¿Llegó la hora del "todos ponen"? La apuesta de Macri para lograr consensos
Acuerdos. El Presidente se propone avanzar con reformas de fondo para las que cada sector debe ceder algo. Hasta aquí, la tradición corporativa del país hizo que cada cual tirara para su lado. El interrogante es si las condiciones políticas y sociales del presente habilitarán o no un verdadero punto de inflexión
No todos recuerdan qué hizo Simon Kuznets para ganar en 1971 el Premio Nobel de Economía, pero muchos saben que este economista ruso-estadounidense fue el que dijo que había cuatro clases de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y la Argentina. Huelga aclarar que para alcanzar la categoría de lo inclasificable la pequeña isla de 127 millones de habitantes y el siempre promisorio gran productor sudamericano de alimentos exhibieron rarezas diferentes, de allí que se alzasen cada uno con una categoría. Citar a Kuznets auxilia a quien quiera subrayar la singularidad argentina con desconcierto implícito. El mundo académico, el de las más reputadas universidades, nunca terminó de entender cómo fue que, si hace más o menos cien años la Argentina mostraba un camino al desarrollo, al final el país se subdesarrolló.
En Por qué fracasan los países, Daron Acemoglu y James A. Robinson ensayan una respuesta al título de su libro que está relacionada con instituciones extractivas en vez de inclusivas. Sostienen que los países que escaparon a la pobreza lo hicieron con instituciones económicas apropiadas, y dan mil ejemplos históricos de uno y otro continente. No faltan referencias a lo que plantó la elite argentina del período conservador ni tampoco algunos párrafos sobre los porqués de Perón, Menem y los Kirchner. En ese ensayo planetario hasta aparece, para orgullo nacional, nuestro “corralito”.
La vinculación entre fracaso y pobreza abunda, como issue, en bibliotecas y claustros. Pero no es tan usual que patrocine una búsqueda politemática de acuerdos con una oposición que viene de ser vencida en las urnas. Configurado así, se trata de un planteo sin antecedentes de un presidente no peronista ni radical, de bajo alarde ideológico, potenciado por las elecciones de medio término, que hace pie en la fatiga colectiva respecto de las recetas acostumbradas –vistos los malos resultados– y, en consonancia, aprovecha la acefalía de un peronismo diezmado.
“Tenemos que avanzar en reformas donde cada uno ceda un poco”, dijo Mauricio Macri el lunes 30 de octubre en la terraza del CCK, ocho días después de conseguir, más por expectativas que por logros consolidados, un respaldo electoral intermedio casi inédito.
A las cosas que quiere modificar, Macri las organizó por “ejes”, afiladísimos bisturíes en materia tributaria, laboral y previsional, pero colocó toda la movida bajo la invocación de terminar con la pobreza. Derrotero irrefutable. Casi no tuvo antagonistas su razonamiento de que no es posible salir de la pobreza y la desigualdad sin desarrollo, lo que a su vez requiere de inversiones, productividad y seguridad jurídica, para lo cual se necesita desatar los nudos de los privilegios y la burocracia petrificada. Esas trabas que a cualquier argentino le son tan naturales como la vida en un país inflacionario.
Nadie salió tampoco a discutirle a Macri la frase probablemente más antipopulista del discurso: “Es mentira que hay algo o alguien que quiera perjudicarnos”. Desde Rosas hasta los Kirchner, pasando por Perón, el cliché nacionalista siempre machacó con colonialismos viles, enemigos sinárquicos, cipayos, gorilas, buitres, en fin, la execrable zoología consagrada día y noche a la tarea de postergar ad infinitum el despegue argentino, dicho sin perjuicio de que el imperialismo exista y sea insalubre. El ingeniero presidente retrucó con simplicidad: “Lo que complica nuestro desarrollo son nuestras propias limitaciones, nuestra tendencia a empantanarnos en los problemas y rechazar las soluciones posibles”. Sea por diferencia de idiomas, por resignación, porque el debate ideológico a la vieja usanza ya no agita ni a los parroquianos del café La Paz o porque el kirchnerismo esmeriló el dogma originario hasta dejarlo anémico, lo cierto es que el peronismo no se dio por aludido. Un primer éxito del Gobierno: hay que sentarse a negociar tema por tema. Ir a los bifes. Palabra del diputado massista Ignacio de Mendiguren: “Lo positivo es que por fin empezamos a discutir los problemas de verdad”.
Reformas, pues. Y que cada uno ceda un poco. ¿Llegó la hora del todos ponen? ¿Cuánto está dispuesto a ceder el Gobierno? Y si algunos ponen menos de lo necesario para acordar, ¿qué pasa, el Gobierno impone?
“Creo en la necesidad de pensar una agenda de reforma permanente, lo que yo llamé reformismo permanente”, había explicado Macri sin temor a que el centenario de la Revolución rusa induzca a confusión con la revolución permanente de Trotsky. Que no haya Pacto de la Moncloa ni merchandising fundacional no significa que la convocatoria no defina la gestión de la segunda mitad del gobierno Macri. Ya sea porque se logre el consenso, porque no se lo logre y el Gobierno deba cubrir el bache o, lo más probable, porque haya una compleja combinación de situaciones, con monotributos o impuestos al vino que van y vienen, tal como sucedió a mitad de semana. Será muy difícil determinar en 2018 un porcentaje de éxito, no sólo por la vastedad del planteo originario sino también por la diversidad de temas y su variada gravitación. Muchos dicen que el capítulo que más le importa al Gobierno es el previsional, por su peso monetario.
Prácticamente ningún analista toma en serio a Cristina Kirchner cuando dice que éste es el gobierno con más poder de la historia. Basta observar que hay catorce gobernadores panperonistas y que el Presidente no controla ninguna de las dos cámaras. Después de que el oficialismo ganara las elecciones, el interbloque de Cambiemos pasará de tener un cuarto del Senado a tener un tercio. En Diputados llevará el 34% de las bancas al 42%. Claro que los números fríos no bastan para retratar un escenario político en el que empieza a verse nuevo vestuario con escenografía también renovada. El presidente Macri, más asentado en su liderazgo, busca el centro, mientras en los laterales el peronismo tal vez va camino a dividirse en dialoguistas (la mayoría, tutelada por los gobernadores) y quemacoches (kirchnerismo residual, malquistado con el Estado de Derecho). Nada más elocuente que la visita presidencial a Nueva York de hace unos días, con tres gobernadores opositores (dos peronistas y un socialista) y tres legisladores peronistas (dos diputados y un senador). No es la primera vez que un presidente lleva a opositores a un viaje, pero quizá nunca antes les había tocado a los convidados sentarse a su lado, delante de los empresarios más poderosos del mundo, y decir ellos que con las reformas que vienen habrá previsibilidad y crecerá la economía. Macri mismo subrayó en entrevistas periodísticas el acompañamiento de hombres del peronismo como garantes de las reglas.
Un experto en manejo del poder como Alberto Fernández, jefe de Gabinete durante más de cinco años, atribuye la convocatoria lanzada por Macri a que el triunfo electoral robusteció al Gobierno pero no tanto como para prescindir de acuerdos con la oposición. Fernández encuentra correcto el diagnóstico oficial, incluida la idea de que todos deben ceder algo, pero dice que las medidas esbozadas afectarán el consumo, dañarán las economías regionales y provocarán una reacción sindical. Lo inquieta cuando el Gobierno baja a tierra la propuesta, eso que varios comentaristas llaman letra chica de los acuerdos, que en realidad es la letra a secas.
“Las aspiraciones, los deseos, están bien y la sociedad los comparte –dice también Juan Carlos Schmid, uno de los integrantes del triunvirato que conduce la CGT–, pero el aterrizaje es otra cosa.” Aparte de la reducción de las indemnizaciones y otros ítems del proyecto, a Schmid le preocupa, como a muchos sindicalistas, la filosofía tutorial de la ley laboral, es decir, la intención de poner en igualdad de condiciones al empleador y al asalariado. Eso, dicen, contraviene la jurisprudencia que asigna debilidad intrínseca al trabajador.
¿Dará marcha atrás el Gobierno si el núcleo dialoguista del sindicalismo concentrado en la CGT –por contraste con las CTA– se le planta? En estas dos semanas, una primera fase de la discusión sin proyectos en el Congreso, hubo dos reacciones predominantes. La primera: el Gobierno verificó un índice muy alto de voluntad de negociación. Prácticamente, el kirchnerismo y la izquierda fueron los únicos sectores políticos con actitud bloqueadora (incluidas sus expresiones sindicales). La segunda: abundaron los vetos ante distintos temas concretos del planteo oficial, vetos parciales pero enfáticos, hechos por afectados directos, en formato “esto ni locos lo vamos a aceptar”. Cabía imaginarlo. ¿O alguien esperaba que los productores de vino consintieran que se grave el vino o que los fueguinos celebraran el fin del régimen de promoción de la llamada industria electrónica?
La noticia tal vez no esté allí (en todo caso, habría sido extraordinario que a quien se le avisa que cargará con un impuesto nuevo no salte como leche hervida). Lo que tal vez importa conocer es qué hará el Gobierno con las resistencias que los funcionarios encontraron en su ronda inaugural. Ese dato, políticamente determinante, por ahora es un misterio.
“Escuchan, toman nota de las objeciones, pero no dicen qué harán”, graficó un empresario. Varios ministros, entre ellos Nicolás Dujovne, Jorge Triaca y Francisco Cabrera, se reunieron con gobernadores, industriales, sindicalistas y dirigentes opositores para explicar las medidas y, desde luego, para ver sus reacciones. Es lo que habitualmente se conoce como un sondeo. “La idea sería evitar chocar contra una pared; en intentos anteriores de reformas se usó el método tradicional de jugarse y ahí, si perdés, perdiste la oportunidad”, dice un asesor gubernamental de larga trayectoria. La alusión le calza justo a la ley de reordenamiento sindical o ley Mucci, con la que en la década del 80 el presidente Raúl Alfonsín avanzó al comienzo de su gestión, en plena luna de miel con la sociedad. Alfonsín logró que la ley fuera aprobada en Diputados, pero en el Senado terminó perdiendo por dos votos. Peor que la derrota fue la dura confrontación con el poder sindical que quedó abierta y que duró hasta el último día. Además, el gobierno radical tuvo que dictar un decreto para establecer elecciones internas en los gremios, porque seguía vigente la ley 22.105 de la dictadura.
Máximos arrieros de votos legislativos, los gobernadores peronistas reproducen de algún modo la división que se advierte en el peronismo. La mayoría es dialoguista, aunque aquí se requeriría un adjetivo de mayor precisión, porque los reticentes también hablan con el Gobierno, sólo que tienen una voluntad acuerdista más estrecha. Aun así, es temprano para decir que Alberto Rodríguez Saá, Carlos Verna, Gildo Insfrán y Alicia Kirchner –de ellos se trata– se opondrán terminantemente a las reformas. Es que, aparte de sus posicionamientos políticos, el capítulo fiscal promete negociaciones cruzadas, también, con la afectación de las economías regionales. En otras palabras, cada gobernador tendrá necesidades y compromisos superpuestos. Y también restricciones, como en el caso de la gobernadora de la quebrada provincia de Santa Cruz.
El Gobierno dio un gran paso el jueves, cuando acordó con las provincias la desaparición del Fondo del Conurbano y la creación de un esquema en donde todo lo que se recaude será coparticipable. María Eugenia Vidal ganó para su provincia unos 20.000 millones de pesos.
Al contar la visita a la UIA del ministro de Producción, el martes pasado, De Mendiguren da una clave de las dos visiones que estarán en disputa en cada alineación. “Pancho Cabrera nos dijo: ‘Miren todo el programa, no miren de a uno’.” En el mejor de los casos, ambas visiones podrán unirse. Así opina Cristiano Ratazzi, presidente de Fiat: “Si continuamos persistiendo con un sistema plagado de impuestos distorsivos como ingresos brutos, sellos, débitos y créditos bancarios, con tasas municipales fantasiosas o costos laborales extra que doblan o triplican a cualquier otro país, continuaremos agudizando los problemas de competitividad en un mundo inexorablemente cada vez más global”.
Hay tres cosas seguras. El nuevo Congreso se configura el 10 de diciembre. Viene un verano intenso. Y el Gobierno hará todo lo posible por salir victorioso del “reformismo permanente”. Hasta ahora, nadie tiene noticia de que exista un plan B.
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