Los argentinos "vivimos una disyuntiva crucial"
Santiago Kovadloff escribió anteayer en LA NACION un artículo titulado "2010 será un año decisivo", en cuya parte final advierte que "vivimos una disyuntiva crucial".
Si tenemos en cuenta que en 2010 se montará el escenario de 2011 del que surgirá el próximo presidente, lo que vino a decir Kovadloff es que en estos dos años los argentinos no nos limitaremos a escoger entre dos candidatos presidenciales dentro de un sistema político ya consagrado, como acaban de hacerlo los uruguayos, lo están haciendo los chilenos y están por hacerlo los brasileños, sino que, viviendo todavía en un estadio de desarrollo más primitivo que el de ellos, que ya tienen un sistema y sólo necesitan renovarlo cada cuatro o cinco años, nosotros tendremos que optar en 2010-2011 por algo previo y fundamental: en cuál de los dos sistemas políticos alternativos que se nos ofrecen querremos vivir. Nuestro dilema no consistirá en designar uno u otro candidato presidencial dentro de un régimen político preexistente, sino en decidir cuál será, de dos regímenes antagónicos, el que nos va a albergar.
La nuestra no será una decisión de alcance meramente "gubernamental", sino una decisión "estructural". Por eso Kovadloff concluye su artículo afirmando que en 2010 los argentinos empezaremos a vivir "una disyuntiva crucial".
¿Cómo definir las dos alternativas fundamentales entre las cuales tendremos que optar? Un historiador acaba de publicar el estudio comparativo de dos repúblicas a las que separan siglos de distancia, pero cuyo espíritu ha sido el mismo: la república romana, que vivió casi 500 años, del 510 al 30 antes de Cristo, y la república norteamericana, que ya tiene 222 años de edad (Thomas Madden, Empires of Trust, 2009).
El éxito de ambas repúblicas fue tal que terminó por convertirlas en "repúblicas imperiales", pero al quedarse sin enemigos a la vista después de dominar a Cartago y a las ciudades griegas hacia el siglo II a.C. los romanos se precipitaron en una larga guerra civil hasta que el flamante emperador Augusto les devolvió la paz a cambio de su libertad. Cuando cayó la Unión Soviética en 1991 un lúcido observador ruso, Georgie Arbatov, les anunció a los norteamericanos que los esperaba el peor de los males porque, lo mismo que los romanos, se habían quedado sin enemigos de peso.
Los tiempos iracundos de George Bush hijo llevaron a la nueva "república imperial" a la peligrosa frontera "romana" del disenso interno, de la cual quiere rescatarla el presidente Obama. Su final aún es incierto, pero Madden subraya el espíritu común de ambas "repúblicas imperiales": el vigoroso rechazo de la monarquía, de la cual ambas provenían.
Es que todas las repúblicas, incluidas las que estudia Madden y otras similares como las europeas y las latinoamericanas que acabamos de mencionar, conllevan la misma convicción fundamental de que el poder no se dice en singular por pertenecer a un déspota, sino en plural porque se lo ha dividido en "poderes" para asegurar la libertad de los ciudadanos. Esta y no otra es la inspiración republicana de las democracias exitosas de nuestro tiempo.
República o dinastía
Si aplicamos estas lecciones de la historia a los años 2010-2011 que nos tocará vivir, veremos que nuestra opción no será sólo entre candidatos presidenciales como Kirchner de un lado y, digamos, Cobos, Reutemann, Duhalde o Carrió del otro, sino entre dos sistemas de gobierno .
Uno de ellos, el del ex presidente y su esposa, abreva en fuentes monárquicas. El otro, sean quienes fueren los que al fin lo encarnen, abreva en fuentes republicanas. Elegir entre una "monarquía" (de monos, "uno", y arké , poder) y una "república": éste será nuestro dilema fundamental.
Habría que agregarle a esta disyuntiva algunas precisiones. La "monarquía" a la que aspiran los Kirchner es, en rigor, una dinastía . Ellos tienen en común con otros caudillos latinoamericanos, como Chávez, Morales, Correa y Ortega, el ansia ilimitada de poder, pero traen además consigo la idea de un poder "hereditario".
Cristina sucedió a Néstor, quien ahora pretende suceder a Cristina. El poder unitario que ambos pretenden anida en el seno de una sola familia. Para todo lo demás, los Kirchner y los Chávez son igualmente monárquicos. Por eso algunas anomalías a las que los Kirchner suscriben, como la reciente invasión del Poder Judicial por parte del "talibán" Aníbal Fernández, no son desde su propia óptica nada "anómalas", como tampoco lo son su aspiración a reducir al máximo el poder emergente del nuevo Congreso y el poder todavía declinante de los gobernadores de provincia.
Por una vía o por la otra, de Chávez a Kirchner, todos los aspirantes latinoamericanos a la monarquía queman incienso en el altar del unicato.
Pero otras fuerzas políticas que vienen surgiendo a partir del pronunciamiento popular del 28 de junio, de la constitución del nuevo Congreso y, más recientemente, de la creciente resistencia de los jueces a seguir siendo manipulados, revelan por su parte que las fuerzas republicanas, eclipsadas pero no erradicadas de 2003 a 2009, no han renunciado al combate crucial que se avecina.
Los déspotas, que han llevado la delantera hasta hoy en esta batalla, todavía no han vencido. Los republicanos de toda laya, de la centroizquierda a la centroderecha, que los resisten con el impulso de un suave crescendo , todavía no han sido derrotados.
Si al fin llegan a prevalecer, en el podio los esperarán no sólo las democracias de Europa y de América del Norte, sino también los Lula, Serra y Rousseff, los Tabaré y el resto de los partidos uruguayos, los Bachelet, Piñera y Frei; los republicanos de todas las latitudes.
El espejismo
La opinión pública argentina, cuyo componente republicano quedó ampliamente demostrado el 28 de junio, muestra impaciencia al observar la lentitud que han demostrado las fuerzas opositoras desde aquella fecha hasta hoy.
Esta preocupación es comprensible, pero sólo parcialmente porque en cualquier sistema republicano como el que estamos conformando debe esperarse la dificultad de la coincidencia.
La supuesta parálisis de los opositores es sólo un espejismo porque nos hemos acostumbrado a los métodos del unicato. El espíritu republicano apunta, al contrario, a la multiplicidad de las posiciones. Esta es su esencia. Lo que tendríamos que esperar en el campo republicano de ahora en adelante, entonces, es la persistencia del pluralismo que ya asoma en el nuevo Congreso.
En 2010 y 2011, por ello, frente al unicato kirchnerista se alinearán diversas fuerzas en competencia entre ellas, con la salvedad de que su diversidad estará acotada por un núcleo fundamental de coincidencias al estilo del Acuerdo de San Nicolás o el Pacto de la Moncloa. Sólo así, y no sin tropiezos, alumbrará entre nosotros un sistema "uruguayo", "chileno" o "brasileño" de coincidencia y, a la vez, de competencia.
Frente a él, la fuerza declinante del unicato kirchnerista terminará por dividirse en dos como ya lo hizo el 3 de diciembre cuando, en la Cámara de Diputados, el grueso de la bancada kirchnerista se negó a seguir el camino al ostracismo que imaginaba Kirchner.
Una parte de ella será inflexiblemente autoritaria y, si no entra en la gran convergencia de la futura república, sólo será por decisión propia.
La otra parte, probablemente mayoritaria, tendrá que ser generosamente aceptada por el resto de las fuerzas opositoras como el novicio de esa civilización política que, una vez que se establezca en 2010 y 2011, nos prometerá el desarrollo económico y social de largo plazo que aún estamos esperando.