El tercer aniversario de Benedicto XVI. Lejos del mundanal ruido
ROMA.- Reservado, reflexivo, tímido y políticamente incorrecto. Decir que Benedicto XVI es totalmente distinto de su amado predecesor, Juan Pablo II, es una obviedad. Hay quien dice que si Joseph Ratzinger, un papa intelectual, no hubiera elegido el sacerdocio, habría sido un brillante académico, un profesor universitario (como fue durante varios años de su vida); si Karol Wojtyla, un amante del teatro, no hubiera recibido el llamado de Dios, en cambio, hubiera sido una estrella de Hollywood.
A Benedicto XVI no le interesa estar bajo la luz de las cámaras. No quiere ser protagonista. El único centro de atención para él debe ser Dios, la verdad con “V” mayúscula. Amante del piano, en especial de Mozart, que sigue tocando a diario en su apartamento del tercer piso del Palacio Apostólico, quienes lo conocen cuentan que ahora que es Papa está más tranquilo. Como es difícil acceder a él, puede encerrarse a leer, a escribir, a estudiar, las verdaderas pasiones de este teólogo. Tiene paz. Cuando era cardenal, en cambio, muchos podían pasar por la Congregación de la Doctrina de la Fe y tocar su puerta.
Los expertos en cuestiones vaticanas destacan que Benedicto XVI también está más tranquilo gracias al cardenal Tarcisio Bertone, su ex brazo derecho en la Congregación de la Doctrina de la Fe, a quien designó como secretario de Estado del Vaticano. El afable y simpático Bertone, un salesiano, para muchos pasó a ser un “vice-papa”, como ningún otro secretario de Estado fue en tiempos modernos (quizás exceptuando el cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII). El cardenal Bertone es quien habla con los medios, y actúa como un virtual escudo, vocero y enviado especial del Papa. Todos saben que cuando Bertone interviene, lo hace con el apoyo total del Papa.
Pese a su fama de “panzer kardinal”, de hombre intransigente, rígido, inflexible, tres años después, en Roma, son pocos quienes piensan esto de Bendicto XVI. “Es abierto, no cerrado, alguien con quien se puede discutir, y que puede cambiar de idea”, contó una alta fuente del Vaticano, que lo conoce desde hace más de veinte años.
Quienes lo van a ver, se encuentran ante una persona no sólo “muy bien informada”, sino que “ha procesado e interiorizado la información”, dijo un embajador ante el Vaticano de un país europeo.
Benedicto XVI, que tiene sentido del humor (con Bertone intercambian chistes), no almuerza todos los días con invitados, como solía hacer Juan Pablo II. Ratzinger, que en pocos días cumplirá 81 años, prefiere conservar su energía. A diferencia de Juan Pablo II, que hasta último momento quiso estar entre las masas, concede poquísimas audiencias privadas y tiene una agenda con muchísimos menos compromisos “mundanos”.
Como buen alemán, Benedicto XVI no demuestra sus emociones. Es una persona muy controlada. Apegado a las tradiciones, le encantan los parlamentos litúrgicos antiguos, como demostró en estos últimos tres años, durante los cuales ha sacado del arcón diferentes modelos de gorros y mantillas utilizados por otros papas. Es anticonformista, y está convencido de que no tiene que ser políticamente correcto, más allá de que muchos se lo aconsejen. Si no fuera así, no hubiera bautizado en la vigilia de Pascua pasada al controvertido y famoso periodista musulmán, Magdi Allam, volviendo a ser noticia en todo el mundo.
A Benedicto XVI no le importa no ser aclamado, ni ser considerado antipático o retrógrado. En un mundo según él azotado por la “dictadura del relativismo”, él cree que su misión es luchar contra el secularismo actual, reafirmar la identidad católica. Sin concesiones, sin aperturas, aunque tenga que ser políticamente incorrecto. Para él, es mejor que haya pocos católicos, pero convencidos de la ortodoxia doctrinaria, que muchos, no observantes.
lanacionar