Editorial II. Las nuevas caras de la inseguridad
Lamentablemente, la cantidad de hechos delictivos que han conmovido y siguen conmoviendo la tranquilidad y la seguridad de los argentinos es cada vez más elevada, y a ellos se agregan, si cabe, nuevas e "imaginativas" modalidades. Además de homicidios, violaciones, robos, hurtos, secuestros exprés o secuestros extorsivos -para mencionar sólo algunos de los más repetidos en la crónica policial-, existe ahora otra forma criminal que genera en quien la sufre, como en las situaciones anteriores, una fuerte carga de angustia y una indescriptible sensación de impotencia.
En efecto, cada vez son más los casos que se conocen en los que las víctimas son engañadas mediante un ingenioso, aunque macabro, ardid. La descripción de la modalidad delictiva consiste, brevemente, en una llamada telefónica acerca de que un miembro de la familia ha sufrido un accidente; las preguntas del familiar que trata de individualizar quién podría ser la víctima brindan, sin quererlo, a la persona que hizo la llamada los datos necesarios para seguir con la segunda fase del plan. En posesión de mayores precisiones, se aclara que la persona en cuestión no ha sufrido un accidente, sino que ha sido secuestrada y que, para liberarla, se exige la compra de tarjetas telefónicas por un importe elevado, que deberán ser entregadas según instrucciones que al final nunca llegan; todo ello acompañado por una curiosa advertencia: no cortar la comunicación, cuidando de dejar el auricular descolgado.
Si no se tiene la oportunidad de comprobar la falsedad de la amenaza y, en consecuencia, persiste el escenario del secuestro, comienza a ejecutarse la última parte del siniestro plan: al no haberse cortado la comunicación telefónica se reanuda el diálogo con una nueva exigencia: en lugar de entregar físicamente las tarjetas se solicita que se suministre el número oculto que cada una de ellas lleva impreso, de manera de poder acreditar pulsos telefónicos para nuevas y futuras llamadas. Cumplimentada la exigencia, la comunicación se interrumpe y la desesperación y la angustia ganan espacio hasta que la persona que se creía secuestrada finalmente aparece, ajena a todo lo sucedido.
Se ha conocido que en numerosas ocasiones las llamadas telefónicas se descubrieron como realizadas desde establecimientos carcelarios. En estos casos el móvil consistiría en adquirir créditos de pulsos telefónicos para luego negociarlos entre algunos presos de la población carcelaria por dinero, drogas o favores diversos, circunstancia que, casi no se precisa decirlo, debería alertar a las autoridades pertinentes para la adopción de medidas que permitan un mayor control de lo que ocurre dentro de los ámbitos de reclusión.
Ante estas desdichadas experiencias, una vez más los argentinos debemos esperar y exigir más rapidez de reflejos y una imaginación superior a aquellos que tienen la responsabilidad de velar por nuestra seguridad ciudadana. Sólo la decisión firme, organizada y sistemática de combatir el delito, acompañada de las políticas adecuadas, logrará imponer finalmente el orden y la justicia en ésta, nuestra tan vapuleada sociedad.
lanacionar