Líder se busca para conquistar votos sin dueño
El cacerolazo del 8-N fue un llamado de atención al Gobierno, pero también mostró amplios sectores huérfanos de representación. ¿Qué deberían hacer los opositores para cambiar reclamos por adhesión? Diez claves, según reconocidos analistas y consultores
Cristina no. ¿Me decís quién?" Escrita en hoja oficio, impresa en la computadora hogareña, captada por una foto de la multitud que avanzaba por Diagonal Norte el 8-N, la pregunta, entre la provocación y el desamparo, está hecha para señalar un vacío. O, peor aún, un conjunto de opciones que no convencen ni inspiran confianza, que ya desilusionaron, que no invitan a acompañar hacia ninguna utopía, que entusiasman por un ratito o que no resisten el archivo de la memoria corta.
Para la oposición -sospechada de no representarse más que a sí misma, de dejar terreno vacante y de ceder la iniciativa política al Gobierno-, las campanas de los dos cacerolazos recientes no sólo doblaron para señalarle el descontento de la gente. También fueron señal de una oportunidad: finalmente, quienes salieron a mostrar su rechazo al Gobierno y a la política, aun descreídos, son también votos sin dueño, voluntades huérfanas de líderes.
La misión, si la oposición decide aceptarla, implicará remontar un malestar ciudadano de proporciones históricas. El 70,4% de los argentinos desaprueba la labor de los opositores, los hayan votado o no, y, cuando se les pregunta quién es el principal contendiente para la presidenta Cristina Kirchner, casi siete de cada diez no pueden dar un nombre: el 33,2% dice que no hay ninguno y el 32,7% que no sabe, todo esto según un monitoreo de 2100 casos en todo el país realizado a fines de octubre por la consultora Management & Fit.
En otro sondeo de la misma firma, en los días siguientes al 8-N entre 1000 personas, caceroleros y no, el 21,3% dijo que la oposición debería escuchar los reclamos del cacerolazo, y el 23,2% piensa que ambos, oficialismo y bando contrario, deberían hacerlo. ¿Qué tendría que hacer la oposición para transformar ese escepticismo en votos en las urnas de 2013 y 2015?
Varios reconocidos consultores y analistas políticos construyeron para La Nacion el retrato de una oposición con posibilidades de sumar adhesiones: líderes que sometan sus aspiraciones personales a alianzas programáticas; con fortaleza, decisión y mirada positiva hacia el futuro, pero no agresivos ni descalificadores; realistas para hacer promesas; que prioricen la solución concreta de problemas a la ideología, y que, además, estén dispuestos a dar pelea contra un oficialismo que monopoliza recursos e iniciativa política, figuras de recambio y lazos en el interior del país. Este retrato se puede resumir en diez desafíos que son, a la vez, una radiografía de muchas de las carencias del campo opositor.
Construir un "contrarrelato"
Al relato del Gobierno sólo se le puede imponer otro que, además, debería ser exactamente su revés, en contenidos y en estilo. "Un líder opositor tiene que poner en evidencia todas las contradicciones del relato kirchnerista, como el enriquecimiento de los funcionarios, los índices reales de pobreza, el capitalismo de amigos, la gestión del transporte público o las corrupciones varias, y explicar por qué se opone a cada cosa", apunta Orlando D'Adamo, profesor de psicología política en la Universidad de Belgrano y la UBA. "El nuevo relato tiene que pasar por mostrar que hay otra forma de comunicar, que es uno de los reclamos centrales de la gente".
"No debe tener un discurso soberbio, tiene que hablar sin gritar, sin llorar, sin evocar próceres. No dar lecciones de nada, sino explicar cómo va a solucionar los problemas", coincide y ejemplifica Sergio Berensztein, director de Poliarquía.
Desarrollar un estilo de liderazgo firme, pero moderado
De la mano de ese relato alternativo que la sociedad parece demandar, el modo de hablar y conducirse también debería ser "el contrapunto exacto del estilo presidencial", como apunta D'Adamo. Y describe: "Debería encarnar la antítesis de los modos prepotentes, soberbios y arrogantes. Tener ironía y también humor. Sin agresividad, pero con fortaleza; ser capaz de enojarse pero no de descalificar. Determinado y conciliador, pero no débil, que transmita decisión y voluntad, pero no rigidez. Que responda a todo, pero nunca desde la violencia, sí desde la sensatez". Un equilibrio complicado: "Tiene que ser visto como un encarnizado opositor, pero como un futuro gobernante tolerante", sugiere.
Berensztein agrega otros condimentos en esa línea: "Está claro que la gente demanda un estilo de liderazgo distinto, que se haga cargo de los problemas, que muestre cómo resolver cuestiones con las restricciones que existen, y que no eche culpas". Hacerse cargo del subterráneo en la ciudad, como acaba de anunciar Mauricio Macri, o mostrarse perpetuamente moderado, como Hermes Binner, va en esa línea, aunque las vacilaciones no ayudan y la tolerancia puede confundirse con tibieza, dicen los analistas.
Pocas consignas
Los eslóganes globales y poco controvertidos son los mejores para generar adhesión. Los propios caceroleros, en una iniciativa espontánea que el marketing político profesional recomienda, lo demostraron: "No a la re-reelección", "Contra la inseguridad", "Basta de megacorrupción". La firma conjunta de legisladores opositores para garantizar el rechazo a una reforma constitucional, o el índice de inflación que mensualmente se presenta desde el Congreso parecen iniciativas acertadas. Que sean suficientes es otra cuestión.
"La oposición debería salir del encierro de los grupos políticos y abrirse más a la ciudadanía. Elegir unos pocos temas, de alto impacto según las demandas sociales y, sobre todo, que demuestren que existen opciones políticas con visión del país", afirma el sociólogo y analista político Manuel Mora y Araujo.
Algunos lo reducen todavía más: "La oposición tiene como tarea buscar una valencia, un caballito de batalla electoral que la distinga del oficialismo, con un alto nivel de aceptación social y que sintetice un esquema de propuestas sin explicitarlas", sugiere Mario Riorda, consultor en temas de estrategia y comunicación política.
Menos ideología, más pragmatismo
Tras casi una década de épica presidencial, el discurso opositor debería ser principalmente pragmático: hablar de solucionar problemas concretos más que de ideologías. "Lo ideológico debería tener el mínimo lugar posible en el discurso opositor. La gente no está atada a ideologías y no cree en ellas. Un ciudadano puede decir, si le preguntan: ?soy esto, soy aquello' y después votar por un candidato que es lo opuesto", señala Mora y Araujo.
¿No se necesita, de todos modos, alguna idea de destino colectivo? ¿Puede el Metrobús, las bolsas reciclables, las bicisendas y los recitales al aire libre, todas iniciativas de Pro en la ciudad, dibujar una utopía hacia la cual marchar juntos? "La ideología es un factor inherente a la discursividad política. En la medida en que el debate público ideologizado sea percibido como necesario para obtener soluciones deseadas, la ideología será un buen predictor electoral", dice Riorda. "Aunque cuando un tema afecta severamente a un grupo y la ideología no lo resuelve, ese tema puede ponerse por encima de ella, tanto como si la ideología discute exageradamente sobre temas que no son de interés general", matiza.
Ser realista
O, en otras palabras, no prometer lo irrealizable. Sobre todo porque los ciudadanos argentinos tienen experiencia en ser desilusionados por dirigentes que olvidan lo que dijeron en las campañas. "En las elecciones legislativas de 2013 corremos el riesgo de que suceda lo mismo que en 2009, cuando la gente votó como si fueran elecciones presidenciales y se decepcionó después, porque los legisladores elegidos no podían hacer nada. No hay que crear demasiadas expectativas, porque la oposición no tiene opción de solucionar los reclamos en el corto plazo", advierte la titular de la consulta Management & Fit, Mariel Fornoni. "En relación con las demandas puntuales del 8-N, sólo pueden comprometerse a no apoyar la reforma de la Constitución, porque decir otra cosa sólo generará insatisfacción".
Pensar con cuidado una estrategia de alianzas
En el escenario político actual, ningún opositor puede aspirar a ser, él solo, un aglutinante de voluntades. Habrá, entonces, que hacer alianzas, pero con los cuidados del caso: los argentinos también saben de coaliciones fallidas en cuanto deben pasar la prueba de la gestión de gobierno o la actuación legislativa. "Lo más importante hoy es abandonar los vedettismos y las individualidades y construir alianzas creíbles y que puedan ser percibidas como sustentables en el tiempo", dice Fornoni. "En las elecciones legislativas, estas alianzas deberían darse territorialmente, provincia por provincia, y mostrar vocación de construir."
Para Riorda, en tanto, "los actores de la oposición deben ser lo suficientemente egoístas para entender que sus chances decrecen si sólo son un referente más de un colectivo abstracto llamado ?oposición', pero también lo suficientemente tácticos para reconocer que, si no es en alianza con alguien, sus opciones de triunfo serán escasas", apunta. "Las alianzas pueden ser de líderes y no de partidos. Eso sí: no hay espacio para grandes alianzas incoherentes de líderes incoherentes".
"Hay que pensar en distintas alianzas de partidos. La oposición puede ganar si aprende de la fragilidad de los acuerdos personales", dice el sociólogo e historiador Marcos Novaro.
Menos tragedia, más futuro
Señalar sólo el Apocalipsis no despierta adhesiones ni entusiasmos en las urnas, como tantas veces comprobó Elisa Carrió. "La oposición tiene que abandonar sus tesis más catastrofistas, ver las oportunidades que se abren para el país y cómo aprovecharlas. El kirchnerismo supo hacerlo después de 2009, cuando pudo representar el optimismo social. La oposición tiene que salir del enfoque centrado en la confrontación política para pasar a discutir políticas públicas", sugiere Novaro.
En ese sentido, un líder opositor debería poder rescatar los aspectos positivos de la década kirchnerista y hacer hincapié en aquellas políticas en las que no se dará marcha atrás -ciertos subsidios, las políticas de Derechos Humanos, de investigación científica, de inclusión real-. "Hay que pensar una visión estratégica de largo plazo y comunicarla en forma entendible. Hay que presentar una agenda compleja, decir que vamos a converger con los países que lo hicieron, y que hay problemas pero también soluciones", dice Berensztein.
Usar las redes sociales
En las convocatorias del 13-S y del 8-N emergió una nueva herramienta política en el escenario: las redes sociales como canal de movilización poderoso aunque atado al acceso y uso que hay en los grandes centros urbanos. Aún así, "no hay que perder ese puente que ya está tendido y hacer una campaña fuerte ahí, sobre todo dirigida al votante joven. Estará circunscripta a las ciudades, pero al menos garantiza la llegada en ellos", apunta D'Adamo.
Aprender de los errores
Humildad y autocrítica parecen ser las virtudes de la hora para los líderes opositores. "Hay que aprender de los errores de 2009, cuando la oposición sobreestimó sus recursos, creyó que porque la sociedad los había elegido los iba a seguir eligiendo, y que el kirchnerismo estaba agotado. La sociedad es muy móvil y acompaña a los que ofrecen soluciones a sus problemas", dice Novaro.
Advertir el cambiode época
Antes del marketing político o la construcción de un discurso, la oposición tendría que advertir, más allá de las palabras, que existe una profunda crisis de representación, tal como quedó escenificado de manera contundente en los cacerolazos de este año. "El 8-N perdió el Gobierno y la oposición también. Frente a la ruptura del pacto entre representantes y representados, la sociedad salió a representarse a sí misma -apunta la analista en opinión pública Graciela Römer-. Los políticos tienen que hacer muchas cosas antes de que la sociedad empiece a mirarlos. Hace un tiempo que la sociedad va por delante de los políticos y ellos creen que adelantan consultando encuestas. Así pierden la capacidad de liderar. Un líder es quien encarna el espíritu de la época y marca rumbos, no el que mira encuestas, como hace el 90% de los políticos argentinos."