Las dos vidas de Jan Morris
Proust dejó anotado en uno de sus cuadernos –la frase inaugura ese gran armado póstumo que es Contra Sainte-Beuve – que cada vez le otorgaba menos valor a la inteligencia. No se refería a que hubiera empezado a interesarse en su contrario, la estupidez: más bien buscaba subrayar que la inteligencia profunda pasa por canales más sensibles que la abstracción del entendimiento. La literatura produce conocimiento por vías más inmediatas que los grandes tratados, esa es la idea. En busca del tiempo perdido es el mejor ejemplo.
Jan Morris –escritora inglesa de raíces galesas que falleció días atrás a los 93 años– tiene en sus libros muchas revelaciones de ese orden. Un ejemplo paradigmático: para retratar mejor los cambios que sufrió a través de las décadas el puerto de Trieste, se retrotrae a la posguerra. Se recuerda entonces como soldado observando los reflejos del agua, alguna conversación, los cigarrillos. Las mujeres no fueron ajenas a la Segunda Guerra Mundial, por supuesto, pero entonces se produce un chisporroteo: según se desprende de alguna sutileza del relato, descubrimos que por aquellos días Jan Morris no era la mujer a la que en ese momento se está leyendo. Era otra persona. Era, de hecho, otro.
Ese pasaje sin estridencias, ya bien avanzado el libro, quizá sea más operativo para demoler prejuicios que mucha teoría aggiornada. Morris, que siguió publicando hasta el final (hace meses apareció su último opus), fue tan precursora que su muerte pasó inadvertida fuera de la órbita anglosajona. En su idioma se la despidió sin saber muy bien cómo hacerlo: al fin de cuentas no hay antecedentes para decirle adiós a una lady transgénero nonagenaria.
Jan Morris, con Colin Thubron o Paul Theroux, es una de las naves insignia de la literatura de viajes, aunque a ella no le gustaba la definición porque –decía– sus libros eran estáticos, no había traslados. Tenía razón. Los mejores son los que retratan ciudades (además de Trieste, Venecia, Nueva York, Hong Kong) que van cobrando identidad gracias a la capa geológica de visitas que se difuminan. "El verdadero exilio es estar ausente de un lugar", sostiene. La verdadera melancolía es el resultado de no poder estar al mismo tiempo en muchos sitios.
Morris tocó en un libro pionero de 1974, Conundrum, el proceso de diez años que le demandó el cambio de género en tiempos en que el tema era menos que palabra vedada. El feminismo de entonces no supo muy bien qué hacer con su franqueza. Rebecca West comentó que le parecía el libro de una mujer delineada por lo que un hombre piensa es una mujer. Germaine Greer no ahorró tampoco su acidez.
El cambio se dio en medio de la publicación de una trilogía histórica, Pax Britannica, que comenzó a salir con la firma de James Morris y terminó, en el último tomo, con su nuevo nombre. La transición tenía un elemento adicional: James Morris era un reconocido periodista, entre otros medios, de The Times y The Guardian. Acompañó, sin hacer cumbre para no ser parte de la noticia, el ascenso del monte Everest de Edmund Hillary y Tenzing Norgay, en 1953. Estuvo en Hiroshima después de las bombas atómicas; como Hannah Arendt, informó sobre el juicio de Adolf Eichmann; y entre otros entrevistó en Cuba al Che Guevara. Su vida personal es también única. Como James estuvo casado y tuvo cinco hijos. Se divorció tras su operación de reasignación de sexo en Casablanca, Marruecos, en 1972, pero con los años, ya como Jan, volvió a vivir con Elizabeth –su mujer, que la sobrevivió– como pareja.
En una entrevista de este año, Morris contaba que había estado releyendo Pax Britannica. Le resultaba increíble, decía, que alguna vez hubiera escrito esas novelas históricas que tan poco tenían que ver con ella. Los libros que firmó como mujer, en cambio, no corren ese riesgo. Su secreto es que no reniegan, basados como están en las impresiones y la memoria, de ningún orden de la experiencia. Son, podría argumentarse, el reflejo de su inteligencia proustiana.