Leonardo, habitante del tercer milenio
El jueves pasado, mientras la lluvia arreciaba sobre Buenos Aires, Héctor Pavón y Mercedes Ezquiaga presentaban, en la flamante Biblioteca Parque de la Estación, Todo lo que necesitás saber sobre Leonardo da Vinci en el siglo XXI. Mientras me acercaba a las instalaciones de lo que alguna vez fue un galpón ferroviario del barrio de Balvanera, me dije que una biblioteca pública siempre será un buen lugar para presentar un libro. En este caso, un trabajo que desde el vamos apuesta a la proximidad, en cuya tapa una Gioconda tamizada por el diseño y los colores del street art lanza el mismo aguijón de misterio de su célebre predecesora. Y cuyos autores dedican a sus respectivos hijos e hijas, que "son el futuro que estamos soñando". Además de celebrar la actualidad de un creador fallecido hace quinientos años, el texto nos lleva de la mano -a nosotros, seres de un siglo algo aturdido, lectores no necesariamente eruditos o familiarizados con los múltiples pliegues de la indagación histórica-, y nos dice que quinientos años quizá no sean nada, que las huellas de ciertas búsquedas están allí, entreveradas en lo más prosaico de tanta vida cotidiana. Y que Leonardo, el bello e inquieto habitante de una Florencia que ya no es, tiene aún mucho por decir.
Ezquiaga y Pavón no construyen una biografía de Da Vinci, sino que trazan diversos caminos desde donde recuperar su legado. De la cotización actual de algunas de sus obras a detalles sobre su estilo de vida y técnicas de trabajo; del ensayo que Freud escribió a partir de la pintura La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana a los ecos de Leonardo en la trayectoria de Steve Jobs; de la pregunta por la ciudad habitable al diálogo entre estética, técnica y ciencia. Todo lo que necesitás saber sobre Leonardo da Vinci... se puede leer en el orden que se desee, ingresando por cualquiera de las múltiples entradas que ofrece. De todos modos, hay algo así como indicios que se reiteran; pistas para pensar el fenómeno Da Vinci (y no solo el personaje histórico en sí) de un modo menos fragmentario. Uno de estos datos podría ser la curiosidad. Leonardo el artista, el botánico, el inventor, el músico, el ingeniero, el urbanista, el arquitecto, era un autodidacta, un hombre que emprendía mil proyectos y que dejaba inconclusos otros tantos; alguien que ni siquiera sabía leer latín, la lengua del conocimiento en tiempos del Renacimiento. Entre las diversas condiciones que lo convirtieron en quien llegó a ser, estaba la curiosidad. Un hambre siempre insatisfecha; la pulsión que lo llevaría a observar, indagar, buscar, tentar el límite; a escribir miles de hojas, anotaciones, dibujos y apuntes donde puntillosamente registraba observaciones, hipótesis y descubrimientos. Un gusto por lo que hacía que también era necesidad. Leonardo no era "libre", en el sentido en que no tenía recursos materiales propios: necesitaba clientes que le hicieran encargos, mecenas que lo protegieran. En esas condiciones ejercitaba su curiosidad -el lado activo de quien se deja maravillar por el mundo-, y al hacerlo unía distintas esferas del saber; ataba cabos, hacía conexiones, tendía puentes. Establecía un mapa de lo sensorial, cognitivo, mecánico o estético que, sí, podría entenderse en los términos de una red. Pensar y trabajar en red: Leonardo, hombre del mañana.
"Si el futuro se percibe como un gran laboratorio donde la fusión de especialidades hasta ahora insospechadas marcará el modo de interrelacionarse, acompañada por una profunda observación y capacidad de comprensión de los más variados fenómenos, entonces Da Vinci, sin saberlo, sentó las bases de los parámetros que moldean la vida en el tercer milenio", escriben Pavón y Ezquiaga. Y ojalá sea así; ojalá a este tiempo finalmente se lo ganen aquellos que vengan con los ojos ávidos de maravilla, con ansias de pensarlo todo como si todo fuera nuevo.