Las agujas de la renovación
PRAGA
Una de las construcciones que dominan la ciudad de Praga es la torre gótica de la catedral de San Vito, San Wenceslao y San Adalberto. Actualmente esa torre está cubierta de andamios porque, por primera vez y, por así decirlo, a última hora, la están renovando. Por el momento, el andamiaje oculta la belleza de la torre. Sin embargo, la obstrucción tiene por objeto conservar esa belleza para siempre.
Tal vez el andamiaje sirva de analogía para todos los países poscomunistas. Si por el momento no se alcanza a ver algunas de nuestras mejores características es porque nuestras sociedades están cubiertas por andamios durante su proceso de reconstrucción, buscando de nuevo, y esta vez en completa libertad, redescubrir y recuperar nuestras identidades verdaderas.
Quizás esta analogía debería aplicarse de manera más general, con la esperanza de que detrás de algunas de las vistas menos agradables del mundo contemporáneo se puedan encontrar las semillas de los esfuerzos para rescatar, conservar y desarrollar con creatividad los valores que nos ofrece la historia de la naturaleza y del ser humano.
La eternidad ausente
Una característica sin precedente de nuestra civilización global es que es básicamente atea, a pesar de los miles de millones de personas que profesan, ya sea activa o pasivamente, alguna religión. En efecto, los valores subyacentes de nuestra civilización global rara vez, si acaso, se refieren a la eternidad, a lo infinito y lo absoluto. Por todas partes se nota una falta de preocupación por lo que vendrá después de nosotros y por el interés común.
La humanidad agota los recursos naturales no renovables e interfiere con el clima del planeta. La humanidad se enajena de sí misma al eliminar gradualmente comunidades y proporciones humanas valiosas. La humanidad tolera un culto que considera el provecho económico como el valor máximo, al que todos deben rendirse y ante el cual incluso la voluntad democrática debe en ocasiones caer de rodillas. De hecho, la creación de riqueza ha dejado de corresponderse con la creación de valores reales y significativos.
La desnaturalización del espíritu significa que nuestra civilización está colmada de paradojas. Está abierta a posibilidades que hasta hace poco eran simples cuentos de hadas. Por otra parte, cuenta apenas con una capacidad limitada para evitar situaciones que tornen peligrosas esas posibilidades o que traigan como resultado abusos declarados. Por ejemplo, nuestra civilización está bajo presiones que la impulsan hacia la uniformidad, pero el hecho de que nos encontremos cada vez más cerca unos de otros da origen a una necesidad de subrayar nuestra alteridad, que puede derivar en un agresivo fanatismo étnico o religioso.
Están surgiendo nuevas y más sofisticadas formas de actividades delictivas, crimen organizado y terrorismo. La corrupción florece. La brecha entre ricos y pobres es cada vez más profunda y, mientras que en algunas regiones del mundo la gente se muere de hambre, en otras se considera al derroche como una suerte de obligación social. Por supuesto, diversas organizaciones gubernamentales y no gubernamentales intentan dar solución a estos problemas. Sin embargo, me temo que las medidas que se han tomado no darán frutos a menos que haya un cambio en el pensamiento que forma la raíz de donde crece el comportamiento humano contemporáneo.
Por ejemplo, con frecuencia se habla sobre la necesidad de reestructurar las economías de los países pobres, sobre la obligación que tienen las naciones más ricas de prestar su ayuda para ello. Sin embargo, es más importante que empecemos a pensar en otra reestructuración, en una reestructuración del sistema de valores que forma la base de la civilización actual. Esto es de la mayor urgencia para aquellos que están mejor en términos económicos.
La ruta de la civilización global de nuestros días ha sido trazada por las naciones más ricas y avanzadas. Por ese motivo, no pueden evadirse de la necesidad de entablar una reflexión crítica.
Sabemos que ya es posible diseñar instrumentos regulatorios ingeniosos para proteger el clima, los recursos no renovables y la diversidad biológica de la Tierra, que se pueden encontrar maneras de asegurar que los recursos se utilicen con responsabilidad en sus lugares de origen y que se mantengan las identidades culturales y una dimensión humana para el desarrollo. Muchas personas e instituciones trabajan activamente para alcanzar esa meta.
Pero la tarea crucial que ahora se está descuidando tiene que ver con el fortalecimiento de un sistema de patrones morales universalmente compartidos que impidan, a escala verdaderamente global, la violación sistemática de las reglas. Solo con patrones morales universales se podrá generar un respeto natural hacia las reglas que desarrollemos. Las acciones que ponen en peligro el futuro de la humandidad deberían no solo castigarse sino ser consideradas ignominiosas.
Eso no sucederá a menos que todos encontremos, en nuestro interior, el valor para forjar un orden de valores que, a pesar de la diversidad mundial, puedan ser aceptados y respetados por todos. Para ello será necesario que esos valores se relacionen con algo que vaya más allá del horizonte de nuestros intereses inmediatos, personales o de grupo.
¿Cómo podemos alcanzar eso sin un avance nuevo y poderoso de la espiritualidad humana? ¿Qué podemos hacer para impulsar ese avance?
Cualesquiera que sean nuestras convicciones, todos corremos el riesgo de ser víctimas de nuestra miopía. Ninguno de nosotros puede escapar a nuestro destino común. Dado lo anterior, sólo tenemos una posibilidad: tratar de encontrar en nuestro interior y alrededor de nosotros un sentido de responsabilidad hacia el mundo, el entendimiento mutuo y la solidaridad, la humildad ante el milagro de ser, la capacidad para refrenarnos en aras del interés común y para llevar a cabo obras buenas, aunque no se vean ni reciban reconocimiento.
Estructuras del asombro
Permítanme regresar a la catedral de San Vito, San Wenceslao y San Adalberto. ¿Por qué, en tiempos pasados, la gente construyó un edificio tan costoso, tan poco práctico de acuerdo con nuestros patrones actuales? Una explicación es que hubo períodos de la historia en los que el provecho material no era el valor máximo, en los que la humanidad supo que había misterios que jamás se comprenderían y que la gente sólo podía contemplar con humilde asombro y tal vez proyectar ese asombro en estructuras cuyas agujas apuntaran hacia arriba.
Hacia arriba, para ser vistas desde muy lejos, señalando a todos aquello que es digno de admiración. Hacia arriba, cruzando las fronteras del tiempo. Hacia arriba, hacia aquello que no podemos ver, aquello que con su existencia silenciosa nos priva a todos de cualquier derecho para tratar al mundo como fuente interminable de ganancias de corto plazo, y que llama a la solidaridad con todos los que habitan bajo su cúpula misteriosa. Para empezar a resolver algunos de los problemas más graves del mundo, nosotros también debemos elevar nuestra mirada hacia arriba, mientras inclinamos la cabeza con humildad.
© Project Syndicate y La Nación