Las compañeras
TOKIO, JAPÓN.- Tanta leyenda en la que, de manera repentina, alguien pierde su sombra, o renuncia a ella, o, desesperado, la persigue. Jekyll, en el colmo de la paradoja, fue sombra de Hyde, esa descontrolada pulsión que, amoral, buscaba abrirse paso por entre la agobiante luz del recato victoriano. Las sombras animan los cuartos infantiles cuando son chinescas, y se vuelven cuna de horror cuando no tienen siquiera una lámpara que las amortigüe. Más que lo opuesto a la luz, son su inevitable consecuencia; más que dobles, resultan ser compañía. En esta foto, las sombras longilíneas no son menos anónimas que los dos cuerpos que las producen. Un día cualquiera en lo que podría ser la explanada de ingreso a un edificio corporativo, en Tokio. Pasos impecables, trajes y la tiranía del tiempo inscripta en el reloj pulsera, el cartoncito de jugo. Difusas, aunque fatalmente atadas a ese orden, las sombras se expanden.