Las chances de una lógica política alternativa
Los últimos sondeos arrojan un resultado dulce para el Gobierno: la mayoría sigue aprobándolo mientras padece los rigores del ajuste. El consenso se debe a un fenómeno que viene observándose desde el verano: las expectativas sobre el futuro del país son positivas, en contraste con la evaluación del momento presente. Evocando los años 90, podría decirse que la mayoría concuerda con la afirmación "estamos mal, pero vamos bien". Sobre esta creencia Macri empieza a elevar el perfil de su liderazgo, tensando cuerdas que hasta ahora permanecían distendidas. Al vetar la ley antidespidos procura mostrarse como un político con convicciones, dispuesto a afrontar sin temor las consecuencias de sus actos. Esa actitud desconcierta a sus rivales, que no pueden terminar de descifrarlo.
Es probable que el Presidente esté incorporando la polarización a su caja de herramientas. Eso significaría empezar a cuestionar un estilo amable e inocente que no cuadra con la cultura del poder en la Argentina. Max Weber recordaba que en las batallas de la época caballeresca, los jefes militares les concedían a sus rivales el derecho a tirar primero, algo muy diferente a cómo se concebiría la guerra siglos después, donde golpear al principio y mantener la iniciativa resulta decisivo. El pedido presidencial a Sergio Massa para que no acompañe al peronismo en la ley contra los despidos o la declaración del jefe de Gabinete asimilando los propósitos del gobierno a los de Hugo Moyano después de la primera marcha sindical están dejando paso a una actitud de mayor confrontación, que no supone la buena voluntad del adversario, sino su astucia para imponer sus intereses. Se percibe belicosidad en el ambiente. Concluye el lance entre caballeros.
El cambio de actitud del Gobierno puede leerse de dos maneras: como una táctica para superar las dificultades coyunturales o como una estrategia de alcance mayor para intentar vencer al peronismo, el rival ineludible de toda fuerza de signo distinto en la Argentina. A propósito, el periodista Marcelo Longobardi planteaba hace pocos días una cuestión que parece crucial: ¿El gobierno de Macri es una pausa (entre dos peronismos) o es un proyecto de más largo aliento? Ser una pausa significaría confirmar una fatalidad, incrustada en el sentido común de los argentinos: este país sólo puede ser gobernado por el peronismo. Un proyecto, en cambio, involucraría una mutación significativa de la conducta histórica, que podría dar lugar a una alternancia cierta, no sólo circunstancial. Cabe profundizar la pregunta, indagando cuáles serían las condiciones y los requisitos para que esa alternativa tuviera chances.
Esta empresa excede la construcción de un relato. No se trata de elaborar un texto, sino de alumbrar una lógica. Al respecto, es ilustrativo el modo en que concibe Ernesto Laclau al populismo, rescatándolo de la polisemia de las definiciones. Afirma que éste se basa en una lógica que consiste en enfatizar la polarización social a partir de "la simplificación y de la imprecisión" de las consignas políticas. Sin embargo, para Laclau la simplificación no es un rasgo del populismo sino de la política en general, que se desarrolla en una esfera pública opaca, donde la representación es "un espejo roto". Sostiene Laclau un argumento realista al que debe prestarse atención: sólo en una sociedad donde la administración hubiera reemplazado a la política -aquel antiguo ideal saintsimoniano- sería posible deponer las dicotomías fundadas en consignas imprecisas. Acaso cuando se pide más política al gobierno, lo que se le indica es que polarice con sus adversarios e imponga su visión, antes de esperar que ellos se avengan al sentido común administrativo. Con una planilla Excel puede resolverse un presupuesto, no gobernarse un país. Habrá que volver a recordarlo: en política, como decía Weber, "al racionalismo no siempre le salen bien las cuentas".
Si la tradición realista tiene algo de razón, desde Maquiavelo hasta Laclau, se le plantea un desafío al discurso liberal democrático, sobre el que se apoya toda alternativa no peronista en la Argentina. Como se sabe, el ideal liberal, tanto político como económico, se funda en una célebre y falaz paradoja: los intereses individuales -es decir, el egoísmo natural de las personas- generará una sociedad ordenada y equitativa. Esta premisa se lleva bien con la administración, pero mal con la política, por una razón obvia: omite las relaciones de poder y la lucha de intereses que rigen en la sociedad. Sólo las empresas, los mercados aldeanos y las democracias cantonales pueden darse el lujo de la paradoja liberal, no el capitalismo avanzado y las democracias de masas. No entenderlo constituye una ingenuidad elitista que el peronismo no perdonará.
La viabilidad de una lógica política alternativa posee, al menos, otro requisito clave: debe dejar claro a quién representará. El peronismo es el partido de los sectores populares, el radicalismo intentó serlo de las clases medias, sin la misma suerte. Llenar ese vacío de representación tal vez constituya para Macri la diferencia entre ser una pausa o constituir un proyecto alternativo y perdurable de poder.