera, es evidente que, para algunos, la pipa del famoso cuadro La traición de las imágenes ("Esto no es una pipa"), de René Magritte, es realmente una pipa. Hace unos años, el diario The Guardian publicó la noticia de que un grupo de investigadores de la Bate Collection de Oxford fabricó varios de los numerosos, extravagantes e imaginarios instrumentos musicales que Hieronymus Bosch (1450-1516) pintó en el tríptico El jardín de las delicias, sobre todo en el tercer panel, el Infierno.
El equipo de musicólogos, luthiers y académicos trabajó durante meses para realizar réplicas exactas de los instrumentos pintados. Pero después, siempre según la nota, se sintieron decepcionados.
El director del museo dijo que "suenan horriblemente". De diez instrumentos, solo dos (una flauta y un tambor) pueden ejecutarse razonablemente bien. En el caso del resto, "fue imposible hacerlos sonar o su sonido resultó espantoso". Hay que agradecer que estos académicos de Oxford -u otros de otra universidad- no intentaran volver reales otros objetos imaginarios (y quizá menos inofensivos) que carecían igualmente de modelo. Estos investigadores -igual que varios más- parecen extraños optimistas de la mimesis.
Tiempo después, las pesquisas prosiguieron en esa misma pintura. Amelia Hamrick, una joven estudiante de música, se detuvo en una escena del infierno, en la que se ve a un condenado, al que aflige el peso de un laúd, que lleva grabada en sus nalgas una partitura que hasta ahora nadie se había tomado el trabajo de examinar. Hamrick lo hizo y tituló el resultado Butt Song from Hell (la canción del trasero del infierno).
Esto parece un poco más interesante, sobre todo porque podría dar alguna insinuación del conocimiento que el artista tenía de la música. Como era previsible, la partitura abunda en un intervalo en particular, la cuarta aumentada (o quinta disminuida), es decir, el tritono, que por su disonancia, mereció el significativo nombre de diabolus in musica. Nada raro: después de todo, el tercer panel del tríptico de El Bosco se llama "El infierno musical".
Decía que la especulación era más interesante. Para ser justos, habría que agregar que ese interés no la sustrae del malentendido del principio: convertir en reales representaciones literalmente imaginarias.
Hay en esto un doble movimiento que provoca perplejidad: lo real nos agobia y procuramos por todos los recursos del artificio despojarlo de su realidad; pero a la vez, inversamente, se dilapidan esfuerzos para privar al arte de su condición de arte y acercarlo a lo real. Por mi propia cuenta y riesgo, tiendo a concluir que en un caso y en el otro la evasión es idéntica: la verdad.
La última página de la filosofía del arte de Hegel concluía con la siguiente consideración: "En el arte no tenemos que ver con ningún juguete meramente agradable, sino con un despliegue de la verdad".
En tiempos en los que pesa sobre el arte el mandato de ser "divertido" (una de las palabras más repetidas en muestras y ferias) puede parecer intempestivo recordar esta alianza de belleza y verdad. Sin embargo, quien no soporta la verdad también está ciego a la belleza y quien no ve verdad en la belleza no ve nada.