La vida es sueño
El cabeceo, las siestas cortas, o no tanto, y hasta los sueños blancos (aquellos en los que dormimos con los ojos abiertos) pueden presentarse en nuestras visitas al cine o al teatro.
La sala oscura, los cómodos butacones, los músculos que se relajan y los problemas que quedan de lado por un rato facilitan que nos encaminemos hacia el dulce reino de Morfeo. A veces es el mero cansancio que nos vence; otras, una suerte de desaire pacífico frente a algo que nos aburre o no nos termina de convencer.
Dormitar en una privada con periodistas para ver una película antes de su estreno no está bien visto, pero allí también suele colarse el sopor, y hasta ronquidos (los he escuchado).
A mí, por ejemplo, me gustó ser arrullado más de una vez en el Teatro Colón y en ese estado de "duermevela" (encantador giro castizo) imaginar ser miembro de alguna nobleza despertando en un excelso palacio.
Sleep, de Max Richter, es una obra musical minimalista que investiga este temita del sueño que asalta frente a un espectáculo. Dura ocho horas y sus melodías son suaves y monótonas, compuestas en consulta con un neurocientífico para buscar exprofeso ese estado de modorra entre la lucidez y la ensoñación. En Europa logró gran éxito: públicos profundamente dormidos.