Las rejas de la pobreza
El magnífico reportaje a Javier Auyero publicado en este diario el domingo pasado ahonda en un aspecto poco estudiado y menos expuesto de la situación de pobreza que asuela a no menos de un 20% de la población argentina: la degradación de las relaciones sociales básicas en los ámbitos en los que ella se mueve.
Producto de 30 años de empobrecimiento y exclusión, la cronificación de la pobreza ha ido generando efectos que deben entenderse si se quiere remediar este drama. A saber:
1) La destrucción de los lazos familiares. En nuestros trabajos en territorio hemos detectado barrios en los que un 50% de los hogares tienen jefatura femenina; es decir, no hay un papá. Si a ello se suma la ausencia cotidiana de la madre por sus necesidades laborales, se entiende la dificultad que tienen los jóvenes para estructurar su vida valorativa, afectiva y social. Cuanto más observamos estas situaciones, más se refuerza el valor de la familia, que los mismos jóvenes necesitan con desesperación.
2) El impacto negativo del entorno en la formación de las expectativas de vida. La construcción del proyecto de vida resulta de muchas influencias, tales como el ejemplo familiar, las capacidades adquiridas en la escuela y los estímulos del medio. Un individuo inmerso en un ámbito urbano de desesperanza tendrá enormes dificultades para salir de esa trampa y construir un proyecto positivo de vida.
3) Los dramas vitales de la juventud. El alcohol, la violencia, el embarazo adolescente, las dificultades para el primer trabajo y la primera vivienda (los asentamientos nuevos están plagados de jóvenes parejas) son rejas de las que los chicos apenas pueden salir.
4) La instalación del crimen organizado como una realidad en los espacios de la exclusión. Esto se da con diversos niveles de complejidad y genera el encadenamiento de violencias que describe Auyero, y que agrega otro drama a las débiles barreras de contención que tienen las familias y comunidades pobres .
En síntesis, esta perspectiva más compleja y profunda de la pobreza que nos propone Auyero tiene enormes implicancias tanto para la cohesión social cuanto para las políticas destinadas a construir mejores condiciones de vida en los excluidos. Para la cohesión social, porque el problema de la pobreza no es en modo alguno una cuestión de voluntad o "cultura" de los pobres, como suele afirmarse, sino el resultado de múltiples cuestiones ambientales, incentivos negativos y carencias que generan trampas de las cuales no pueden salir siquiera por su propio esfuerzo, sobre todo los jóvenes. Mirarlos, escucharlos son los pasos iniciales para ponerse en el lugar del otro y, desde allí, comprometerse para ayudar a resolver los problemas.
Pero igualmente importante es lo que esta visión integral implica para las acciones sociales, que deben ser una combinación de intervenciones universales (la Asignación Universal por Hijo, por ejemplo), con tareas casi artesanales que entren hasta los núcleos básicos de la organización social. De allí la trascendencia de trabajar para sostener la familia, una palabra, un concepto, que no parece estar en el centro de la mirada oficial sobre el problema de la exclusión.
El progresismo suele considerar a la familia como una idea arcaica que ha sido superada por nuevas formas de unión. Pero lo que suena como un enfoque posmoderno no es sino síntoma de una mirada lejana e ideológica de lo que realmente sucede al interior de los espacios de la exclusión. Quien entra en esas realidades ve que los niños y jóvenes pobres tienen hambre de familia, de afecto, de proyecto, de proyección. Y ve también cuán importante es trabajar para que esa hambre de familia sea saciada con acciones públicas o comunitarias que ayuden a sostener las parejas, brinden contención y den herramientas (como las guarderías o los turnos extendidos en las escuelas) que alivien los problemas generados por la necesidad de trabajar de los padres. Las acciones sociales centradas en la importancia de la familia se deberían extender a las intervenciones de la Justicia, que muchas veces no pone a la familia en el centro de sus acciones.
Otro eje de la solución es el valor de la energía social que existe en todas las comunidades, una herramienta valiosísima para dar contención a quienes carecen de todo afecto. El Estado no alcanza a llegar capilarmente al interior de los grupos humanos que necesitan su apoyo, y por eso resulta tan importante confiar en –y potenciar– la energía social comunitaria. En los últimos tiempos asistimos, en cambio, a una politización de la relación Estado-comunidad que envilece esa energía social, condicionándola a la adhesión partidaria como único criterio de funcionamiento.
Finalmente, esta mirada sistémica de los problemas de la exclusión exige cada vez más poner en el centro la cuestión de la droga, que ha dejado de ser un tema lejano para convertirse –como bien lo muestra Auyero– en un aspecto esencial del drama cotidiano de la pobreza. No hablo sólo de la lucha policial contra la oferta, sino también de las cuestiones culturales que aumentan la tolerancia social al consumo. Resulta perverso que un Gobierno que declara a la batalla contra la pobreza como un eje de su acción permita que funcionarios del más alto nivel emitan mensajes equívocos sobre la legalidad del consumo de drogas. Una preocupación de pocos "pequeños burgueses urbanos" llega a los sectores más pobres como la aceptación del Gobierno al consumo de sustancias adictivas, agrediendo así el esfuerzo de los padres y las organizaciones de base que trabajan en soledad en los barrios para sacar a los jóvenes que han caído o que están por caer en esa trampa de la que quizá nunca saldrán.
Si no se logra desarrollar esta perspectiva integral de los problemas de la pobreza más profunda, no podremos extrañarnos de que no se logre reducir sus efectos más perversos (en especial, la violencia hacia dentro y hacia fuera de sus ámbitos), ni evitar su reproducción intergeneracional, que se consolida a pesar del crecimiento económico del que ha disfrutado el país de los "no pobres".
© La Nacion
El autor es diputado nacional por el Peronismo Federal. Escribió País rico, país pobre