Voto sin maquillaje
"El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles, sino importantes".
(De Winston Churchill.)
Dos días antes de que la visitara en la "residencia de reyes", como ella prefería que la llamaran, me llegaba por WhatsApp una larga lista de tareas: "Traeme las revistas de chimentos. No te olvides de agarrar una bolsa grande de tela, así te doy la ropa para el Laverap. No la laves vos porque no quiero agregarte trabajo. Comprame un cepillo para el pelo, de cerda gruesa, que el que tengo no sirve ni para peinar pelados. Fijate si podés camuflar en una botellita de jugo el licorcito que tanto me gusta, el amaretto, y me lo traés, que yo lo voy tomando de a poquito sin que nadie me vea. No hagas caso a la enfermera cuando dice que me estoy olvidando de las cosas, porque ella ni siquiera sabe las palabras de los crucigramas que completo. No tengo olvidos. Me propongo hacerlos cada vez más difíciles porque leí por ahí que te agilizan la mente. Decile a tu marido que, si puede, me cocine esas galletitas sin manteca que él hace tan ricas. Vos no cocines. No pierdas el tiempo. No te salen bien. ¿Cómo están las plantitas que te llevaste a tu casa? ¿Las regás? ¿Les hablás? Mandame fotos para verlas, ahora que no hay que revelarlas".
Mientras iba tildando mentalmente cada pedido, protestaba porque no me daban los tiempos para cumplir con todo, pero rápidamente me "desenojaba" pensando que esos encargos ocupaban su tiempo o, lo más importante, que daban sentido a las horas sin tiempo de su vida en el geriátrico.
El último pedido, hace un mes, fue muy particular: "Traeme maquillaje y una linda pashmina, que quiero estar bonita para ir a votar el 27. No te olvides de mi libreta cívica. Conseguime una boleta de Alfonsín, así la llevo desde acá. Vengan todos a almorzar el domingo a casa, que voy a preparar ñoquis con estofado. ¿Cuántos seríamos? ¿Veinte?
Empecé a buscar las cosas a sabiendas de que la enfermera no estaba equivocada. La tía Carmen, a sus 90 y tantos años, ya no acertaba con sus dichos. Su realidad oscilaba entre los bordes sinuosos de una mixtura de recuerdos de hacía décadas, aggiornados en un presente personal único, singularísimo.
Hace una semana, recibí el último WhatsApp de la cuidadora. "Necesito hablarle", me adelantó. No era difícil imaginar la noticia.
Hoy, domingo 27, no iré a buscar a Carmen. Ya no hace falta. Me quedaron su maquillaje y su pashmina. Y su nombre en el padrón electoral.