Preguntas clave para entender el mundo que viene
Seis miradas, desde distintas disciplinas, se proponen pensar algunos interrogantes que hoy son centrales para discutir la política, la sociedad y la cultura de este siglo.
¿Podrá la democracia sobrevivir al siglo XXI?
Aníbal Pérez-Liñán
Politólogo, profesor en la Universidad de Pittsburgh
La democracia liberal es el único sistema de gobierno con legitimidad global. Éste es, sin duda, el gran legado político del siglo XX. Aproximadamente la mitad de los países tienen hoy gobiernos democráticos, un récord en perspectiva histórica. Sin embargo, el siglo que viene presentará una dura prueba para los demócratas. Nuevos estudios muestran que la democracia tiende a difundirse internacionalmente cuando exhibe superioridad económica frente a los proyectos autoritarios. Y esta superioridad no está asegurada.
El crecimiento económico acelerado, característico del mundo occidental tras la Segunda Guerra Mundial, está llegando a su fin. Los expertos auguran tasas de crecimiento del 2% anual como la nueva norma en el futuro. China, mientras tanto, ha mostrado que un sistema alternativo puede crecer a un ritmo nunca visto en la historia del capitalismo.
La desigualdad social agudiza esta debilidad. El período de paz inaugurado en 1945 permitió la acumulación de capital físico, la concentración de propiedad y una mayor inequidad en los países occidentales. A comienzos del siglo XXI, importantes segmentos de la población se ven excluidos de los beneficios de la economía globalizada y basada en la información. Estos sectores resienten con razón el optimismo de una élite educada y cosmopolita. Son quienes favorecieron el Brexit en el Reino Unido, apoyan a Donald Trump en Estados Unidos y respaldan el Frente Nacional en Francia.
La ciencia política, nacida en el mundo de posguerra, apenas comienza a entender el nuevo mundo. El desafío del siglo XXI no serán los proyectos explícitamente autoritarios, sino los líderes que, en el intento por reformar la democracia, socaven sus mismos cimientos. Venezuela y Turquía son quizás una muestra de los desafíos por venir.
¿Cómo leer una trama social global y desigual?
Ana Wortman
Socióloga de la cultura, investigadora del IIGG
Una de las contribuciones más interesantes de la sociología de la cultura para pensar el presente y el futuro es su mirada renovada de lo social. En el marco del mundo social virtual nos preguntamos qué es la sociedad, cómo repensar este concepto base de la sociología. La transformación permanente de las mediaciones implica nuevas dinámicas sociales. Y esta nueva forma de vinculación social virtual que son las redes potencia, actualiza o genera un modo "real" de las personas en estos términos, con nuevos usos del espacio, de la circulación de los bienes y el consumo. Las redes son un modo de establecer relaciones en diversos planos de la sociedad y de la cultura.
La sociología de la cultura debe pensarse en la trama social contemporánea que, si bien es global, también es muy desigual. Si el modelo social dominante ya no son las clases medias, como lo fueron durante la sociedad fordista, sino que aparecen los ricos y sus bienes de lujo como norte de la felicidad, esto promueve situaciones de extrema violencia y ruptura del lazo social. Nuevas estéticas están asociadas a nuevos modelos sociales. Si bien podría celebrarse el declive del modelo de trabajos rutinarios, muchos de ellos reemplazados por la tecnología, la extrema individuación no contribuye a la formación de una ética de convivencia ni a fundar simbólicamente el lazo social. Todo puede vivirse al límite de la vida y la muerte sin tener en cuenta al otro.
Así, se pueden percibir procesos sociales y culturales muy distintos en relación con la juventud. Por un lado, una demanda de autonomía y autogestión heredera de cierto "hippismo" que activa y dinamiza espacios culturales y una multiplicidad de proyectos, y por otro, una juventud excluida, constituida en la violencia y el sinsentido, con escasos recursos simbólicos para operar en un mundo atravesado por nuevas tecnologías y nuevas formas cognitivas.
¿Cómo pueden vincularse religión y política?
Emmanuel Taub
Especialista en filosofía política, investigador del Conicet y del IIGG
Uno de los temas centrales que signan el rumbo de nuestras reflexiones, y que desde inicios del siglo XXI está marcando nuestra mirada presente y futura, es la relación entre religión y política. Desde la caída de las Torres Gemelas, la nueva geopolítica en Medio Oriente, el crecimiento de los fundamentalismos religiosos y los movimientos ultraortodoxos hasta la aparición del papa Francisco, el problema de lo político y lo religioso, de sus vínculos y sus divisiones, nos exige colocarlo en el centro del debate contemporáneo para tratar de entender el mundo por venir.
Sin embargo, esta reflexión no debería colocarse solamente del lado del conflicto sino, por el contrario, permitirnos comprender por qué la religión ha aflorado como un campo de conocimiento y una realidad sobre la que tenemos que detenernos. La modernidad se constituyó como un proceso de secularización del mundo que desde el punto de vista político y filosófico significó la supremacía de la "razón" junto a la búsqueda de construir orden, productividad y entronizar el "bien común" como horizonte político. Por este camino se clausuró lo religioso al ámbito de lo privado, solapando también aquellos valores a través de los cuales construir formas éticas de relación social basadas en elementos, por ejemplo, comunitarios.
Reflexionar sobre lo religioso y lo teológico nos permite repensar los problemas que la filosofía y la política han hecho suyos desde el ensimismamiento, en un proceso de desencantamiento, de pérdida de la inocencia y del asombro. Pensar hoy lo religioso como una ética de responsabilidad hacia el otro, mostrando que "religión" no significa solamente "institución", abre a la posibilidad de imaginar caminos para el mundo que está llegando, como una nueva política posible.
¿Por qué cambian las familias pero no las parejas?
Paula Sibilia y Christian Ferrer
Antropóloga y sociólogo
Un rasgo notorio de la actualidad es el desarrollo desigual y combinado entre la "forma familia", que ha demostrado ser dúctil y adaptativa, y la "forma pareja", que a pesar de los intensos sacudones sigue siendo poco flexible, mutuamente posesiva y tan insatisfactoria como en épocas anteriores. Mientras la infancia y la familia se metamorfosean, la pareja se debate en un laberinto de espejos contradictorios, por más que la monogamia eterna haya sido reemplazada por períodos sucesivos de exclusividad temporaria. Apremia a ese malestar –un secreto a voces– la inevitable "máquina de gestión" de los asuntos domésticos. Y así como existe una industria dedicada a entretener a los niños, también hay una para los matrimonios, pues a las frustraciones hay que sobrellevarlas y cualquier sacrificio hoy suena anticuado.
Así, en una era permisiva en lo que concierne a libertades afectivas y sexuales, proliferan servicios para el mantenimiento de la vida conyugal. Los consejos destinados a reencantar la decepción post-nupcial suponen un diagnóstico que suele ser lúcido, pero la terapéutica recomendada es ineficaz. Ante la fatalidad de la pasión empalidecida, las variables de ajuste recaen sobre los placeres de la carne y del buen querer. No deja de sorprender que esto suceda en una época que irradia imágenes explícitamente eróticas, además de prescribir la necesidad de permanecer activos en el mercado del deseo, lo cual aumenta la irritabilidad ante los hábitos inertes de las parejas estables.
Si el matrimonio moderno fue la mejor síntesis posible entre sexo y dinero, ahora se sabe que el castillo mágico del enamoramiento originario se va transformando en un monoambiente de la imaginación, al que sólo cabe redecorarlo o sustentarlo mediante viajes, gastronomía, temporadas de series televisivas y otros consumos medianamente suntuosos. Pero la resignación es un problema, por más que se anteponga la seguridad –la inversión emocional realizada, y no sólo emocional– a las posibilidades existenciales que se van dejando de lado. De allí que el candente dilema irresuelto que heredamos del siglo XX no se concentre tanto en las relaciones económicas y políticas, sino en aquellas que se deshojan en las alcobas.
¿Hay otros modelos posibles de desarrollo?
Maristella Svampa
Socióloga y escritora
A nivel global, en los últimos quince años se ha gestado un nuevo concepto-síntesis, el de Antropoceno, que cuestiona las lógicas actuales de desarrollo y devino un punto de convergencia para pensar esta edad en que la humanidad se convirtió en una fuerza geológica mayor. El Antropoceno instala la idea de que hemos transpuesto un umbral, y que no hay retorno, pues la naturaleza no es lineal, y vista como ecosistema puede reaccionar de una manera imprevisible e incontrolable, algo ilustrado –cual punta del iceberg– a través del cambio climático.
Dicho debate plantea la necesaria salida de aquellas visiones hegemónicas que continúan viendo el desarrollo desde una perspectiva productivista (crecimiento indefinido), como si los bienes naturales fueran inagotables, y que piensan al ser humano como alguien exterior a la naturaleza. En términos nacionales, el desafío implica pensar el posextractivismo, a saber, elaborar alternativas a los modelos de desarrollo extractivos: soja, megaminería, fracking, mega-represas, que presentan una lógica común; gran escala, orientación a la exportación, amplificación de impactos ambientales y sociosanitarios, preeminencia de grandes actores corporativos.
El posextractivismo no es una discusión sobre más o menos ganancias extraordinarias. De lo que se trata es aunar transición y transformación, a través de propuestas de escenarios alternativos, cuyo horizonte se inscribe en otro tipo de racionalidad social y ambiental. Para ello se trata de priorizar a los actores regionales por sobre los externos, a las territorialidades regionales y locales, en el marco de la integración regional y a escala nacional y provincial, activando y ampliando mecanismos participativos y de democracia directa.
Con sus luchas, con sus aciertos y limitaciones, quienes están marcando un camino son diferentes movimientos sociales y comunidades indígenas que sufren la segregación económica, social y espacial en forma inmediata, tras el velo del crecimiento. Ellos están pergeñando conceptos fundamentales para superar la concepción hegemónica del desarrollo y el modelo extractivista como si éste fuese un destino inevitable: derechos de la naturaleza, soberanía alimentaria, vivir bien, justicia ambiental, derecho a la ciudad, bienes comunes, ética del cuidado. En suma, la discusión sobre el posextractivismo apenas comenzó, pero sin duda es uno de los grandes debates del siglo XXI que nos involucra no sólo como país sino como género humano.
¿Cómo hacer dialogar la ciencia con otros saberes?
Guillermo Folguera
Biólogo, licenciado en Filosofía, investigador en la UBA
La filosofía de la ciencia es un área con una corta historia. Sus investigaciones se centraron en algunas características particulares de la ciencia -como su lenguaje o sus métodos- más que en la indagación sobre qué tipo de ciencia realmente se estaba practicando. Por eso, este enfoque dominante en los últimos cincuenta años recibió numerosos cuestionamientos por parte de científicos y filósofos.
La búsqueda por comprender la ciencia de hoy y sus relaciones con otros aspectos de nuestro mundo es un camino que apenas estamos iniciando. En las últimas décadas este intento se volvió especialmente complejo y relevante a partir de la intensificación y propagación de una ciencia de tipo empresarial. Este nuevo tipo de ciencia no pretende comprender el mundo ni busca mejorar la calidad de vida, sino meramente genera productos y servicios pasibles de ser incorporados al mercado.
A su vez, este tipo de ciencia empresarial modificó la relación compleja que de por sí tuvo el saber científico con la tecnología, al incidir fuertemente sobre aspectos sociales y ambientales de nuestra vida cotidiana.
Ahora bien, ¿qué tipo de particularidades presenta todo esto en América Latina? ¿Debemos asumir desde la filosofía de la ciencia y la práctica científica los mismos criterios y objetivos que se presentan en otras latitudes? Creo que debemos reconocer nuestras particularidades, aun cuando dialoguemos con otras experiencias. Quizás uno de los desafíos principales de la filosofía de la ciencia hoy sea el de contribuir a un verdadero, amplio e igualitario diálogo entre la ciencia y otros tipos de saberes de las comunidades de nuestros territorios, teniendo como objetivo prioritario la búsqueda por un mejor vivir y por establecer un vínculo distinto con la naturaleza.
LA NACION