Las dos subculturas
Diego R. Guelar Para LA NACION
Hechos recientes de la política local (la muerte de Raúl Alfonsín, el posicionamiento opositor del vicepresidente Cobos, la alianza Coalición Cívica-UCR-socialismo, la formación de un bloque peronista disidente encabezado por Francisco de Narváez y Felipe Solá y respaldado por Mauricio Macri, en la provincia de Buenos Aires, y las renuncias al bloque oficialista de los senadores Reutemann y Romero) debe hacernos reflexionar sobre algunos lineamientos de la política y del pensamiento ideológico argentino.
Pese a que en 2001 se desmoronó el partido radical (después de su creciente debacle desde 1987) y el Partido Justicialista se autodisolvió y dejó de participar electoralmente en el marco nacional desde 2003, subsisten dos subculturas: la peronista y la radical. Una abarca a la pequeña burguesía urbana, maestros y empleados públicos, comerciantes y profesionales liberales. Es centralmente laica y tiende a identificarse con el pensamiento socialdemócrata europeo. La otra es obrerista, pero incluye a sectores conservadores de las elites urbanas y rurales identificadas con el pensamiento social de la Iglesia y los partidos de centroderecha.
La primera adscribe a los principios republicanos e incorpora los derechos humanos y la protección medioambiental como parte de su concepción filosófica (aunque lo hace en forma abstracta, con una visión que autotitula "progresista"). La segunda es más autoritaria y proclive a respaldarse en los poderes fácticos, es productivista -o desarrollista- y pragmática, desconfía de lo extranjero y percibe la "alianza de clases" como una forma de evitar el "desorden revolucionario o anárquico". Cree en las organizaciones sindicales únicas y centralizadas. No es necesario que identifique por su nombre cuál es una y cuál la otra.
En los años 50, hasta fin de los 90, la subcultura peronista disponía de un "riñón duro" con un 40% del electorado, y la "radical", de un 25%; un 15% se mantenía independiente y otro 20% se distribuía entre las extremas izquierda y derecha. Por eso, tanto el peronismo como el radicalismo debían concretar alianzas para llegar al poder, siendo este proceso más fácil para el peronismo (por su número) que para el radicalismo. En el período que va desde 1983 hasta 2003, el radicalismo ganó en dos oportunidades -1983 y 1999-, y el peronismo, en otras dos -1989 y 1995-.
Una de las causas para explicar el fracaso gubernamental del radicalismo es la dispersión ideológica de su base social. Sólo así llegaron a la mayoría electoral, pero les fue imposible gobernar. Al peronismo le resultaba más fácil. Le alcanzaba con aliarse con la izquierda (1973) o con la derecha liberal (1989), en un devastador péndulo que mucho daño nos produjo. Rota esta ecuación, entre 2001 y 2003, Néstor Kirchner logra un "cruzamiento ideológico" que le permite contar en sus filas con Moyano y con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, con Verbitsky y con Hadad, con Redrado en el Central y Chávez como financista de última instancia, con Cristóbal López y la Unión Industrial. Esta mezcla y su fuerte ejercicio del poder explican su anecdótica perdurabilidad.
La superación de la crisis anterior y la víspera de la próxima nos exige volver a ordenar la tropa y buscar un esquema más confiable. ¿Es posible? Sí. El vicepresidente Cobos, la UCR, el socialismo y la Coalición Cívica son fuerzas agrupables (el panradicalismo). Por el otro lado, se agrupa el peronismo postkirchnerista, que incluye a buena parte de los gobernadores, a Reutemann, Romero, Duhalde, Puerta, Solá, De Narváez, el Movimiento Popular Neuquino, el peronismo puntano y, finalmente, el Pro de Mauricio Macri, que hoy detenta la representación efectiva de la Internacional de Centro y se identifica fuertemente con el PP español, el PAN mexicano, la CDU alemana, los "nuevos conservadores" de David Cameron en Inglaterra, el PSDB y los demócratas brasileños, Sebastián Piñera y su partido Renovación Nacional, en Chile, y Alvaro Uribe, en Colombia. No insistir en el obsoleto movimiento es construir un sólido espacio de humanismo centrista con valores republicanos. Las dos subculturas históricas tienen que autocriticarse, renovarse, producir nuevas identidades ideológicas, organizarse como fuerzas capaces de alternarse en el poder y garantizar la reinserción de la Argentina en el mundo.
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