La vida de las cosas
Tienen su propia biografía y una agenda inalterable. Pero como son solo cosas, objetos, maquinarias, entonces no lo notamos. Sin embargo, es resultado también de la pandemia y del confinamiento el que esas biografías y esas agendas se nos impongan.
Ha pasado tanto tiempo que empiezan a acumularse los desperfectos. El pestillo de la cerradura de un cuarto ha dejado de funcionar. Para que el gato no se apropie del lugar es menester echarle llave. Un detalle. En otro tiempo habríamos llamado al cerrajero. Un detalle al que se le suman otros. A veces son solo sustos, como la puerta del lavarropas, que hace algunas semanas dejó de abrir mientras el tablero prendía y apagaba luces. Por suerte, fue solo un error de la computadora, porque alcanzó con desenchufarla un rato y se recuperó. A mis lentes se les quebró una patilla; salió reparación casera. Un tiempo después al timbre de la casa se le dio por sonar solo, al azar. Lo desconecté. Total, nadie debería venir, por el aislamiento.
El fin de semana falló una bomba de agua. Eso ya es más grave. Veremos cómo resolverlo. Pero es como una decadencia doméstica en cámara lenta. Al menos, ha llegado la primavera y el jardín empieza a florecer. Eso ayuda.