La vida incierta, una constante argentina
No hay descanso. Las soluciones más urgentes traen nuevos problemas sin solucionar los viejos conflictos. Las certezas se alejan como se escurre el tiempo y se fragmentan los respaldos. Siempre hay puntos de partida y nunca de llegada. Mucho más cuando no hay puntos de apoyo sólidos ni convicciones firmes. Hasta las brisas más tenues se vuelven vendavales.
Crisis podría ser la sinécdoque perfecta de la Argentina, como cuando se dice el pan de cada día para referirse a la comida, o corona en lugar de rey, o la Casa Rosada por el presidente. Siempre hay una crisis a mano y un gobierno sin soluciones. Estabilidad carece de significado nacional. Y ahora, encima, nos abarajó una pandemia, para hacernos todavía más inestables.
El reconocido y autocelebrado expertise argentino para sobrevivir no parece compatible con la aptitud para desarrollarse, crecer y progresar. A veces se agrava. Tal vez todo se explique en clave de Montaigne: la fuente de toda incertidumbre radica en la naturaleza del yo. Puede reemplazarse yo por Gobierno