La vida color de rosa
Dos veces por año las calles de Buenos Aires se tiñen de rosa. En el umbral de la primavera florecen los lapachos, y el rosa intenso de este árbol de gran porte deslumbra en distintos puntos de la ciudad. Se lleva las palmas el soberbio ejemplar de la esquina de Ramón Castilla y Figueroa Alcorta, delicia de peatones y automovilistas.
Rosa es también el palo borracho en su variante ( Chorisia speciosa ), original de Misiones, donde se conoce como samohú. Contra todos los pronósticos, la especie, que viene de la zona subtropical, se desarrolló a sus anchas en Buenos Aires, porque, según opina la experta Cristina Bugatti, se benefició del clima húmedo que garantiza el Río de la Plata con su inmensa masa de agua.
Es casi un lugar común decir que los turistas que llegan a Buenos Aires se rinden deslumbrados ante el patrimonio arquitectónico de la "París de América latina", esa combinación de estilos e influencias determinante de un panorama ecléctico y único.
Paralelo al patrimonio arquitectónico está el natural. Los árboles de Buenos Aires son motivo de admiración de especialistas británicos y japoneses, pero también de los miles de turistas que nos visitan y que -junto con el oro verde de la soja- han reflotado a la Argentina del default.
Coinciden los paisajistas en que los primeros ejemplares habrían llegado a Buenos Aires gracias al impulso de Avellaneda, que era tucumano.
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Jorge Baya-Casal, diseñador de jardines y socio de Carlos Thays nieto, acerca un dato curioso: su tatarabuelo, el catamarqueño Adolfo Esteban Carranza, que era un gran plantador, trajo de regalo de su tierra un palo borracho para la quinta de Trinidad Demaría de Almeira, ubicada donde están hoy las cinco esquinas: entre la calle larga de la Recoleta (hoy Quintana), Libertad y Juncal. Corría el año 1860.
Durante la gestión de Charles Thays en Parques y Paseos se diseñó el pulmón verde del parque Tres de Febrero y se privilegió la plantación de especies autóctonas como el lapacho, el jacarandá y el palo borracho. Por suerte la saga de los plantadores no terminó allí.
En 1987, el pintor Nicolás García Uriburu promovió una gran plantación mediática en la 9 de Julio, de la que participaron María Luisa Bemberg y Marta Minujin, entre otros. Es curioso. En 1937, Thays dio la orden de trasladar un palo borracho del hospital Rivadavia a la 9 de Julio. La mudanza costó una fortuna, pero el entonces director de Parques y Paseos insistió "por tratarse de un ejemplar típicamente argentino".
Dicha por un francés, la frase suena como una profesión de identidad. El tiempo le daría la razón. Hoy, turistas de todas partes quieren llevar en su cámara la imagen del Obelisco con el palo borracho en flor. Sin saberlo, el paisajista le puso color a la postal urbana.