El efecto Cristina
"La gente no sabe que vivimos en un país inmenso, con todas las riquezas, pero tenemos una dirigencia de 'm'".
(De Eduardo Duhalde, a LA NACION.)
Michael Carbonaro es un mago que tiene un programa en la televisión norteamericana. Usa cámaras ocultas para sorprender a clientes de todo tipo de servicios en empresas que, en complicidad, lo hacen pasar como parte de su staff. En una de las emisiones, sin que nadie la tocara, hizo adoptar distintas posiciones a la clásica parejita de torta de bodas. En otra, le compactó el perro a una mujer. El programa se llama Efecto Carbonaro. Nadie cree ciegamente en sus proezas, pero casi todos terminan abrazados a su magia.
Buenos Aires, Argentina. Ella insiste en que "no fue magia". Ellos, que llegaron a detestarla, ahora le ruegan que salga de la galera porque es la coneja más potable para enfrentar al gato. Llegan a esa súplica sin sonrojarse, encogidos de hombros e hincados ante la concluyente realidad de que "con ella no alcanza, pero sin ella no se puede", como dijo hace tiempo Alberto Fernández.
Eduardo Duhalde lo suscribe: "Si tuve problemas con Cristina, ya me los olvidé". En psicología eso se llama negación. Es un mecanismo de defensa que invalida información desagradable de modo de poder seguir adelante como si nada de lo indeseable hubiera existido.
¿De qué se olvidó Duhalde? En primer lugar, de que fue el factótum de la llegada de los Kirchner al poder. Y, después, de haber dicho, por ejemplo: "Cristina no está preparada para gobernar" (2008); "su presidencia fue un error histórico que la Argentina va a pagar muy caro" (2010); "va a terminar como Carlos Menem. Tiene muchos juicios"; "me río porque es tan revolucionaria que cuando tiene que elegir a alguien para la línea de sucesión pone a Boudou"; "Cristina no está bien. Néstor lo sabía" (2014); "no puede ser candidata"; "su candidatura es un chiste"; "es el pasado, no lidera nada" (2016).
Duhalde, que impulsa la candidatura presidencial de Lavagna, volvió a tener diálogo con Cristina después de mucho tiempo y porque ella lo llamó para interesarse por un problema de salud que lo aquejaba. Alberto Fernández recuperó el vínculo con la expresidenta tras diez años de no hablarse. Felipe Solá pasó 11 años sin estar cara a cara con Cristina. Massa, nueve. Todos ellos han vuelto o están volviendo adonde, en su momento, huyeron espantados. Es el efecto Cristina, la fascinación por el 30% cautivo. ¿Y las críticas? ¿Y los cuadernos? Nada por aquí. Nada por allá.