Manuscrito. Las invenciones del recuerdo y las experiencias de la memoria
La maestría de algunas obras maestras consiste también en contener una versión achatada de sí mismas: pasajes, páginas que concentran el conjunto y son entonces cifra. Son zonas escasas desde las que la obra (y "obra" es aquí una comodidad para designar algo que puede no ser una "obra" en sentido estricto) se devana hacia delante, hacia atrás o hacia atrás y hacia delante. El preludio de Tristán e Isolda de Wagner (y menos que eso, el acorde solo del preludio de Tristán), cualquier línea de Beckett porque en cada línea de Beckett está todo Beckett y falta todo Beckett, el primer capítulo de Por el camino de Swann, primer libro de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.
Esas páginas de Proust constituyen un caso particular porque concentran la memoria entera del ciclo de novelas y son además una consideración sobre la memoria, y sobre un tipo particular de memoria, la llamada memoria involuntaria. Me refiero por supuesto al episodio de la magdalena. "Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tilo, los domingos a la mañana en Combray? Ver la magdalena no me habría provocado nada antes de que la probara? Pero cuando nada subsiste ya de de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran muchos más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo."
El recuerdo del que habla el narrador proustiano no es el recuerdo "recordado", si se me permite ese pleonasmo aberrante. El recuerdo es una repetición consentida; la memoria involuntaria, en cambio, es disruptiva, introduce una discontinuidad en lo continuo. Es una experiencia, en cualquier caso, y no la simple evocación de una vivencia.
Combray podrá ser la patria imaginaria de este tipo de memoria, pero no es en verdad su tierra natal. La experiencia, aunque no el nombre, habían aparecido ya en la literatura, y hay un antecedente muy cercano al de Proust. Mallarmé en 1864 había escrito un poema en prosa (o anecdote como lo llamaba el poeta) que llamó "La pipa". El asunto, la anécdota, es que el protagonista decide fumar, en lugar de cigarrillos, su pipa olvidada. "Apenas hube lanzado la primera bocanada, olvidé mis grandes libros por hacer; maravillado, enternecido, respiré el último invierno que volvía. No había tocado a la fiel amiga desde mi regreso a Francia, y todo Londres, el Londres que había vivido completo para mí solo, hace un año, se me apareció?"
Pero en esa genealogía mi estación preferida es aun anterior, y está en Mozart camino a Praga, la novela breve que Eduard Mörike publicó en 1855. Mozart (el Mozart de Mörike, no el histórico) viaja para el estreno de Don Giovanni. Pero en una de las paradas, se evade de la posada, sale a caminar y se interna en el jardín de una casa con fuentes y árboles frutales. Distraído por el ruido del agua (ese sonido con su misterio tan lejano), arranca una naranja. La sostiene en la palma de la mano para acariciar la redondez, la huele, y al hacerlo vuelve a ver -a ver, realmente- el G?olfo de Nápoles como lo había visto mucho antes, en la infancia. No lo ve únicamente, lo oye, siente la temperatura. ¿Es ésta una experiencia moderna? No lo creo, pero sólo a partir del romanticismo, de la ruptura de toda unificación, esa experiencia podía volverse evidente.
El recuerdo es el recuerdo del recuerdo del recuerdo: una invención encima de otra que deforma la vivencia primigenia. Nos convencemos de que tenemos la vivencia pero tenemos solamente la última invención de ese recuerdo. Tenemos también recuerdos ajenos, que nos parecen propios a fuerza de evocarlos. La memoria no tolera esos artificios: se nos presenta de una vez y sin aviso y nos arrebata como un mar. Suele ser un "campo grande y un palacio maravilloso", como pensaba un filósofo. Pero, en cuanto experiencia de la pasión, puede volver también aquello que imaginábamos (y creíamos) perdido para siempre. Sólo podemos pedir que no nos traicione ese perfume, ese sabor, esa música, que no nos hagan volver a ese lugar de nosotros mismos del que no queremos acordarnos.
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