Los conflictos que dejará el aborto
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Cristina Kirchner fue apenas la última en anotarse en la lista de dirigentes que usaron el atajo paternalista (en su caso, maternalista) de poner en duda la madurez de la sociedad para impedir una discusión. Como todos sus antecesores, se fue sin permitir que el Congreso tratara la despenalización del aborto. Si para algo sirvió que finalmente se abriera ese debate, fue para derrumbar esa creencia. En su lugar, se levanta una certeza: no es la inmadurez de la sociedad sino la de sus dirigentes la que está quedando al desnudo.
Ese infantilismo instala un riesgo que obliga a recordar que la militancia en favor o en contra de un proyecto no puede hacerse al precio de romper las libertades y las instituciones que garantizan esa participación. Nunca fue sencillo trasladar al conjunto las convicciones de una parte, por mayoritario que resulte ese grupo. Pero de eso se trata la política: de lograr los cambios o mantener una situación bajo una aceptación generalizada.
Son también los dirigentes los que fallan cuando vuelven a poner a la sociedad en otra grieta política. Es ese fanatismo lo que bastardea la discusión sobre el aborto, en especial en la televisión y mucho más en las redes sociales. La discusión se plantea con una lógica de extremos, condicionada por los parámetros desesperados del rating y del clic. No hay margen para matices, miradas en diagonal ni, mucho menos, para tolerar un intento de comprensión de los argumentos ajenos.
Metido en el baile desde el mismo momento en que decidió habilitarlo, el Gobierno eligió tomar del budismo la creencia de que "todo lo que sucede conviene" y se inclinó no solo por aceptar el avance del proyecto de despenalización del aborto en Diputados, sino también por cosechar los resultados en su favor. Con esa lógica, Macri se anticipó a la presión de la Iglesia para que vete la ley de aborto si finalmente queda aprobada en el Senado. ¿Podría el Presidente destruir el resultado de una decisión instada por él mismo?
Allá lejos, antes de la corrida cambiaria de fines de abril que dio vuelta el escenario económico y político, Macri fue acusado de pretender entretener con el debate del aborto. El Gobierno presentó el debate como un gesto democrático de Macri, pero su aliada Elisa Carrió aseguró que el tema no habría sido habilitado por el Presidente si, como ocurrió, tenía posibilidades de ser aprobado. Presentarlo como un especulador será siempre una extraña manera de defender a un socio.
La tormenta creció tanto que aquella determinación de Macri quedó desdibujada por varios conflictos simultáneos. Los tironeos dentro de Cambiemos, dividido y a la vez asociado a adversarios políticos, son apenas un detalle en comparación con el enfrentamiento con la Iglesia. En palabras pero también en gestos, Francisco parece haber interpretado que el tema del aborto es una respuesta de Macri a los desencuentros políticos.
Cuando en agosto el Senado haya tratado por fin el proyecto que llegó aprobado de Diputados, ese conflicto con el Papa seguirá instalado como un problema, uno más, para el Gobierno.