Editorial II. La violencia en la televisión
Los medios de comunicación han adquirido en los últimos tiempos una singular relevancia. Entre ellos, la televisión -abierta, por cable o satelital- es la que aparece con una fuerza de extensión y penetración no comparable con la del resto. Su rápida popularización le ha conferido un poder que viene dado no ya por el valor del medio de comunicación en sí mismo, sino por la especial significación que la audiencia le presta. Los peligros, entonces, no residen exclusivamente en la contextura o contenido de los programas, sino también en la disposición de los que los presencian, adquiriendo un significado especial si la audiencia está conformada por los menores de edad.
La violencia, exponente característico de nuestro tiempo, constituye uno de los ingredientes más habituales de los programas de televisión. No se trata de una violencia real, sino de una representación de ella. Con todo, ello no la exime de responsabilidades ni la despoja de todo peligro. La problemática de la representación de la violencia en televisión tiene particular interés si se tienen en cuenta la audiencia infantil, la adolescente y la de personas con determinados problemas. El riesgo de la imitación constituye, entonces, una grave amenaza. Más aún si se presta atención a las conclusiones del Estudio Global de la Violencia en los Medios, de la Unesco, según las cuales las tendencias de los espectadores menores de edad son similares a lo largo de 23 naciones diferentes, en cuyas áreas urbanas el 93 por ciento de los chicos que concurren a la escuela gastan más del 50 por ciento de su tiempo libre en ver televisión.
Recientes investigaciones confirman los efectos nocivos que provoca una prolongada exposición de los menores frente al televisor. En efecto, una de ellas, impulsada por el gobierno de Gran Bretaña, comparó los patrones de comportamiento de 82 menores que habían sido condenados por diversos delitos y 40 menores sin antecedentes. Se encontró que los primeros veían televisión durante mucho más tiempo y que, a diferencia de los segundos, acusaban sentir mayor predilección e identificación con los personajes de películas o series con alto contenido de violencia.
Por otra parte, en los Estados Unidos se ha establecido un promedio de 20 a 25 actos violentos cada hora en la programación de los canales infantiles. Además, se estima que el 61 por ciento de todos los programas de la televisión norteamericana ofrece contenidos violentos y que sólo el 4 por ciento presenta una temática antiviolencia. Otros estudios demuestran cómo los chicos y adolescentes son más violentos después de ver películas violentas que lo que eran antes de la proyección. El conjunto de investigaciones realizadas permiten extraer ciertos parámetros básicos. Uno de ellos señala que los hombres resultan ser mucho más susceptibles a contenidos violentos que las mujeres. Por otro lado, la franja de edad más susceptible de copiar y repetir conductas violentas es la de 0 a 6 años, seguida de chicos mayores (de 6 a 11 años) y adolescentes (de 12 a 17 años).
Cuando los soportes de una sociedad fallan o resultan insuficientes en la formación del individuo, éste se encuentra frente a un gran número de estímulos y modelos que lo impulsan a desarrollar conductas violentas y antisociales. En este sentido, la pantalla chica contribuye fuertemente a difundir escenas que fomentan y estimulan esas conductas. La problemática es, por cierto, delicada y profunda y en el camino hacia su solución se deberá requerir a los responsables de los contenidos de televisión el máximo esfuerzo y la mayor responsabilidad para buscar soluciones y prevenir los males, lo que siempre ha sido mejor y más deseable que aplicar remedios.
lanacionar