Lo que no sabemos que no sabemos
No hay duda de que el actual presidente de la Fundación Cardiológica Argentina, Jorge Tartaglione, acertó con el título de su libro Todos somos médicos: basta con que te aqueje alguna dolencia para que todo aquel con el que te cruzás elucubre una hipótesis sobre las causas y te ofrezca consejos. Prudentes o estrafalarios, no importa, pero siempre con la misma convicción.
Y lo mismo pasa con las finanzas, el fútbol, la política... Es fácil comprobarlo cualquier domingo a la mañana con solo pasar por un café y escuchar a los parroquianos de las mesas cercanas mientras hojean el diario. Somos un país de expertos.
Aunque, claro, nadie puede serlo en todos los campos. Al parecer, como indican las investigaciones de Ana María Vara, de la Universidad Nacional de San Martín, y explica Pedro Bekinschtein en Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión, esta es una trampa que nos tiende el cerebro y tiene "efectos adversos", porque afecta nuestra capacidad de tomar decisiones informadas. Es más: al parecer, cuanto menos sabemos más creemos saber. En la ciencia esto es conocido como "efecto Dunning-Kruger".
La idea surgió de un experimento realizado en los Estados Unidos en 1995. Ese año, McArthur Wheeler, un hombre más que voluminoso, de 1,70 metros y 130 kilos, robó dos bancos a plena luz del día y sin máscara que le ocultara la cara. Fue arrestado una hora después de que su imagen circulara por los noticieros. Wheeler, al parecer, confiaba en que se haría invisible a las cámaras aplicándose jugo de limón en el rostro, una fórmula que le habían sugerido dos amigos que creían que funcionaría como la tinta invisible. "¡Pero si usé el jugo!", dijo, al ser arrestado.
Un año después, David Dunning, profesor de Psicología Social de la Universidad de Cornell, decidió investigar qué había detrás de semejante comportamiento. Su pregunta fue: ¿es posible que la propia incompetencia nos haga inconscientes de nuestra ignorancia? Para averiguarlo, invitó a su estudiante Justin Kruger a hacer un experimento, y lo que encontraron los sorprendió. Hicieron cuatro estudios distintos con alumnos de la Universidad de Cornell. Le preguntaron a cada participante cómo estimaba su competencia en diferentes campos y luego lo sometieron a un test para ponerla a prueba. Al comparar los resultados para ver si había algún tipo de correlación, efectivamente la descubrieron: mientras más incompetente era la persona, menos notaba su incompetencia, y mientras más competente era, más la subvaloraba.
Dunning y Kruger publicaron en 1999 sus conclusiones en el paper Unskilled and Unaware of It: How Difficulties in Recognizing One's Own Incompetence Lead to Inflated Self-Assessments ("Sin habilidades y sin darse cuenta: cómo las dificultades en reconocer la propia incompetencia conducen a una autoimagen exagerada"). Podrían resumirse en que los individuos que no saben son incapaces de reconocer su propia ignorancia y de reconocer las capacidades del resto. Según los científicos, esta percepción errónea se debe a que las habilidades necesarias para hacer algo bien son justamente las que se necesitan para poder evaluar correctamente cómo uno se está desempeñando.
En un mundo en el que a cada paso tenemos que tomar decisiones que implican evaluar no solo cuánto sabemos nosotros de ciertos temas, sino también cuánto saben los demás, esta pericia está ocupando un lugar cada vez más relevante. Por suerte, según indicaron Dunning y Kruger, se puede entrenar. Es una de las destrezas que nos ayudan a desarrollar el pensamiento crítico, tan vital en estos tiempos que, no hace mucho, una alianza de 24 investigadores publicó un comentario en Nature en el que presentan un conjunto de principios para difundirlo.
Como dijo alguien: "La educación es el progresivo descubrimiento de nuestra propia ignorancia".