Las leonas
Por alguna razón que seguramente tiene raíces evolutivas, la mayoría de la humanidad siente repulsión frente a arañas y cucarachas, pero queda deslumbrada frente a los felinos.
El león, más allá de su ferocidad a la hora de saciar el hambre, nos resulta un animal majestuoso. Sin embargo, ellos hacen poco por la manada. Son las leonas las que la mantienen unida, cazan juntas y cuidan de sus crías.
De ellas se sabe que tienen un comportamiento extremadamente sociable a la hora de procurarse alimento, pero también para proteger a sus crías, preservar el territorio y ayudarse en situaciones de peligro. Forman grupos estables que por lo general solo cambian con el nacimiento o la muerte de alguna integrante.
Tal vez por eso, desde las olimpiadas de Sidney, en 2000, de ellas toma su apodo la selección femenina de hockey sobre césped, que lleva dos décadas de triunfos rutilantes. Hasta los que no somos especialistas en temas deportivos sabemos que ganaron dos campeonatos mundiales, varios juegos panamericanos y muchos otros torneos, y que llegaron al podio en cuatro juegos olímpicos.
Pero más que sus victorias, lo que cautiva a sus seguidores y a sus admiradores ocasionales es la tenacidad que despliegan en el campo de juego. Parafraseando al platense Almafuerte (Pedro Bonifacio Palacios), no se dan por vencidas ni aún vencidas. Tienen “garra” para pelear en la adversidad.
Lo mismo podría decirse de las científicas argentinas, que cada vez cumplen roles más destacados en el escenario local e internacional. Ayer (Día Mundial de la Mujer y la Niña en la Ciencia), se conoció la noticia de que Alicia Dickenstein, una matemática que se formó y desarrolló toda su carrera en el país, fue elegida entre todas las investigadoras de América latina para recibir el Premio L’Oréal-Unesco Por las Mujeres en la Ciencia, que desde hace 23 años se entrega a las figuras más relevantes del mundo. A tal punto que cinco de las laureadas, después de haber recibido esta distinción, fueron galardonadas con el Nobel.
Estén o no estén en los titulares de los diarios, son miles y miles las mujeres que aportan su talento y su pasión en todos los campos. Es más, ya son el 59,5% de los investigadores de la Argentina, pero solo el 22% de las autoridades de los organismos de ciencia y tecnología, el 11% de los rectores de universidades y el 30% de los vicerrectores, según datos dados a conocer esta semana por el Programa Nacional para la Igualdad de Géneros en Ciencia, Tecnología e Innovación.
El año de pandemia ofrece ejemplos notables. Por citar solo un par, el primer test local para medir anticuerpos, el CovidAR, fue desarrollado en apenas 45 días después de que se registrara el primer caso local por Andrea Gamarnik y su equipo de la Fundación Instituto Leloir. Permitió evaluar plasma de recuperados, realizar ensayos clínicos y estudios epidemiológicos, y ahora verificar el nivel de inmunidad que ofrece la Sputnik V. Además, es gratuito para hospitales de todo el país.
El consorcio PAIS, que diseñó una técnica rápida de vigilancia genómica, es encabezado por una mujer, Mariana Viegas, del Laboratorio de Virología del Hospital de Niños y el Conicet.
Incluso con fondos escasísimos, si se lo compara con los megaemprendimientos del hemisferio norte, es otra mujer, Juliana Cassataro, la que lidera en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Universidad de San Martín un ambicioso proyecto para desarrollar una vacuna contra el SARS-CoV-2.
Dos puestos claves del sistema científico local los ocupan también mujeres: Carolina Vera, viceministra de ciencia, y Ana Franchi, presidenta del Conicet.
Tal vez porque están acostumbradas a que todo les cueste un poco más, es en momentos difíciles como estos cuando más brilla el espíritu de estas “leonas”.