Le Petit, el primer kirchnerista
En 1848, Carlos Luis Bonaparte ganó la primera elección con sufragio universal masculino en Francia. Tal como lo pintan Marx y Víctor Hugo, resultó una versión temprana del líder populista latinoamericano
Aunque las abogadas exitosas suelen confundirlos, Napoleón Bonaparte y su sobrino, Carlos Luis Bonaparte, eran dos personas diferentes. Napoleón, el primero, era aquel que caminaba con una mano atrás y otra adelante, llevaba un tricornio en la cabeza y estaba casado con una señora llamada Josefina. El otro Napoleón, el tercero, usaba bigotes manubrio con barba candado, y era menos talentoso y más alto, a pesar de lo cual Víctor Hugo, el primero, lo apodó, inmortalmente, Le Petit.
Después de la anarquía que reinó en Francia durante el ascenso y caída de la Comuna de París de 1848, también los franceses buscaron un hombre fuerte capaz de reforzar la figura presidencial, por decirlo de alguna manera. Napoleón Le Petit fue ese hombre: ganó la primera elección con sufragio universal masculino en Francia con casi un 75% de los votos, dejando así reducidos al ridículo los resultados de sus seguidores en el arte de embaucar a una nación. Víctor Hugo I, es decir, Víctor Hugo, quien se dedicaba entonces al estudio de los miserables, escribió un libro entero sobre este Napoléon, de quien dijo: "¿Qué puede hacer? Todo/ ¿Qué hace? Nada/ Con ese enorme poder,/ un hombre de genio habría cambiado Europa en ocho meses./ Pero él se ha apoderado de Francia y no sabe qué hacer con ella". Y luego: "Dios sabe, sin embargo, que el Presidente lucha./ Se enfurece, todo lo toca, corre en pos de sus proyectos,/ pero al no poder crear nada, decreta y ordena/ tratando de evitar la total nulidad". Y luego, la estocada final: "Ama la vanagloria, el brillo, las grandes palabras,/ lo que resuena, lo que resplandece, la cristalería del poder./ Posee el dinero y la renta, el Banco, la Bolsa, las cajas fuertes./ Tiene sus caprichos, y es necesario que los satisfaga./ Cuando se lo mide, y se lo ve tan pequeño,/ y luego se mide su éxito, tan enorme,/ es imposible que el espíritu no se sorprenda./ Trepador aventajado, impulsa el cinismo, porque la Francia, que imagina a sus pies,/ lo insulta, se mofa, ¡se le ríe en la cara!/ Triste espectáculo el de un galope a través del absurdo/ de un hombre mediocre que intenta escapar!".
Si bien Napoleón primero y tercero eran dos individuos diferentes, compartían una misma pasión: transformar las epopeyas democráticas de su pueblo en proyectos autoritarios y nacionalistas. De la Primera República Francesa al Primer Imperio, el primer Napoleón; de la Segunda al Segundo, el tercero. Pero Napoleón III Le Petit padecía un serio inconveniente que se interponía entre él y su destino de grandeza: su mandato estaba por caducar. De manera que llamó a un referéndum por el cual -con el 90% de los votos- la voluntad popular francesa legitimó el autogolpe de estado que Le Petit acababa de dar. Así se inició su dictadura, durante la cual siguió concentrando el Poder Ejecutivo, sancionó una reforma constitucional por la cual el Parlamento no tenía derecho a la iniciativa legislativa, sometió a la prensa a exacciones monetarias "para garantizar su buena conducta", proscribió a la oposición e instauró una tiranía plebiscitaria, basada en los sueños de grandeur del nacionalismo francés y en el usufructo de un apellido mítico. Cualquier parecido con la historia argentina reciente y futura es obra del más puro azar...
Pero no fue Víctor Hugo, el primero, el único genio que escribió sobre Le Petit. También Marx le dedicó un libro, El dieciocho brumario , que comienza con aquella célebre frase sobre la repetición de la Historia como farsa. Otra casualidad. Aunque es la frase más conocida del libro, la mejor viene después: "La tradición de las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos se disponen a revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto? es precisamente en esas épocas de crisis cuando, temerosos, llaman en su auxilio a los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, su ropaje, sus consignas de guerra, para así, con un disfraz de antigüedad venerable y un lenguaje artificial y prestado, representar esa tradición muerta en el nuevo escenario de la historia universal". Extraordinaria metáfora, que anticipa la creación de institutos historiográficos creados al efecto de tomar prestados del pasado nombres, ropajes y consignas de guerra, y la consagración de esa distorsión de la Historia a la que muchos argentinos denominan "memoria".
Pero las analogías entre la farsa de Napoleón III y su sainetesca repetición criolla no terminan aquí. De él, dice Marx: "Un jugador tramposo... ha derribado no ya la monarquía, sino las concesiones liberales que le habían sido arrancadas mediante siglos de lucha? Queda por explicar cómo tres caballeros astutos pudieron sorprender y reducir al cautiverio, sin resistencia, a una nación de 36 millones de almas?". El "trepador aventajado" de Hugo es, para Marx, un "viejo ladino" que "?concibe la vida histórica de los pueblos y los grandes actos de gobierno como una comedia, en el sentido vulgar de la palabra; como una mascarada en que los disfraces y las frases y gestos no son más que la careta que oculta lo mezquino, lo miserable... Abriga la convicción de que hay poderes superiores a los que ningún hombre puede resistir. Entre éstos incluye los cigarros, el champagne y el salchichón adobado". De ahí que Le Petit fuera aclamado por sus tropas al grito de "¡Viva Napoléon, y el salchichón!".
En cuanto al carácter pretendidamente liberador del bonapartismo, sostiene Marx: "Francia ha querido escapar al despotismo de una clase entregándose al despotismo de un solo individuo, cayendo así bajo la autoridad de un sujeto sin ninguna autoridad". Y en cuanto al 75%, el 90% y la supuesta infalibilidad popular, agrega: "La Historia hizo nacer en el campesino francés la fe milagrosa de que un hombre llamado Napoleón le devolvería todo su esplendor y se encontró con un individuo que se hace pasar por tal... Pero entiéndase bien, la dinastía Bonaparte no representa al campesino revolucionario, sino al conservador.... no expresa su ilustración, sino su superstición; no su juicio, sino su prejuicio; no su porvenir, sino su pasado".
Aún más sorprendente en el libro de Marx -especialmente para quienes confunden la izquierda con el estatismo- es la extraordinaria precisión con que anticipó las consecuencias de un Estado en manos populistas: "Un gobierno fuerte e impuestos elevados son cosas idénticas... Provocan, en todos lados, la injerencia directa del poder estatal? y crean una población desocupada que no encuentra cabida en el campo ni en las ciudades y echa mano de los cargos del Estado como de una limosna...". Dicho lo cual, pasa al clientelismo: "La idea de una enorme burocracia, galoneada y bien cebada, es la que más agrada a este Bonaparte. ¿Y cómo no había de agradarle si se ve obligado a crear, junto a las clases reales de la sociedad, una casta artificial para la cual el mantenimiento del régimen es un problema de cuchillo y tenedor? Por eso, una de sus primeras operaciones consistió en elevar los sueldos de los funcionarios y crear nuevos cargos que ocasionen poco o ningún trabajo... Se comprende así que en un país como Francia, donde el Ejecutivo dispone de un ejército de más de medio millón de funcionarios y tiene bajo su dependencia incondicional a una masa inmensa de intereses; una Francia donde el Estado mantiene atada, fiscalizada, regulada, vigilada y tutelada a la sociedad civil, desde sus manifestaciones más amplias hasta sus vibraciones más insignificantes, de sus modalidades generales a la existencia privada de los individuos; este cuerpo parasitario adquiera, por su extraordinaria centralización, una ubicuidad, una omnisciencia y una capacidad enormes". De lo que se desprende su corrupción: "Bonaparte se sabe... representante del lumpemproletariado, al que pertenecen él mismo, su entorno, su gobierno y su ejército, y al que ante todo le interesa beneficiarse sacando premios de esa lotería californiana que es el Tesoro público". ¿Un ejemplo?: "Manejos especulativos de las concesiones ferroviarias en la Bolsa por gentes avisadas de antemano y que no representan ninguna capitalización para los ferrocarriles". Así las cosas, "Bonaparte quisiera aparecer como el bienhechor patriarcal de todas las clases, pero no puede dar nada a una sin quitárselo a otra... [anhela] convertir toda la propiedad y el trabajo de Francia en una obligación personal hacia él...". El desenlace es bien conocido: "Acosado por las exigencias contradictorias de su situación y al mismo tiempo obligado, como un mago, a atraer hacia sí las miradas del público mediante sorpresas constantes? lleva el caos a toda la economía... engendra una verdadera anarquía, despojando a la maquinaria del Estado de su halo de santidad; haciéndola asquerosa y ridícula a la vez".
¿Fue Napoleón Le Petit, como algunos sostienen, el primer fascista, o sólo un populista avant- la-lettre? ¿Anticipó a Perón?, ¿a Kirchner?, ¿a los dos? ¿Merece un lugar en el panteón nac &pop junto a su contemporáneo Rosas? Digamos, para zanjar la cuestión, que Le Petit fue el eslabón perdido entre las monarquías y una nueva forma de poder tiránico unipersonal. Un kirchnerista antes del kirchnerismo. El primero de ellos. El australopiteco primigenio. La Lucy del partido del amor. Según la Historia, era muy aficionado al vino, y como tal, convocó a prestigiosos científicos -como un tal Luis Pasteur- a mejorar los métodos de producción, exigiéndoles un sistema de clasificación que es la base de las variedades que conocemos hoy. Según la leyenda, su preferido era el malbec. Pero no terminan aquí las conexiones entre este Napoleón y nuestro país. Tras su autogolpe de Estado, una de las víctimas de sus persecuciones, el agrónomo Michel Aimé Pouget, se exilió en Chile y se dedicó a trasplantar las mejores cepas francesas. Un argentino de entonces lo convenció de hacer lo mismo en Cuyo, a lo que debemos hoy los mejores malbec del mundo. ¿El argentino? Se llamaba Domingo Faustino Sarmiento y era un decidido opositor a gente como Le Petit.
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