Esa conflictiva pasión argentina por el internismo
Nadie se sorprende de que en los 17 de octubre se celebren múltiples actos por el Día de la Lealtad, consecuencia de la diáspora que experimenta el peronismo desde hace tiempo. En muchos hubo referencias a la anhelada "unidad" y se cantó la estrofa correspondiente de la célebre marcha. Algo parecido ocurre los 1º de mayo: varias concentraciones simultáneas conmemoran el Día del Trabajo, algunas con solo un puñado de asistentes. La dinámica del internismo, las divisiones, la interminable fragmentación de partidos, sindicatos, movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil, clubes de fútbol y hasta los mismísimos consorcios constituye una de las principales características de nuestra cultura cívica. O, tal vez, de su relativo escaso desarrollo.
Diversas tensiones y conflictos en la coalición gobernante ponen en duda su consistencia interna y hasta su sustentabilidad, además de su atractivo electoral y la efectividad en la implementación de políticas públicas. A menudo la credibilidad del Presidente queda comprometida, al igual que la gobernabilidad del país en su conjunto. Todo esto como resultado de estas inocultables contradicciones, amplificadas por los medios de comunicación y alimentadas por la voracidad de la grieta que sobrevive incólume en las redes sociales.
No se trata de un fenómeno estrictamente nacional (aunque, como lo hacemos en otros órdenes de la vida, también vivimos el internismo con desmesura). Las disputas son normales en todas partes. Más aún: a pesar de nuestro empecinamiento en enfatizar las diferencias que nos alejan de múltiples "otros", casi cotidianamente nos sentimos parte de un todo que nos incluye, nos integra y nos brinda nuestra identidad. Ciertamente, y a diferencia de otras sociedades y no obstante los innumerables clivajes simbólicos y materiales que nos separan, nunca llegamos al límite de protagonizar una guerra civil.
¿Cuáles son las razones que explican tanta pelea? Las más importantes son los conflictos de intereses, las disputas de valores y las luchas por espacios de poder. El primer caso se produce cuando dos o más grupos tienen intereses contrapuestos, de manera parcial o total. Cuanto más compleja y moderna es una sociedad, más grupos de intereses existen. Estos protagonizan episodios conflictivos que se definen como "pujas". Intereses "urbanos" que se oponen a los del "interior"; los de los trabajadores versus los de los dueños del capital; los de los exportadores frente a los de los importadores; los de los inquilinos y los de los propietarios?
Con mecanismos apropiados que regulen estos conflictos se pueden estimular acuerdos negociados para evitar que escalen y generen externalidades negativas para el conjunto de la sociedad. Puede ocurrir que las visiones de las partes sean tan diferentes que resulte imposible acotar el desvío. En este sentido, las peleas por cuestiones materiales son en principio las más sencillas de resolver: solo se trata de llegar a un punto de negociación en el que ambas partes queden más o menos conformes. Muchas veces, sin embargo, no queda otro camino que el de la confrontación.
Más engorroso resulta encontrar una solución cuando se trata de conflictos por valores. En la Argentina reciente encontramos un caso paradigmático con la despenalización del aborto, que dividió las aguas entre quienes están a favor y quienes están en contra. No existen puntos intermedios y es impensable a esta altura del debate que aquellos que militan por uno de los bandos termine pasándose al otro. Incluso en aspectos que podrían considerarse la punta del ovillo para iniciar una negociación termina notándose que la distancia es insalvable. Por ejemplo: tanto unos como otros parecían de acuerdo en promover la educación sexual para prevenir embarazos no deseados. Esto no desvanecería la pelea, sino que la pasaría a otro plano: qué enseñar, durante cuánto tiempo del horario escolar, con qué contenidos? Cuando las concepciones del mundo son irreconciliables, el conflicto se vuelve inevitable y el punto intermedio, casi imposible de encontrar. La clave es entender la legitimidad del reclamo del "otro" y aceptar que puedan predominar en la sociedad ideas, principios, hábitos o formas de vida con las que no estamos de acuerdo, pero que debemos respetar. La diversidad debe entenderse como fuente de riqueza y no como amenaza.
Uno de los motivos más tradicionales de las internas es la puja de poder, en el plano personal y en el sectorial o grupal. Individuos con atributos de liderazgo, ambición o carisma desean llegar a pedestales difíciles de escalar y, una vez en la cima, hacen lo necesario para mantenerse, incluyendo impedir que surjan competencias internas o externas que impliquen amenazas o desafíos. En consecuencia, confrontan para llegar e incluso, o sobre todo, para permanecer. Esto se puede producir en el saludable terreno democrático o, como lo experimentó nuestro país en tantas ocasiones, por otras vías: extorsión, aprietes, escraches y otras formas extremas de violencia. Estas pujas no se dan solo en la política, sino también en ámbitos corporativos, en organizaciones sociales y en entidades de todo tipo.
En política aparecen conflictos de orden táctico: ante determinada coyuntura y con relación a instrumentos de corto plazo para alcanzar objetivos compartidos o comunes, sucede que un grupo decide que es mejor tomar un camino y otra facción, un trayecto alternativo. Estas disputas no deben minimizarse, pues muchos actores suelen enamorarse de determinados programas o medidas y son capaces de arriesgar su cargo, y hasta su carrera, para defenderlos. También aparecen contradicciones sustantivas en el plano estratégico: gente con la misma ideología, que comparte la visión del mundo y los valores, que no logra ponerse de acuerdo respecto de cómo lograr esos objetivos. A veces, los puntos de inflexión que generan las rupturas son sorpresivos, mientras que en otros casos las dinámicas conflictivas son más extendidas y los eventuales quiebres resultan tan visibles como previsibles. Finalmente, son comunes las desavenencias relacionadas con los tiempos: están los gradualistas, aferrados al "paso a paso" y los ansiosos, como yo, que quieren todo para ayer.
La dinámica conflictiva es natural. El desafío consiste en limitar su impacto en el diseño y la implementación de políticas públicas, en especial en cuestiones medulares como la seguridad, la infraestructura, la educación, la salud y el cuidado del medio ambiente. Cuando el Estado está mal organizado y carece de cuadros profesionales jerarquizados con autonomía y recursos suficientes, se contagia de este escenario de disputa y eso afecta la calidad de las decisiones públicas. Un Estado moderno y transparente permite que las peleas se desacoplen de la gestión y que el impacto negativo se relativice. En una Argentina donde todo está (mal) hiperpolitizado, incluyendo algunos espacios administrativo-burocráticos que deberían ser autónomos, se produce un maremágnum que alimenta el círculo vicioso: las internas escalan en número e intensidad.